01 de Julio de 2024
Edición 6996 ISSN 1667-8486
Próxima Actualización: 02/07/2024

Globalización y Barbarie : Cultura, derecho, trabajo y exclusión social en el absolutismo del mercado.

Se trata de analizar los distintos fenómenos que dan forma al llamado mundo globalizado, en sus transformaciones y secuelas sociales y culturales.

 

A la memoria de la Dra. Alicia V. Pérez



"Ante el imperialismo, al menos, se luchaba; ante la globalización la mayoría se resigna. Pero el fenómeno es uno solo. Lo que ha cambiado es la actitud de los hombres."


Introducción:

Los hechos históricos son sin duda imprescindibles para una hermeneútica de la historia y su conocimiento resulta esencial en la investigación pero, a riesgo de ser excesivamente categóricos, el conocimiento puntual de los hechos no conduce a una correcta exégesis si no son ubicados dentro del proceso histórico del cual forman parte.

Hay dos conceptos puntuales muy utilizados en las ciencias sociales a saber: postmodernidad y globalización. Ambos refieren a procesos históricos que permanentemente se busca asociar a hechos específicos como ser, el fin del milenio, la caída del socialismo, la crisis de los grandes relatos, etc.

Lo cierto es que no hay unanimidad respecto de cuáles son los referidos de ambos términos. La sociología tiene conceptos específicos y de rigor científico para referirse a fenómenos sociales, la existencia de esa unanimidad consagra al concepto como el enunciado de un fenómeno social específico.
Las palabras "cultura" o "status" o "grupo" tienen una significación en el lenguaje ordinario y son también conceptos que forman parte del arsenal terminológico de las ciencias sociales y su utilización refiere a algo sobre lo que no hay discusión o al menos un mínimo consenso epistemológico, siendo palabras del lenguaje cotidiano pero desprovistas de las ambiguedades y de la complejidad de su uso extra científico.

Asociar el término globalización o postmodernidad a ciertos acontecimientos históricos o al fin del milenio conduce a la superficialidad teórica que señalaramos supra y que parte del error de hacer hincapié excesivo en los hechos y no en los procesos históricos.

Ensayaremos una respuesta a demostrar: la postmodernidad es un proceso histórico que se inicia a mediados de los años setenta conjuntamente con la revolución científico técnica y que consiste en líneas generales en un cambio de paradigma no solo en la forma y procedimientos productivos sino en las relaciones sociales. No representa un cambio radical en términos de estructuras de poder o de instituciones, tan solo significa un retroceso respecto de algunas garantías que caracterizaron a la modernidad.

En el terreno artístico y cultural significa una ausencia general de vanguardias y una explotación comercial y de reciclaje permanente respecto de formas artísticas propias de la modernidad. Es decir, desaparece el potencial negador que cada proceso creativo aplicaba sobre las pautas del anterior, fenómeno típico de la modernidad, y se implanta un "todo vale" de formas y estilos explotados de manera efímera y superficial. Hay una profunda modificación del espacio urbano tomando cada vez más fuerza e incentivo los espacios públicos que reproducen la seguridad y la exclusividad de lo privado.

En el terreno jurídico el derecho pierde la fuerza protectiva-integradora y su faz reguladora de equilibrio de fuerzas sociales con la inclusión del conflicto para ser un ordenamiento colmado de justificaciones y de mecanismos que escamotean el conflicto social y reaseguran el poder absoluto y demoledor de las elites y del sistema del mercado. La gobernabilidad será un término muy utilizado para hacer referencia a la mutilación operada sobre derechos y garantías, paso necesario para la viabilidad del sistema.

Globalización es un término que refiere al proceso de desarrollo de las comunicaciones a nivel planetario y que subliminalmente sugiere una aldea global que esconde las realidades respecto a la desigualdad de las regiones que forman esa aldea es decir, uniformidad cultural y de estilos, pensamiento y alternativas monocordes, unicato en cuanto a formas y estructuras de pensamiento pero diversidad disimulada y escamoteada en cuanto a derechos de las naciones, a explotación de una áreas por otras y al mercado como único sistema global y absoluto.

Podemos afirmar que la globalización es el nombre del imperialismo en la postmodernidad, pero es el desideratum del imperialismo, quizás su más perfecta evolución histórica, consiste en una dominación que presenta de manera difusa la relación entre centro y periferia a niveles de mostrar al planeta como un centro único donde la relación dialéctica desaparece.
En la modernidad era común la creación y reproducción de consignas contra el imperialismo. ¿Qué ha pasado? La cuestión consiste en profundizar y perfeccionar un esquema y luego cambiarle el nombre de manera que pueda hablarse de "lo dado" como un hecho objetivo y ascéptico, desprovisto de un análisis sesgado por creencias o preferencias ideológicas.

Hablar de globalización es hablar -prima facie- de algo tan natural como hablar de la lluvia, se incorpora a nuestro lenguaje y se la acepta como un fenómeno natural ante el cual nada puede hacerse. De hecho, no es común el planteo de lucha frontal contra la globalización como sí ocurría durante los setenta contra el imperialismo.

El propio término imperialismo sufrió un profundo descrédito a niveles de asociárselo a fantasías ideológicas que insistían en ciertas interpretaciones alejadas de la realidad. El descrédito de ciertos términos fue claramente apuntalado por quienes entendían la necesidad de modificar las relaciones de poder y el rol de los estados nacionales en la faz social a partir de la segunda mitad de los setenta y que contaron para semejante tarea con el poder de todos los medios necesarios, desde los thinks tanks a las universidades, pasando por los medios de comunicación social hasta las instituciones internacionales de crédito.

Desacreditado el término imperialismo y luego reemplazado por "globalización" -asociada ésta última a una suerte de apoteosis del avance tecnológico, de las comunicaciones y del progreso ilimitado como síntesis de una concepción lineal de la historia- fue sólo una cuestión causal que alguien elaborara la idea de un "fin de la historia" como apotegma ideológico de la idea de que un nuevo esquema de dominación o un "nuevo orden" se instalaba para perfeccionarse permanentemente pero sin instancia superadora.
Más que fin de la historia es más propicio hablar de una muerte del pensamiento crítico, creador, diverso y de dar pábulo a la creación de una sutil pero a la vez precaria ideología consistente en negar a todas las ideologías menos la liberal como única, absoluta e insuperable.

Resulta paradójico que en la era de las comunicaciones la humanidad tenga tantas dificultades para comunicarse respecto a cuestiones trascendentales ya sea de orden social o espiritual, o bien que en la era del pináculo del desarrollo tecnológico y de la potencialidad productiva la distribución de la riqueza haya alcanzado tan altos índices de inequidad.

En los apartados subsiguientes -habiendo previamente delimitado algunos términos que podían caer en la zona gris de la ambigüedad- se intentará a grandes rasgos abordar las consecuencias del proceso de globalización en las distintas facetas de la vida de las sociedades.


