No se podía terminar el año –esta es la última columna del 2000- sin rendírselo a quien fuera uno de los más importantes dirigentes de la comunidad judía en la Argentina: Rogelio Cichowolski. Quien esto escribe solo tuvo un trato profesional pero no por ello menos intenso, desde el aciago momento en que manos criminales hicieron estallar la AMIA. Cichowolski fue una luz en medio de tanta confusión en las mentes sanas y de tantas desviaciones en aquellos que buscaban confundir el esclarecimiento del caso, ya sea desde la izquierda o la derecha, aunque ante la muerte esa disquisición carece de todo valor y solo sólo se yergue la condena y el reclamo de Justicia para quien sea. Su acción trascendió los marcos internos de la colectividad y logró que aún los no judíos comprendieran su lucha y sus reclamos. Cichowolski hizo que el atentado contra la AMIA no se sintiera solamente como una herida abierta y una flagelación a los hombres y mujeres de su religión, sino en los corazones de muchísimos argentinos, de cualquier credo, que vieron en esos cuerpos desgarrados, a los cuerpos de sus propios hermanos. Por eso y porque siempre abrió sus puertas con franqueza y valentía , aún en la discrepancia, este “Grande” de la comunidad argentina, merece un humilde pero sincero reconocimiento de esta columna a su ímproba labor. Hasta siempre, Rogelio.
hugo morales / dju
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