A la memoria de la Dra. Alicia V. Pérez
"Ante el imperialismo, al menos, se luchaba; ante la globalización la mayoría
se resigna. Pero el fenómeno es uno solo. Lo que ha cambiado es la actitud de
los hombres."
Introducción:
Los hechos históricos son sin duda imprescindibles para una hermeneútica de
la historia y su conocimiento resulta esencial en la investigación pero, a riesgo
de ser excesivamente categóricos, el conocimiento puntual de los hechos no conduce
a una correcta exégesis si no son ubicados dentro del proceso histórico del
cual forman parte.
Hay dos conceptos puntuales muy utilizados en las ciencias sociales a saber:
postmodernidad y globalización. Ambos refieren a procesos históricos que permanentemente
se busca asociar a hechos específicos como ser, el fin del milenio, la caída
del socialismo, la crisis de los grandes relatos, etc.
Lo cierto es que no hay unanimidad respecto de cuáles son los referidos de ambos
términos. La sociología tiene conceptos específicos y de rigor científico para
referirse a fenómenos sociales, la existencia de esa unanimidad consagra al
concepto como el enunciado de un fenómeno social específico.
Las palabras "cultura" o "status" o "grupo" tienen una significación en el lenguaje
ordinario y son también conceptos que forman parte del arsenal terminológico
de las ciencias sociales y su utilización refiere a algo sobre lo que no hay
discusión o al menos un mínimo consenso epistemológico, siendo palabras del
lenguaje cotidiano pero desprovistas de las ambiguedades y de la complejidad
de su uso extra científico.
Asociar el término globalización o postmodernidad a ciertos acontecimientos
históricos o al fin del milenio conduce a la superficialidad teórica que señalaramos
supra y que parte del error de hacer hincapié excesivo en los hechos y no en
los procesos históricos.
Ensayaremos una respuesta a demostrar: la postmodernidad es un proceso histórico
que se inicia a mediados de los años setenta conjuntamente con la revolución
científico técnica y que consiste en líneas generales en un cambio de paradigma
no solo en la forma y procedimientos productivos sino en las relaciones sociales.
No representa un cambio radical en términos de estructuras de poder o de instituciones,
tan solo significa un retroceso respecto de algunas garantías que caracterizaron
a la modernidad.
En el terreno artístico y cultural significa una ausencia general de vanguardias
y una explotación comercial y de reciclaje permanente respecto de formas artísticas
propias de la modernidad. Es decir, desaparece el potencial negador que cada
proceso creativo aplicaba sobre las pautas del anterior, fenómeno típico de
la modernidad, y se implanta un "todo vale" de formas y estilos explotados de
manera efímera y superficial. Hay una profunda modificación del espacio urbano
tomando cada vez más fuerza e incentivo los espacios públicos que reproducen
la seguridad y la exclusividad de lo privado.
En el terreno jurídico el derecho pierde la fuerza protectiva-integradora y
su faz reguladora de equilibrio de fuerzas sociales con la inclusión del conflicto
para ser un ordenamiento colmado de justificaciones y de mecanismos que escamotean
el conflicto social y reaseguran el poder absoluto y demoledor de las elites
y del sistema del mercado. La gobernabilidad será un término muy utilizado para
hacer referencia a la mutilación operada sobre derechos y garantías, paso necesario
para la viabilidad del sistema.
Globalización es un término que refiere al proceso de desarrollo de las comunicaciones
a nivel planetario y que subliminalmente sugiere una aldea global que esconde
las realidades respecto a la desigualdad de las regiones que forman esa aldea
es decir, uniformidad cultural y de estilos, pensamiento y alternativas monocordes,
unicato en cuanto a formas y estructuras de pensamiento pero diversidad disimulada
y escamoteada en cuanto a derechos de las naciones, a explotación de una áreas
por otras y al mercado como único sistema global y absoluto.
Podemos afirmar que la globalización es el nombre del imperialismo en la postmodernidad,
pero es el desideratum del imperialismo, quizás su más perfecta evolución histórica,
consiste en una dominación que presenta de manera difusa la relación entre centro
y periferia a niveles de mostrar al planeta como un centro único donde la relación
dialéctica desaparece.