1) Globalización y cultura

"La democracia es el sistema que nos permite -cuando nos lo permite- consumir, comer y recrearnos de la forma en que una elite quiere que lo hagamos, la misma elite que se empecina en decirnos como debemos pensar y que vulgata debemos pronunciar"



Jerry Rubin -figura emblemática de la revolución de los sesenta- apareció públicamente en 1985 debatiendo con Abbie Hoffman en el anfiteatro de la Universidad de Filadelfia blandiendo su tarjeta de crédito y diciendo: "Vosotros recordáis quien era yo en los años sesenta. En esa época animé cientos de reuniones en los colegios y universidades. Fui detenido treinta y seis veces" "...en los años setenta me afeité la barba y nadie ha vuelto a reconocerme en la calle. Hoy ya no salgo de mi domicilio sin antes comprobar si llevo encima mi tarjeta American Express" (agita su tarjeta entre risas y aplausos). (1)

El hecho es hoy una anécdota pero no deja de ser un claro síntoma de la variación de los tiempos, un Jerry Rubin comprometido y moderno cede paso a otro ensimismado en su proyecto personal y claramente postmoderno.
El mismo Jerry Rubin en aquella disertación de 1985 refrescaba a la audiencia los cambios sociales operados durante los setenta. Su encuentro con Abbie Hoffman es el debate -según él- "entre la nostalgia y la modernidad".
En realidad se trataba de la nostalgia por una modernidad pletórica de valores y utopías y una postmodernidad vaciada de proyectos colectivos o de cruzadas movilizadoras o de la política entendida como negocio y proyecto personal y no como militancia de fuerte compromiso social.

Este individualismo no es como creen algunos autores o como reiteradamente se afirma en círculos académicos o políticos, un producto típico y exclusivo del posmodernismo.
Es el individualismo moderno que se presentaba más nítido en el plano artístico y cultural que desorbita esas esferas y se arraiga con notable fuerza -hasta dogmática e ideológica- en la concepción del manejo de los asuntos públicos y del Estado.
Jerry Rubin es el ejemplo del revolucionario sesentista que protagoniza revueltas contra el sistema en nombre de un proyecto integrativo, generacional, de amplia participación pero que entiende cumplidos sus ideales cuando su generación llega a la conducción del Estado, negando los valores otrora movilizantes y justificando el individualismo antitético a sus años de lucha.

Cuando hablamos del individualismo moderno nos referimos al terreno estrictamente cultural donde precisamente a partir de la acción individual de los artistas y de la intelectualidad se gestaban permanentes corrientes de vanguardias cuestionadoras o, utilizando el término de Adorno, "proceso de negación" que en la sucesión histórica significaban procesos de autonegación. (2)
La modernidad es un proceso de institución de valores y de permanente destrucción de lo instituído. El arte moderno cuestiona los valores burgueses y crea y recrea a través de manifestaciones que expresan un interés disonante con lo establecido, como si el orden burgués basado en la disciplina del trabajo, en la acumulación y en el control social fuesen cuestionados por el arte enfrentando el orden.

Como afirma Lipovetsky : "El modernismo no solo es rebelión contra sí mismo, es a la vez revolución contra todas las normas y valores de la sociedad burguesa" (3)

La rebelión se hace más palmaria en la segunda mitad del siglo XIX y nace un individualismo asérrimo, contrario a los ordenes como la racionalidad, el dinero en términos de ahorro y de cálculos, el ascetismo al que conducía el racionalismo burgués.

Daniel Bell sostiene que mientras la burguesía establecía un orden basado en el individualismo económico y estaba dispuesta a suprimir todas las relaciones sociales tradicionales o anteriores a su consolidación como clase temía al individualismo moderno en el ámbito de la cultura lo que ciertamente operaba como una válvula que permitía soltar impulsos contestatarios pero que podía llegar a ser más que eso y convertirse en un instrumento para operar desde ámbitos más comprometidos y cuestionadores como ser la política.

El individualismo -por tanto- no es un fenómeno nuevo o exclusivo del postmodernismo, los últimos 25 años del siglo XX nada nuevo han creado en torno a procurar afiatar los mecanismos de la lógica individual. Pero es innegable que el individualismo posmoderno ya no tiene una fuerza que lo agrede desde lo cultural. Por eso no vacilamos en afirmar como una característica fundamental de la posmodernidad el agotamiento de las vanguardias y al desmantelamiento del proceso de negación del que hablaba Adorno y que alcanzara un punto culminante durante los años veinte sobre todo en Estados Unidos con el surgimiento del consumo en masa y la gran industria de productos en serie.

Es más, el posmodernismo se adueña de los aparatos culturales basados en la imagen y refuerza su lógica lo que penetra masivamente y en cuestión de segundos. La formación necesaria para oponerse al orden burgués moderno es reemplazada por la información que no se utiliza contra ese orden sino que lo refuerza; en puridad el orden establecido es más difuso y ni siquiera la rebelión artística sabría hacia donde direccionarse y no precisamente por ausencia de injusticias o porque no exista una sensación colectiva de que se ha instalado entre los hombres y desde casi tres décadas, un sistema claramente injusto y regresivo.

El perfeccionamiento de los medios de comunicación permitió un proceso similar al que afectara a la palabra con la imprenta: la imagen aparece desacralizada, desprovista de la distancia que establecía con la percepción común en los tiempos modernos en los cuales no existía la posibilidad técnica de generar imágenes o bien no podía generárselas con tanta intensidad e inmediatez.

En clara alusión a este proceso es que Regis Debray ha sostenido: "La tele pone en peligro el desdoblamiento de los Príncipes, en el punto más alto de las visibilidades sociales. El jefe del Estado seductor tiene un cuerpo de más, el suyo." "Prestaciones, desempeños, exhibiciones: lo que atestigua su presencia devalúa su autoridad. La creencia que liga su suerte a la tele será cada vez menos creíble, como la tele misma. Por introducirse demasiado en el torrente de imágenes, la autoridad se licúa y la estatua del comendador audiovisual se ahoga en sus reflejos, parodias e irrisiones en cascada. En videocracia la personificación (física) tiende a arruinar la personificación (moral). La transparencia liquida la trascendencia" (4)

La permanente recreación de esa inmediatez de las imágenes produce una ruptura en la solemnidad que recubre -o pretende recubrir- la imagen de cualquier autoridad pública. No era posible en la modernidad - con excepción de la modernidad tardía- ver al presidente en actitudes tan campechanas como domésticas o en variaciones circunstanciales tan cambiantes como el discurso dirigido al pueblo, la conducción de un programa televisivo o la aparición en cualquier "talk show" que lo convierte en el más importante de los bufos mediáticos.

Mostrarse en la transparencia bufonesca liquida la trascendencia que se supone inherente a su investidura. Más bien la investidura aparece minimizada en su credibilidad al extremo de que la debilidad de la autoridad pública parece planificada y la conclusión lógica de que el "presidente está y existe solo porque debe haber un presidente" adviene como consecuencia de dicha debilidad -en apariencia- planificada.

Pareciera de esta forma que no existe nada más allá de lo que ocurre en los medios, y los "mass media" no son la técnica que refleja lo que ocurre en la realidad fáctica sino que la única realidad es la mediática. La política, el "hacer política", es cosa que se resume en los medios o que ocurre en los medios, y la falta de credibilidad azuzada por la constante aparición en los medios recrudece la falta de convocatoria en otros ámbitos que no sean la pantalla.

