26 de Diciembre de 2024
Edición 7119 ISSN 1667-8486
Próxima Actualización: 27/12/2024

In Voce

 
EL PROBLEMA DE LA FRAZADA CORTA. Una juez civil está en problemas. Parece que se descubrió que tomó varias licencias con motivos académicos pero que en verdad las utilizó como placenteras vacaciones recreativas. Este es un caso puntual, de una inconducta puntual de una persona puntual, pero que tiene adosadas algunas lecturas que es interesante hacer. Desde la creación del Consejo de la Magistratura se cambió la manera en que se elegían los jueces. Ahora se le iba a dar mucha preponderancia a lo académico. Con muy buenas intenciones se diseñó un modelo que contemplaba el currículum (que debía ser frondosamente ilustrado) y el examen de oposición, en el que teóricamente se iban a demostrar conocimientos y habilidades. Hoy, a varios años de su creación y con varios magistrados en su haber, las dos patas del sistema tienen serios problemas. Por un lado están los requisitos curriculares. Si un juez en ejercicio quiere acumular cucardas académicas, ya sea como profesor o como alumno, tendrá seguramente que sacrificar horas a la actividad jurisdiccional. Cuanto más prolífico en lo académico sea un magistrado, más tiempo deberá permanecer fuera del juzgado. ¿Resiente la actividad académica el rol funcional del juez o la enriquece? Hace unos años el consejo tuvo un conato de intención de resolver el tema cuando decidió que los magistrados debían pedir permiso cuando tuvieran a su cargo roles docentes que los obliguen a viajar fuera de su jurisdicción laboral. Algunos jueces se quejaron y algunas universidades del interior también –alegando que se ponían trabas para la concurrencia de profesores de calidad que pudieran elevar la labor en sus aulas-. Lo cierto es que este gesto de preocupación no resolvió el problema. El examen de oposición también trajo sus problemas. Desde jueces, secretarios o empleados judiciales que al concursar tenían a consideración casos que ya les habían tocado resolver en la vida real, hasta relatos sobre el paupérrimo nivel de muchos en la prueba, a pesar de tener excelente background académico. Muchos jurados cuentan historias espeluznantes acerca de respuestas inadmisibles en los exámenes. Otros, llenan el papel de citas teóricas queriendo mostrarse ilustrados y leídos, pero a la hora de los bifes serían capaces de meter las patas más escandalosas. Igual que aprender a manejar por correspondencia. Un capítulo aparte puede escribirse con la catarata de impugnaciones que desencadena cada concurso. Parece que el que no impugna es un gil, así que es de práctica común impugnar hasta la coma de los restantes candidatos. No vaya a ser cosa de que me quede afuera por no impugnar, piensa la mayoría. La lentitud y la incertidumbre también generan problemas. Así hay gente que se presenta en 5 o 6 concursos al mismo tiempo, tratando de asegurar resultado. Como quien compra varios billetes de lotería o juega un mismo número a la cabeza, a los premios, al derecho y al revés, algunos candidatos tienen puestas varias fichas simultáneas. Muchas veces sucede que se trata de gente brillante, que gana más de un concurso, entonces, después de haberlo ganado y haber sido elegido, debe renunciar a uno de los cargos obtenidos. La otra cara de la moneda son quienes debieron soportar concursos interminablemente largos que tardaron años en resolverse. Cuando finalmente los eligen, ya tomaron otros rumbos y no les interesa el cargo otrora acariciado. Mientras tanto todavía hace falta definir con precisión cuál es el perfil de juez que buscamos. En tanto y en cuanto no lo sepamos, estaremos como en el laberinto del Ital Park: tarde o temprano se encuentra la salida, pero mientras tanto se suda la gota gorda.

ME ACHICARON LA PUERTA. No es una exclamación de Alicia en el país de las maravillas, sino que se trata de un abogado acostumbrado a llegar siempre “hasta las últimas consecuencias”. Ahora, llegar con un caso hasta la Corte promete ser cada vez más difícil. Una nueva limitación fue impuesta por los jueces de la Corte Suprema de Justicia de la Nación por medio de la Acordada nº 4/2007. En base a esta medida se busca que los recursos tengan una presentación homogénea y puedan ser rechazados por cuestiones meramente formales. Consideraron que quintuplicar el monto de la caución para la interposición de la queja no era suficiente para detener la avalancha de recursos y, atacando el síntoma sin observar las causas, decidieron intensificar aún más las restricciones recursivas. El escrito por el cual un abogado tratará de elevar a la Corte Suprema una causa que ha causado un agravio federal suficiente, nunca podrá ser de una extensión mayor de 40 páginas, de 26 renglones, en letra no menor de 12. La queja, en cambio, no podrá ser mayor de 10 páginas, de 26 renglones, con letra no menor de 12. El formalismo y la precisión exceden el conteo de Word y también se meten en la forma y metodología para citar jurisprudencia. Muchos se sentirán cercanos a los artesanos de Plaza Francia que se ofrecen a escribir un nombre en un grano de arroz, encorsetada la florida verborragia abogadil en las breves páginas permitidas. Otros, dignos especimenes de la viveza criolla, buscarán alguna ayudita pícara, como reducir el interlineado, achicar los márgenes o manejarse con otro tipo de letra. Sea cual sea el caso, lo cierto es que a la Corte llegan muchas veces los casos que pretenden resolver mas de lo mismo. Y la Corte solo quiere resolver lo novedoso o le que realmente tenga relevancia institucional o social. Difícilmente los ministros van a agarrar la Olivetti y ponerse a escribir una sentencia (dicen que Esteban Imaz lo hizo, por ser el único secretario que llego a ministro). El achicamiento del embudo se presenta en momentos en que la Corte atraviesa además un proceso de nueva transición numérica. De nueve pasará otra vez a cinco. Después del sobredimensionado y criticado crecimiento de la Corte, con batallones de empleados, auxiliares y funcionarios, ahora se viene un Tribunal más chico, no sólo en número de ministros sino también en la cantidad de causas que logren llegar. Ahora va a haber gente de más, entonces la pregunta que se viene es: ¿Quiénes abandonarán la casa?



alejandro s. williams / dju
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