En la modernidad era común la creación y reproducción de consignas contra el
imperialismo. ¿Qué ha pasado? La cuestión consiste en profundizar y perfeccionar
un esquema y luego cambiarle el nombre de manera que pueda hablarse de "lo dado"
como un hecho objetivo y ascéptico, desprovisto de un análisis sesgado por creencias
o preferencias ideológicas.
Hablar de globalización es hablar -prima facie- de algo tan natural como hablar
de la lluvia, se incorpora a nuestro lenguaje y se la acepta como un fenómeno
natural ante el cual nada puede hacerse. De hecho, no es común el planteo de
lucha frontal contra la globalización como sí ocurría durante los setenta contra
el imperialismo.
El propio término imperialismo sufrió un profundo descrédito a niveles de asociárselo
a fantasías ideológicas que insistían en ciertas interpretaciones alejadas de
la realidad. El descrédito de ciertos términos fue claramente apuntalado por
quienes entendían la necesidad de modificar las relaciones de poder y el rol
de los estados nacionales en la faz social a partir de la segunda mitad de los
setenta y que contaron para semejante tarea con el poder de todos los medios
necesarios, desde los thinks tanks a las universidades, pasando por los medios
de comunicación social hasta las instituciones internacionales de crédito.
Desacreditado el término imperialismo y luego reemplazado por "globalización"
-asociada ésta última a una suerte de apoteosis del avance tecnológico, de las
comunicaciones y del progreso ilimitado como síntesis de una concepción lineal
de la historia- fue sólo una cuestión causal que alguien elaborara la idea de
un "fin de la historia" como apotegma ideológico de la idea de que un nuevo
esquema de dominación o un "nuevo orden" se instalaba para perfeccionarse permanentemente
pero sin instancia superadora.
Más que fin de la historia es más propicio hablar de una muerte del pensamiento
crítico, creador, diverso y de dar pábulo a la creación de una sutil pero a
la vez precaria ideología consistente en negar a todas las ideologías menos
la liberal como única, absoluta e insuperable.
Resulta paradójico que en la era de las comunicaciones la humanidad tenga tantas
dificultades para comunicarse respecto a cuestiones trascendentales ya sea de
orden social o espiritual, o bien que en la era del pináculo del desarrollo
tecnológico y de la potencialidad productiva la distribución de la riqueza haya
alcanzado tan altos índices de inequidad.
En los apartados subsiguientes -habiendo previamente delimitado algunos términos
que podían caer en la zona gris de la ambigüedad- se intentará a grandes rasgos
abordar las consecuencias del proceso de globalización en las distintas facetas
de la vida de las sociedades.
1) Globalización y cultura
"La democracia es el sistema que nos permite -cuando nos lo permite- consumir,
comer y recrearnos de la forma en que una elite quiere que lo hagamos, la misma
elite que se empecina en decirnos como debemos pensar y que vulgata debemos
pronunciar"
Jerry Rubin -figura emblemática de la revolución de los sesenta- apareció públicamente
en 1985 debatiendo con Abbie Hoffman en el anfiteatro de la Universidad de Filadelfia
blandiendo su tarjeta de crédito y diciendo: "Vosotros recordáis quien era yo
en los años sesenta. En esa época animé cientos de reuniones en los colegios
y universidades. Fui detenido treinta y seis veces" "...en los años setenta
me afeité la barba y nadie ha vuelto a reconocerme en la calle. Hoy ya no salgo
de mi domicilio sin antes comprobar si llevo encima mi tarjeta American Express"
(agita su tarjeta entre risas y aplausos). (1)
El hecho es hoy una anécdota pero no deja de ser un claro síntoma de la variación
de los tiempos, un Jerry Rubin comprometido y moderno cede paso a otro ensimismado
en su proyecto personal y claramente postmoderno.