Beatriz Sarlo sostiene: "...hay discurso salvaje sobre los medios que declina la discusión estética, así como el discurso tecnocrático sobre la política declina la pregunta moral." "Todo es indiferentemente verdadero o falso porque a su vez todo aparece articulado en la sintaxis igualadora que propone el show bussines.
En realidad, podría decirse que esta sintaxis es una ausencia de sintaxis, porque no establece un sistema de subordinación y articulación. Es básicamente una parataxis en la que indistintamente se incluyen los publicitarios y los programas"(5)

La forma de situarse ante las imágenes y de decidir sobre su permanencia impone una nueva modalidad de espectación, se está en todas partes y a su vez no se está en ningún lado, el "zapping" produce una sucesión infrenable de imágenes que refuerzan la parataxis, dislocan el entendimiento basado en la articulación de mensajes; desde un control remoto solo se articula una suerte de "video clip" hogareño compuesto por imágenes que no guardan relación unas con otras y que tienen en la captación rápida y superficial la negación del entendimiento y la concentración desplazadas abiertamente por el entretenimiento y la distracción.

A través del "zapping" nada se entiende y no hay nada que entender porque la distracción opera como una suerte de relajación racional y emocional, entretenerse pasa a ser un privarse de la profundidad y un resignarse a la aceptación. La fuerza y rapidez de la imagen liquida la intención de juzgar e inhibe el juicio crítico. Entretenerse deja de ser una instancia lúdica pasajera para transformarse en un estado permanente de liviandad, de vacío y satisfacción efímera.

De esta forma, del modernismo al posmodernismo, la gran transformación ha consistido en exacerbar al extremo cuestiones esenciales a la modernidad pero dislocadas de su función original, en este sentido, la caída de las vanguardias no es más que la menifestación palmaria de un hecho más profundo: el postcapitalismo ha absorbido todos los impulsos contestatarios y agresivos, restando terreno a la reacción en todos los planos en especial el artístico.

El poder se torna permeable respecto a ciertas pautas hasta en cuestiones elementales como el modo de vestir. Usos considerados rebeldes o transgresores son asimilados de tal forma que dejan de ser medios para transgredir: ¿Por qué no volver objeto de consumo y pieza del circuito comercial lo "underground"? ¿por qué no pueden alimentar al sistema las corrientes surgidas en su momento para combatirlo?

Ya dijimos que en los años veinte -y en especial en EE.UU.- el modernismo alcanza su máxima expresión en el terreno económico con el perfeccionamiento de la producción en serie.
Cambia estructuralmente hasta la forma de consumir. Del ahorro imprescindible y previo al consumo se pasa al consumo inmediato basado en el crédito y en las tarjetas de crédito lo que posibilita comprar sin pasar por el ahorro anterior, se produce una fuerte variación en la concepción de la satisfacción basada en el uso de bienes rápido y con un espíritu más individual y claramente hedonista: primero se posee y luego se paga. Esto parecía reñido respecto a la moral burguesa del siglo XIX para la cual el individualismo iba acompañado de un ascetismo racional y de una cultura del trabajo y del ahorro. No obstante la reacción de las vanguardias no cesa, a la explosión consumista de los años veinte siguieron movimientos fuertemente contestatarios pues en realidad era el propio capitalismo el que llevaba al extremo el hedonismo antes esgrimido como elemento substancial por las vanguardias.

Artistas típicamente modernos como Baudelaire, Rimbaud, Proust e incluso los surrealistas son una permanente e innovadora reacción contra el orden burgués.
Así como en los años veinte el propio capitalismo creó las condiciones para el consumo masivo incorporando para su funcionamiento al hedonismo y el consumo súbito y desenfrenado -otrora demandado por las vanguardias como culto y expansión del yo- será cuarenta años más tarde cuando la reacción será cuestionadora del propio consumo, del propio sistema que se percibe como manejado por quienes deciden modas y hábitos, una suerte de tiranía subliminal y oculta, basada en uniformar pensamientos, hábitos, estilos de vida.

El desprecio por la sociedad de masas, el desenfrenado deseo de recluírse en comunidades aisladas en las cuales se crean modos de relación diferentes a las concebidas con hábitos de consumo opuestos a los establecidos -pero consumo al fin- serán hechos comunes en los sesenta como modo de reaccionar contra el sistema ya sea por oposición a la guerra, la lucha por los derechos civiles o las revueltas en el seno de los movimientos estudiantiles. La película Zabrinsky Point del realizador Michelángelo Antonioni recrea con singular maestría este clima de fin de época, la reacción contra la sociedad de consumo en la modernidad tardía.

Sin embargo el consumo y el hedonismo son elementos claves en la cultura tanto moderna como postmoderna solo que en ésta última se da un hecho particular: los valores propios de la esfera artística aparecen asimilados y transformados también en objetos de consumo y se produce así el triunfo y la consagración de lo novedoso por encima de lo sustancioso y creativo. Lipovetsky sostiene "...el fin del divorcio entre los valores de la esfera artística y los de lo cotidiano"(6)

En efecto, la postmodernidad se caracteriza por una explotación constante y fundamentalmente comercial de todo cuanto la modernidad diera como expresión y como reacción al orden establecido, el proceso moderno de permanente negación de lo estéticamente establecido se desvanece ante la ausencia de negaciones o más bien ante la constante afirmación de todo lo dado como si todo valiera y fuera igual; sin contexto. El arte de los años cincuenta o de los sesenta, la música de cada década es vivida sin ningún compromiso o más bien sin ninguna relación movimientista o viviencial respecto al hoy; tan solo se produce una atmosfera de explotación y reciclaje de lo denso y rico que pudo tener cada manifestación pero transpolado a su uso liviano, "ligth", reducido a un simple instrumento de distracción y pasatiempo para lo cual se opera degradando la esencia de cada manifestación. Con buen criterio Lipovetsky sostiene: "Manifestación artística del postmodernismo: la vanguardia ha llegado al final, se ha estancado en la repetición y substituye la invención por la pura y simple inflación."

Si bien -como dijeramos supra- los años sesenta significaron una última revuelta cultural moderna no debemos creer que la misma estuvo desprovista de aquellos elementos que se identificaban como no deseables en el sistema. El consumismo y el hedonismo son parte de la cultura de los sesenta, una sensiblidad irracional, psicodélica, orgiástica hasta tener aspectos de degradación en lo moral y sexual (basta pensar en Burroghs y Mailer) o una fuerte necesidad de vivir en forma acelerada y efímera (algo similar al postmodernismo puro) como se refleja en la literatura de Kerouac y Ginsberg.

El individualismo y la permanente afirmación del yo o de la necesidad individual no nacen en los noventa sino que son propios de los años sesenta como última reacción a una civilización basada en el consumo masivo pero imbuída de una fuerza de lo individual que dejará de ser el motor de cualquier manifestación de vanguardia para convertirse en la esencia del nuevo sistema en el cual la idea de lo público y masivo perderá fuerza simbólica en lo reivindicativo para concentrarse exclusivamente en el consumo vivido como primordial faceta de la afirmación del yo al extremo de que la imposibilidad de consumir implica la exclusión de los circuitos sociales y de los hábitos de vida que el mismo sistema presenta como deseables, arquetípicos y a la vez de difícil alcance.

La transformación postmoderna está ligada -si no es parte- de la transformación del espacio urbano. Tanto las ciudades modernas como el trabajo se presentan como dos terrenos donde hace estragos la vulnerabilidad social. (7)

Marshall Berman -quién estuviera en Buenos Aires en la primavera de 1996- explica con brillante claridad en su obra "Todo lo sólido se desvanece en el aire", el proceso de transformación de los estilos arquitectónicos y hasta la forma de desplazarse: del boulevard o las avenidas modernas como único espacio de desplazamiento a las autopistas como arterias que saltean el espacio urbano hay toda una variación en las formas de concebir los espacios, el desplazamiento es por encima de la ciudad desde donde solo pueden verse terrazas, picos o extremos de edificios, como si se intuyera el espacio circundante en lo inferior pero sin su contacto.

El fenómeno de excluirse del espacio urbano adquiere un desarrollo pleno durante los noventa de ahí la preponderancia que adquieren los barrios privados munidos de dispositivos especiales para controlar la seguridad de sus habitantes, es un reducto que escapa a la forma de vida de la ciudad y obviamente pretende una invulnerabilidad absoluta respecto a las inseguridades potenciadas por la crisis social en el seno de las grandes concentraciones urbanas.

Esto implica una diferente concepción del espacio y del tiempo en el mundo globalizado, al espacio exclusivo y reducido de ciertas elites satisfechas se agrega una diferente concepción del tiempo unido a los desplazamientos como brillantemente lo demostrara Bauman, al espacio ilimitado de quienes tienen el poder económico y a un tiempo concebido como una constante mutación de actitudes y experiencias se opone por contraste la monotonía del tiempo y del espacio de quienes han sido convocados al proceso globalizador como derrotados sociales, atrapados indefectiblemente en los localismos que ya no garantizan ni derechos, ni tradiciones culturales.

El auge del Shopping es otra forma de variar la concepción del espacio en un aspecto trascendental como es la recreación la cual aparece desplegada en un ámbito también arrebatado al espacio urbano de suerte que lo público puede vivirse con la modalidad de algo privado, seguro y exclusivo.

Beatriz Sarlo ha descripto brillantemente el fenómeno del shopping en el mundo posmoderno: "Como una nave espacial, el shopping tiene una relación indiferente con la ciudad que lo rodea: esa ciudad siempre es el espacio exterior, bajo la forma de autopista con villa miseria al lado, gran avenida, barrio suburbano o peatonal. En el shopping no solo se anula el sentido de orientación interna sino que desaparece por completo la geografía urbana. La ciudad no existe para el shopping, que ha sido construído para reemplazar a la ciudad. Por eso, el shopping olvida lo que lo rodea: no solo cierra su recinto a las vistas de afuera sino que irrumpe como caído del cielo, en una manzana de la ciudad a la que ignora; o es depositado en medio de un baldío al lado de una autopista, donde no hay pasado urbano". (8)

Tanto la separación de ciertos ámbitos del resto del espacio como de la tradición urbana, son una clara ruptura con el pasado del cual nada importa y del cual se desentiende todo el diseño arquitectónico postmoderno, como si las identidades citadinas se fundieran en una "no identidad" de formas, estilos y hasta en ciertas fachadas portadoras de marcas de una gran carga simbólica como ser la aparición de cualquier cartel de "Mac Donald´s" en cualquier sitio de cualquier gran ciudad la cual se asemeja a un simple suburbio de una aldea mayor, global y uniforme.

De esta forma se licúan los particularismos y se instaura una suerte de estilo único fuera del cual nada resulta funcional, desde los hábitos de consumo hasta ciertas modalidades en el actuar -que no dejan de ser el resultado objetivo de necesidades creadas por la evolución económica del mismo sistema- hasta la estructuración de la ciudad y sus espacios en función de esos hábitos y para su realización súbita, efímera y repetitiva.

Los barrios privados a los que hiciéramos alusión supra, son la manifestación de transformaciones más profundas en el seno de la sociedad y que involucran no solamente la cuestión de la seguridad sino que ésta última es un síntoma más que desencadena un sistema de producción y de distribución.

En efecto, hay dos posibilidades de excluírse, la exclusión dada por la elección de quienes fuertemente integrados al sistema buscan apartarse de los espacios urbanos como una nueva forma de vida más segura y acorde a las modalidades sistémicas de recrear lo público en modalidad privada y que, dentro de esas estructuras privadas organizan un esquema de seguridad personal más efectivo; esta forma de exclusión es protectiva de todo los valores -fundamentalmente económicos- a los que adviene una forma de vida basada en la inclusión y la satisfacción.

La otra exclusión resulta ser la faz cruelmente simbólica del fenómeno regresivo en la distribución de las riquezas, de la modificación súbita en las formas de producir y gestionar, es la exclusión no dada por opción sino por la obligación a la que somete el sistema a sus hombres desprotegidos ya sea por la ausencia del Estado en materia social o por el excedente humano que representan quienes no pueden ofrecerle nada al sistema o más bien el sistema nada quiere de ellos asignándoles las secuelas de la derrota social.

Solo el desplazamiento dentro de ciertos espacios es la forma de libertad de quienes no pueden acceder a la libertad del consumo, a la libertad económica de la que hace gala el sistema que presume de no ser planificado pero que planifica constantemente las desigualdades y los latrocinios sociales como si fueran cuestiones inevitables de una mano misteriosa e invisible que llaman mercado.

El mismo sistema económico que ha potenciado el enriquecimiento súbito de algunas elites ha generado la inseguridad en las grandes orbes; inseguridad de la que escapan los excluídos por opción.


2) Globalización y derecho:

"Tener esclavos no es nada, lo que es intolerable es tener esclavos y llamarlos ciudadanos" Diderot.-

¿Cómo pueden negarse los derechos fundamentales del hombre en un contexto político y social que tiende a generar excluídos y a la vez afirmar los derechos individuales del hombre en su reconocimiento formal?

La pregunta no es un simple ejercicio retórico y está íntimamente ligada a una problemática postmoderna cual es, la mutación de los modelos económicos sociales y la rigidez normativa que hace que los ordenamientos jurídicos se transformen en textos cuya validez está dada por el propio texto y no por el efecto que la consagración de los derechos pueda producir en la realidad.

Entramos así en el tema de la performatividad como característica de una nueva forma de legitimidad propia del postmodernismo y cuya entidad ha de buscarse por el lado de la teleología y no de la eficacia puesto que la legitimidad está dada por un discurso que ha de contener un mínimo umbral de eticidad.

El discurso jurídico es, como acabamos de enunciar, un discurso. Y como tal, busca producir un efecto; la performatividad debe medirse por la consecuencia que produzca ese discurso y no por la eficacia, la cual se mide por la fuerza de los aparatos estatales y el monopolio del uso de la fuerza como aspecto medular en la definición del Estado.

El derecho ha pasado a ser el discurso y el discurso es el derecho, máxime cuando se consagran doctrinas como la denominada "realismo jurídico" que tan claro efecto han producido, por ejemplo, en la desactivación de la faz tuitiva del derecho del trabajo.

Como bien dice el Dr Ghersi: "La postmodernidad utiliza la lógica de la abstracción como proceso y resultado investigativo -fenómeno cíclico recursivo que ya se dio en los inicios de la modernidad- presentando al derecho desde el discurso. El liberal y el neoliberal, sin duda en este sentido poseen un hilo común en el discurso: la abstracción." (9)

Enunciados que surgen de los ordenamientos jurídicos resultan ser construcciones semánticas aisladas de los condicionamientos y los impedimentos de la realidad social, el derecho al trabajo es presentado como inalienable para el ser humano, así lo enuncian las constituciones y los tratados internacionales pero la realidad económica y las particulares formas de concebir el rol del Estado y la asignación de los recursos impiden el ejercicio de ese derecho elemental, es más, cuestiones esenciales para que ese derecho se ejerza tampoco se cumplen como ser, alfabetización, conocimiento de modernas tecnologías, capacitación acorde a los nuevos criterios de producción y gestión. Se habla de capacitación y cada vez se capacita menos o la capacitación adecuada llega solo a ciertos sectores dotados de los recursos para acceder a niveles de educación imposibles para sectores carecientes a los cuales se les retacea la infraestructura y los recursos para una calificada educación pública.

La ontología jurídica solo muestra un aspecto del derecho, lo superficial, lo esencial del fenómeno aparece oculto; como decía Heidegger "la realidad humana siempre trasciende al fenómeno". El discurso formal y abstracto del derecho oculta las verdaderas prácticas sociales lo cual se torna más evidente en el seno de una cultura que exacerba el valor de lo individual, hecho que no se había manifestado hasta la modernidad tardía cuando la cultura individual avasalla a la socialización de los derechos.

El discurso jurídico sirve entonces para elaborar desde lo discursivo institucional un velo que oculta el verdadero reparto social no solo en lo atinente a la riqueza sino lisa y llanamente en la asignación de roles, así es que todos los ciudadanos aparecen como iguales ante la ley, la misma ley que no puede garantizar las igualdades y que constituye la norma de un sistema basado en la desigualdad y en la exclusión de amplios sectores de la sociedad, hecho más notorio en sociedades subdesarrolladas como Argentina en las cuales lo axiológico e ideológico es reemplazado por criterios economicistas hasta en tópicos socialmente medulares como la salud y la educación.

En la postmodernidad -como en ningún otro proceso histórico- el derecho aparece como un fenómeno descontextualizado, quizás por eso desde un punto de vista epistemológico es necesario analizar el derecho comprendiendo niveles superpuestos para tener una noción del derecho como hecho social y no como algo ajeno al contexto; lo que Althusser llamaba "índice de eficacia" es decir: "representar al derecho como un fenómeno de la sociedad y hacerlo desde espacios del saber distintos, como referentes reflexivos" (10).

De ahí la importancia de concebir al derecho o más bien a los derechos como hechos sociales que no pueden permanecer como abstracciones o como meras preocupaciones académicas o como dice Habermas "erudita ilustración". La postmodernidad encuentra en el derecho una construcción pétrea aislada de las prácticas cotidianas; cuestiones esenciales como el trabajo no pueden formar parte de la ley como un simple marco regulatorio que no alcanza ni tan siquiera a rozar la realidad concreta y quedarse en la abstracción de las palabras.

En una sociedad mercantilizada o en un sistema económico que todo lo comercializa, el derecho a trabajar no puede permanecer como un simple enunciado o un plexo normativo que sirva para disimular carencias, por tanto el derecho no puede permanecer ajeno a las necesidades sociales y debe plantearse su estudio desde otras disciplinas recreando sus campos relacionales como ser la historiografía, la sociología, la política, la lingüística, la economía recreando así su praxis y estableciendo los límites de su esencia.

El problema que ha planteado y se plantea en la globalización es que se ha abstraído al derecho de todo campo relacional como parte del proceso de abstracción de toda la realidad exaltándose al mercado y al individualismo como valores supremos quedando la igualdad como algo ficticio, meramente declarativo, vaciado de contenido y cuyas consecuencias son aberrantes, de efectos sociales graves y penosos.

La necesidad de crear una contracorriente en la investigación del derecho resulta obvia, una contracorriente basada en un estudio del derecho contextualizado u opuesto a la tendencia abstracta del postmodernismo. Para semejante tarea epistemológica es necesario involucrar al derecho con la realidad social y con otros saberes que están en lo social y para lo cual no podrá prescindirse de las ideologías, porque lo ideológico es parte del entorno en el cual el derecho es un hecho social inescindible.


3) Globalización y trabajo:

"...un régimen que no proporciona a los seres humanos ninguna razón profunda para cuidarse entre sí no puede preservar por mucho tiempo su legitimidad" Richard Sennett

La desconexión entre el trabajo humano directo aplicado y el volumen de riqueza producida reclama una nueva modalidad de organización social que deberá ser elaborada de manera perentoria ya sea creando las condiciones de financiamiento de una nueva cultura a la que podemos denominar "cultura del ocio" y que podrá elaborarse siempre que exista una clara decisión política de reasignar los gastos sociales.

El problema del trabajo en la globalización nos enfrenta con una nueva concepción de los tiempos sociales y de lo que se denomina "tiempo social dominante" el cual, hasta la desaparición del Estado de Bienestar, estuvo dado por el tiempo aplicado a las tareas productivas es decir, al trabajo.

En efecto, el tiempo dominante estaba conformado, durante la vigencia del industrialismo, por una actividad asalariada, ejercida a tiempo pleno y de manera continua por varios decenios. ¿Cómo preparase para una sociedad en la que el tiempo libre deberá ser necesariamente el tiempo social dominante? O más bien ¿Cómo financiar ese ocio al que irremediablemente conducen los nuevos patrones tecnológicos?

Sin duda las soluciones variarán en cada sociedad y en función del nivel de desarrollo de cada una, no será igual la cultura del ocio en un país como Holanda que lo que podrá ensayarse en países como Brasil o Argentina más proclives a reducir gasto social y a afiatar mecanismos de represión ante la posible falta de legitimidad a la que la vulgata impuesta por los organismos internacionales prefiere llamar "gobernabilidad".

No obstante, las secuelas de las mutaciones en la forma de producir se hacen notar también en las sociedades desarrolladas como ha sido el caso específico de la planta Renault Douai que habiéndo sido creada hacia 1970 fue paulatinamente el centro de experimentación de las nuevas formas de producción y de la explotación "a la japonesa".

Lo cierto es que la planta de Douai representa una avanzada sobre lo que tradicionalmente se implementaba en materia productiva en las otras plantas Renault más conservadoras y tradicionalistas como ser las de Le Mans, Fins o Sandouville. En un trabajo de Gilles Balbastre y Stéphane Binhas titulado "Vida y alienación en la nueva Fábrica", Daniel Silvert, secretario del sindicato afiliado a la Confederación General de Trabajadores reconoce refiriéndose a la planta de Douai: "Es aquí donde conocimos los primeros pasos de la automatización y la robótica. Somos en cierta forma los cobayos del grupo" (11)

Sin duda durante mucho tiempo las plantas Renault significaron una vitrina y por que no, un modelo de la industria automotriz; con la privatización de la compañía se han agudizado las más brutales prácticas de explotación tomadas de los modelos asiáticos y a su vez se han exportado las nuevas pautas de racionalización hacia otras latitudes en las cuales opera Renault.

¿Qué ocurre con los rendimientos y la gestión? La planta de Douai tiene instaladas las cadenas de las cuales han salido modelos clásicos de la marca como el Renault 19 y el Renault 21 y después toda la línea de los Mégane y los Mégane Scénic. La planta de Douai era hasta mediados de 2000 la de mayor rendimiento de todas las planta Renault de Francia pero ha tenido el lógico costo de reducir el personal de planta y el número de interinos a cambio de un mayor volumen de producción. Las estadísticas ponen de relieve la situación mencionada: en 1983 contaba con 8292 asalariados permanentes y 1.100 interinos y se construían 1.100 automóviles por día. En 1999, la misma planta contaba con solo 6.056 asalariados permanentes reduciéndose los interinos a 772 pero con un promedio de producción diaria de 1.600 vehículos.

Se pone de manifiesto en esta situación la alteración entre riqueza producida y volumen de trabajo humano aplicado directamente; ambas variables marchan en una relación inversa y quizás ha sido más aguda en otras marcas pues Renault Douai marcha séptima en las estadísticas que establecen una proporción directa entre volumen de producción por cada trabajador en un período considerado de un año.

En efecto, Nissan Sunderland produce 105 vehículos por operario en el término de un año, Volkwagen Navarra 76 vehículos, General Motors (Alemania) 76 vehículos, Fiat Melfi (Italia) 73 vehículos, Toyota Burnaston (Gran Bretaña) 72 vehículos, Seat Motorell (España) 69 vehículos, Renault (Douai) 68 vehículos.

Para lograr semejantes rendimientos necesariamente debieron adoptarse ciertas pautas que ya era tradicionales en las automotrices japonesas en la década de los ochenta y que consisten en evitar los desplazamientos y los movimientos que no aportan valor agregado al producto.

Se trata de una nueva lógica que tiende a evitar los desplazamientos y aproximar todos los elementos necesarios para la producción evitándose de esta manera las micro-pausas, lo que obliga a una mayor concentración para lograr la fabricación de cada unidad en menor tiempo.

Michel Sailly, ergónomo en el departamento de condiciones de trabajo de Renault sostiene: "Uno de los objetivos claves del rendimiento industrial es reducir el tiempo de fabricación de un vehículo a quince horas, para tratar de igualar a los mejores constructores mundiales." (12)

En efecto, los movimientos están calculados con una exactitud que necesariamente produce secuelas en el físico de los operadores, la reducción de los desplazamientos priva al operador de movimientos fisiológicos vitales como el caminar, lo que reactiva funciones circulatorias evitando el entumecimiento de las extremidades además de las necesidades psicológicas que se satisfacen en un desplazamiento normal como ser, cruzarse con un colega, intercambiar unas palabras, lo que conlleva a un movimiento que no agrega valor pero que es imprescindible para la salud del operador.

De esta forma el operador debe desempeñarse en una posición rígida lo que conduce a una depreciación del sentido del trabajo; la distribución de las pausas y la inmovilidad de la operatoria es índice de esta depreciación de tal suerte que el tiempo disponible se externaliza y es trasladado al final del proceso que cubre toda la cadena de montaje con el agravante de que la pausa no se realiza en el momento necesario perdiendo su función recuperadora.

Para calcular y supervisar el ritmo de los movimientos y su incidencia en la producción existe en Francia un organismo autónomo denominado Unidad Elemental de Trabajo (UET). Constituída por 20 personas, la UET controla y analiza los parámetros de producción, en el momento de su creación fue bien vista por los sindicatos del sector quienes interpretaron que podía resultar beneficioso para los operadores que de esta forma ganaban en independencia y responsabilidad dentro de la operatoria, pero en realidad la UET se limitó a concentrar sus esfuerzos en la supervisión de los movimientos orientados al logro de una mayor productividad por operador, descuidando por completo cuestiones elementales como ser la salud e higiene.

Una estricta economía de movimientos termina instituyendo una suerte de tarea altamente sincronizada entre los distintos operadores, de manera que se requiere que todos rindan en estrictos términos de igualdad lo que destruye todo vínculo de solidaridad o mejor dicho, revierte los términos de la solidaridad entendida ésta como la obligación de no cometer errores o de estar a la misma altura que todos los integrantes de la cadena con una alta carga culpabilizante para el operador de rendimiento irregular.

Si todos los operadores no tienen un rendimiento uniforme los mejores deben hacer las tareas de los menos eficientes. Se genera una fuerte presión hacia el operador menos eficiente y se alimenta una autodiciplina que desde una concepción tradicional de la solidaridad aparece como un mecanismo que desarticula toda relación basada en la condición laboral para transformarse en una solidaridad basada en el rendimiento, lo cual deja de ser, necesariamente, un mecanismo solidario.

La disciplina laboral aparece íntimamente ligada al derecho de los consumidores, es más, la postmodernidad nos muestra un declinar del derecho laboral y un fortalecimiento del derecho del consumidor en pos del cual está orientada toda la tarea productiva y las condiciones en las que se la despliega. En efecto, Renault Douai es una claro ejemplo, el operador debe realizar una tarea con marcada aceleración de ritmos y debe dentro de esa aceleración satisfacer los imperativos de calidad exigidos, basado en consignas creadas por la propia empresa como ser, error cero, calidad total; una especie de exigencia que se define como "el gusto del cliente" el que aparece como un sujeto invisible y misterioso al que hay que satisfacer plenamente en su derecho a consumir y en sus exigencias de calidad.

En la descripción de estas situaciones laborales aparece con mayor nitidez el declinar del derecho del trabajo y de las normas de seguridad e higiene aun tratándose de una sociedad desarrollada.
Los Comités por la Higiene, la Seguridad y las Condiciones de Trabajo (CHSCT) están obligados de acuerdo con la legislación francesa a evaluar todo proyecto atinente a condiciones de trabajo antes de su ejecución y a posteriori en el control de las normas de seguridad, no obstante la representación sindical debiéndo participar en las reuniones del CHSCT lo hace solo si su presidente lo invita y la estrategia empresarial esta dirigida a convertir al CHSCT en un organismo que exista pero que no funcione.

Las cifras son elocuentes: 11 muertos en 1997 y 27 en 1998 solo en la planta de Douai. Las 35 horas semanales establecidas en Francia lejos de aliviar la situación de los obreros la ha convertido en más comprometedora para la salud. En la Revista empresarial de Renault Douai, su director Yann Vicent expresó: "En 35 horas hay que producir la misma riqueza e incluso más que en 39".

La modificación en la cantidad de horas operando sobre un contexto inalterable en las condiciones laborales y en el ritmo de las tareas obliga a utilizar menos horas para la fabricación de cada unidad; mientras en 1999 eran necesarias 18,3 horas para fabricar un auto, el objetivo es que sean 15 a partir del 2000.

Otra automotriz francesa Peugeot de Sochaux también prefigura este nuevo perfil industrial con nuevas técnicas de producción y de gestión basadas en el método "justo a tiempo" que permite una profunda economía de empleos e intensifica las tareas del personal de ejecución.

Puede afirmarse que no solamente se ha logrado en base a una profunda renovación tecnológica sino también a un trabajo muy sutil desde el punto de vista psicológico, aspecto éste último que no solo involucra a la educación sino también a una nueva conciencia en el sentido de la pertenencia social, lo cual disloca todo vínculo de solidaridad tal como se la entendía con parámetros industriales fordistas.

El término "obrero" ha sido reemplazado por el término "operador", este último supone la eliminación anterior de la distinción entre obreros calificados y no calificados englobando a una mano de obra homogénea, polivalente, funcional para los nuevos patrones tecnológicos y orientada desde lo psicológico a una aceptación casi claudicante de situaciones postmodernas de explotación . En un trabajo titulado "La clase obrera en el año 2000" los sociólogos Stéphane Beaud y Michel Pialoux afirman: "Si las palabras hacen las cosas deshacer esas palabras (a la vez categorías de representación e instrumentos de movilización), contribuye a desmovilizar lo que antes se llamaba la "clase obrera". (13)

En efecto, la aparición de esta nueva categoría supone una situación más individual, como si se hubiera quebrado el núcleo de pertenencia que significaba la idea de una clase en función de un elemento integrador como el trabajo. Los jóvenes ya no quieren ser considerados obreros, suponen que se trata de una categoría superada históricamente y que está ligada a una idea de "mano de obra" y no de un trabajo vinculado con la electrónica o la robótica.

Es decir, ser obrero implica pertenecer a un universo descalificado o degradado socialmente de acuerdo a los nuevos criterios culturales impuestos por la cultura postmoderna, no obstante, más allá de las diferenciaciones semánticas, a la hora de ser explotado da lo mismo ser llamado obrero que ser calificado como operador. La sutileza radica en que el explotado convencido de ser obrero tiene una base de convicción respecto a una condición social que sirve como punto de partida para una lucha lo que no ocurre con el operador convencido dentro de su explotación de ser parte de una categoría laboral de "avanzada".

"Los operadores son reclutados para misiones interinas de corta duración y renovados en función de su comportamiento en el trabajo, donde deben demostrar disponibilidad y lealtad hacia la empresa. Ya no ejercen un oficio (con su lenguaje, su cultura, sus modos de transmisión entre viejos y nuevos), sino una suerte de trabajo puntual ligado a un proyecto; son contratados para garantizar un objetivo acotado (producir ese auto, fabricar esa pieza). Resultan evidentes las ventajas de este "proyecto indigente" que se asigna como objetivo a estos agentes de fabricación: permite romper con ciertas garantías colectivas antiguas, como el reconocimiento de las calificaciones y el progreso en la carrera" (14).

Además de este quiebre en el sentido de la pertenencia que implica obviamente la pérdida de las garantías colectivas y que está pensado desde la gestión de los recursos humanos, se añade la dificultad de que los operadores puedan entablar una relación inmediata y volcar unos a otros sus inquietudes o intereses, los horarios en la planta Peugeot Sochaux son muy variados, el ambiente de trabajo es descripto unánimemente como malo y a pesar de la absurda creencia en la calificación de operador como instancia "superadora" del tradicional calificativo de obrero, los jóvenes no vacilan en considerar a los trabajos de operador como empleos "basura".

La nueva precarización del empleo y la pérdida de las calificaciones es la tónica postmoderna de concebir al empleo industrial, ya no existen las garantías o los progresos basados en las luchas planteadas en términos de clase, hecho muy puntual durante los años del Estado de Bienestar, fueron los tiempos en que considerarse obrero era estar inmerso en una cultura basada en la hipótesis de lucha de la cual surgían las grandes conquistas que beneficiaban a los trabajadores de las compañías pequeñas gracias a las negociaciones colectivas por rama.

Una nueva propedeútica basada en el individualismo hace permanente hincapié en la lealtad a la empresa medida permanentemente en términos de aceptación total de cuanta condición de trabajo se crea, basada siempre en lo que los operadores jóvenes llaman "explotaje" para no utilizar el término "explotación" al que suponen teñido de cierta significación marxista, razonamiento que, por otra parte, es efecto de la misma propedeutica señalada supra.

Va de suyo que esta nueva forma de concebirse en la estructura laboral se arraiga en una falta absoluta de participación en cuestiones que no tengan que ver con el cumplimiento estricto de la jornada laboral; la desconfianza por lo sindical es un hecho que marca toda una estructura de pensamiento que facilita ciertas mutaciones en detrimento de la calidad de vida y de las condiciones de trabajo de los obreros.

Beaud y Pialoux sostienen: "Nada de todo esto implica la desaparición de toda forma de resistencia en las empresas, inherente a toda situación de dominación. Con el tiempo, nacen solidaridades en el trabajo, se construyen afinidades, aparecen figuras militantes. Sin embargo, el estudio de las diferentes dimensiones de la existencia social obrera muestra la desestabilización simbólica de la antigua cultura obrera, profundamente politizada. Tenía profundos elementos existenciales y éticos, una especie de protesta casi muda contra el trato que se recibía en la fabrica. Permitía conservar y afirmar (mal o bien, y más mal que bien) un mínimo de autoestima. Ahora bien, la cuestión de la politización no puede separarse de la manera en que el grupo defendía su dignidad, en que los obreros resistían a la caída, siempre posible, en la indignidad y la pauperización. Tanto en el universo del trabajo como en el de afuera, se combinaban defensa colectiva y resistencia individual. Lo que hacía a la "clase", era por cierto la ideología, los portavoces, los partidos y los militantes obreros, elegidos y sindicalistas." (15)

Hemos ensayado una somera descripción de la situación puntual de los trabajadores del sector automotriz en una economía desarrollada. Ahora bien, ¿cuál es la situación en países como Argentina dentro de la globalización?

Sin duda, el alto porcentaje de desempleados está relacionado con el retroceso del Estado desde comienzos de los noventa más que a la reconversión tecnológica, si bien esta última ha tenido incidencia en el panorama laboral-social.

La consigna es clara: máxima jornada laboral por mínimo salario. En Argentina el proceso de desmantelamiento del Estado de Bienestar demandó prácticamente 25 años desde que en 1976 la necesidad del capital de lograr mayores tasas de ganancia, a la vez que desmantelar todo el movimiento obrero, obligó al gobierno militar de entonces a disolver la CGT, detener a los dirigentes sindicales y planificar de manera sistemática el secuestro y la desaparición de los cuadros militantes.

En Estados Unidos y en Europa, la reconversión tecnológica pudo ser presentada como elemento esencial en el retroceso de los sectores asalariados, no solo en lo atinente a la distribución de la riqueza sino también en lo atinente a las condiciones de trabajo. Pero en puridad, la reconversión tecnológica era presentada como un elemento esencial para la competencia con las automotrices asiáticas, en especial las Japonesas.

En un trabajo de Nicolás Iñigo Carrera titulado "Causas y efectos de la flexibilización" el autor sostiene: "También en Argentina se pretende legitimar la situación con un discurso en el que la apelación a la modernización, a la globalización, a la competencia, a la ineficiencia y sobredimensionamiento del Estado y del gasto público, cumplen el papel de arietes empleados para demoler los valores de una cultura del trabajo, construída a lo largo de un siglo" (16)

Mientras que la avanzada neoliberal pudo realizarse en los países industrializados dentro del marco institucional, en países donde lo institucional resultaba débil, la fuerza y el autoritarismo fueron elementos esenciales para revertir toda una concepción diferente de la sociedad para que se permitiera al capital financiero y a los grandes proveedores del Estado imponer un sistema cuyas estadísticas resultan elocuentes en cuanto al grado de eticidad: el 20% de la población más rico absorbe el 51,6 % del ingreso total, mientras el 20% más pobre recibe el 4,2%. Ser o no ser liberal no es la cuestión, el punto es discutir desde lo ideológico que sociedad se pretende construír y, desde la integración que toda sociedad supone, si esto es o no es ético.

En síntesis, la ausencia del Estado en la regulación de cuestiones vitales, como la regresión en las condiciones de trabajo configuran un panorama laboral que no solo es producto de la ola globalizadora basada en la incorporación de una tecnología que requiere cada vez menos aplicación de trabajo humano directo, sino de ciertas pautas en el cumplimiento específico de las tareas como ser: círculos de calidad, equipos de trabajo, multifuncionalidad, justo tiempo, tareas de supervisión y control realizadas por los propios obreros e impuestas por la misma organización del trabajo. El ritmo de trabajo se hizo más intenso y menor el tiempo aplicado a desplazamientos no productivos. En síntesis, no hay gran diferencia con lo que expusiéramos respecto a las formas más intensas de explotación en el mundo desarrollado; a los empleos que puedan destruírse con el avance tecnológico se añade una profundización de la subordinación del trabajador al sistema de la máquina, con un aumento profundo de condiciones despóticas y homogeneización en la calificación del obrero.

Así como en el sector industrial se intensificó el ritmo del trabajo y se perfeccionaron las técnicas para lograr un mayor rendimiento del capital sin importar las secuelas en la salud; en el sector servicios las mutaciones no han sido menos salvajes.

Las reconversiones y fusiones bancarias -por mencionar al sector financiero dentro del amplio espectro de los servicios- han tenido como principal costo la pérdida de los puestos de trabajo. Es curioso que a pesar de las reconversiones tecnológicas las condiciones laborales del sector hayan empeorado; el criterio específico de analizar todo en función de costos ha llevado al riesgo de que sectores enteros de una empresa puedan tercerizarse como consecuencia de resultados no deseados en la gestión.

La contratación de personal de manera precaria - hoy perfeccionado con el período de prueba de hasta seis meses instituído por la última reforma de la ley 25.250- se acopla a nuevos criterios de contratación en lo atinente a edad y perfil general de los postulantes, buscando un empleado polivalente, no sindicalizado, sobradamente apolítico y desideologizado (máxime si está en la franja que va entre los 18 y 25 años), dócil a las nuevas necesidades y cuyo costo social sea ínfimo.

Gabriel Eduardo Pérsico, ex Prosecretario de Organización Sindical de la Seccional Buenos Aires de la Asociación Bancaria y especialista en relaciones político-institucionales sostiene: "Con los nuevos criterios que se han impuesto merced a la última ola modernizadora de los años noventa todo se ha alterado. Cada empresa crea su propia estructura de remuneraciones sin respetar las categorías de los convenios, como por ejemplo el 18/75, que se encuentra vigente pero ningún Banco lo aplica. Cada puesto está previamente analizado y descripto en función de costos. Así se logra un conocimiento previo de cual es el costo de cada unidad operativa" (17)

En efecto, los nuevos criterios centran la cuestión en el costo y en el resultado de la gestión, o bien como agregar valor a lo gestionado. Jac Fitz-enz, ex director de recursos humanos de Motorola y Wells Fargo Bank sostiene: "Las personas son activos. De modo que miremos el trabajo de usted (refiriéndose a un gerente de RRHH) desde el punto de vista de los directores de activos humanos. Su trabajo es dirigir a la organización en la adquisición, mantenimiento, desarrollo, supervisión y medición del activo humano y de los resultados de su trabajo, concretamente calidad, productividad, servicio y ventas. Al igual que los bienes de capital, los suministros, la energía, también hay que adquirir personas.(18)

Sin duda una consideración moderna de las relaciones laborales no hacía tanto hincapié en la cuestión de los costos ni en la comparación directa de las personas en un plano de igualdad con otros activos, esta nueva idea que ha cobrado tanto auge en los últimos quince años reduce la contratación de personal a una cuestión estrictamente técnica a resolver evaluando resultados de gestión, funcionalidad, capacidad de adaptación, liderazgo y habilidad para manejarse en equipos de trabajo. El costo de una contratación se calcula desde la primer entrevista con el aspirante hasta la proyección de cuanto es el coste de la carrera de un empleado medida en porcentajes sobre su salario del primer año de actuación. El propio Fitz-enz refiere al respecto: "A principios de la década del ochenta la compañía Upjohn calculó que el coste de la carrera profesional de un empleado era 160 veces el salario de su primer año. Lo asombroso es que para 1990 Upjohn había recalculado el coste de la carrera profesional y descubrió que era 117 veces el salario del año inicial." (19)

De manera que la contratación de personal está sujeta a variables siempre relacionada con los costos y el rendimiento empresarial, la persona es un activo que debe



dr. carlos alfredo pérez caimi / dju
Estimado colega periodista: si va a utilizar parte esta nota o del fallo adjunto como "inspiración" para su producción, por favor cítenos como fuente incluyendo el link activo a http://www.diariojudicial.com. Si se trata de una nota firmada, no omita el nombre del autor. Muchas gracias.

VOLVER A LA TAPA

Diariojudicial.com es un emprendimiento de Diario Judicial.com S.A.
Propietario: Diario Judicial.com S.A. Amenábar 590 Ciudad Autónoma de Buenos Aires
Directora: Esther Analía Zygier. Registro de propiedad intelectual 54570890 Ley 11.723.
Descarga
la portada del diario en formato PDF

Reciba diariamente por e-mail todas las noticias del ámbito judicial.
Copyright ® 1999 - 2024 . Diario Judicial. Todos los derechos reservadores. ISSSN 1667-8486