El mismo Jerry Rubin en aquella disertación de 1985 refrescaba a la audiencia
los cambios sociales operados durante los setenta. Su encuentro con Abbie Hoffman
es el debate -según él- "entre la nostalgia y la modernidad".
En realidad se trataba de la nostalgia por una modernidad pletórica de valores
y utopías y una postmodernidad vaciada de proyectos colectivos o de cruzadas
movilizadoras o de la política entendida como negocio y proyecto personal y
no como militancia de fuerte compromiso social.
Este individualismo no es como creen algunos autores o como reiteradamente se
afirma en círculos académicos o políticos, un producto típico y exclusivo del
posmodernismo.
Es el individualismo moderno que se presentaba más nítido en el plano artístico
y cultural que desorbita esas esferas y se arraiga con notable fuerza -hasta
dogmática e ideológica- en la concepción del manejo de los asuntos públicos
y del Estado.
Jerry Rubin es el ejemplo del revolucionario sesentista que protagoniza revueltas
contra el sistema en nombre de un proyecto integrativo, generacional, de amplia
participación pero que entiende cumplidos sus ideales cuando su generación llega
a la conducción del Estado, negando los valores otrora movilizantes y justificando
el individualismo antitético a sus años de lucha.
Cuando hablamos del individualismo moderno nos referimos al terreno estrictamente
cultural donde precisamente a partir de la acción individual de los artistas
y de la intelectualidad se gestaban permanentes corrientes de vanguardias cuestionadoras
o, utilizando el término de Adorno, "proceso de negación" que en la sucesión
histórica significaban procesos de autonegación. (2)
La modernidad es un proceso de institución de valores y de permanente destrucción
de lo instituído. El arte moderno cuestiona los valores burgueses y crea y recrea
a través de manifestaciones que expresan un interés disonante con lo establecido,
como si el orden burgués basado en la disciplina del trabajo, en la acumulación
y en el control social fuesen cuestionados por el arte enfrentando el orden.
Como afirma Lipovetsky : "El modernismo no solo es rebelión contra sí mismo,
es a la vez revolución contra todas las normas y valores de la sociedad burguesa"
(3)
La rebelión se hace más palmaria en la segunda mitad del siglo XIX y nace un
individualismo asérrimo, contrario a los ordenes como la racionalidad, el dinero
en términos de ahorro y de cálculos, el ascetismo al que conducía el racionalismo
burgués.
Daniel Bell sostiene que mientras la burguesía establecía un orden basado en
el individualismo económico y estaba dispuesta a suprimir todas las relaciones
sociales tradicionales o anteriores a su consolidación como clase temía al individualismo
moderno en el ámbito de la cultura lo que ciertamente operaba como una válvula
que permitía soltar impulsos contestatarios pero que podía llegar a ser más
que eso y convertirse en un instrumento para operar desde ámbitos más comprometidos
y cuestionadores como ser la política.
El individualismo -por tanto- no es un fenómeno nuevo o exclusivo del postmodernismo,
los últimos 25 años del siglo XX nada nuevo han creado en torno a procurar afiatar
los mecanismos de la lógica individual. Pero es innegable que el individualismo
posmoderno ya no tiene una fuerza que lo agrede desde lo cultural. Por eso no
vacilamos en afirmar como una característica fundamental de la posmodernidad
el agotamiento de las vanguardias y al desmantelamiento del proceso de negación
del que hablaba Adorno y que alcanzara un punto culminante durante los años
veinte sobre todo en Estados Unidos con el surgimiento del consumo en masa y
la gran industria de productos en serie.
Es más, el posmodernismo se adueña de los aparatos culturales basados en la
imagen y refuerza su lógica lo que penetra masivamente y en cuestión de segundos.
La formación necesaria para oponerse al orden burgués moderno es reemplazada
por la información que no se utiliza contra ese orden sino que lo refuerza;
en puridad el orden establecido es más difuso y ni siquiera la rebelión artística
sabría hacia donde direccionarse y no precisamente por ausencia de injusticias
o porque no exista una sensación colectiva de que se ha instalado entre los
hombres y desde casi tres décadas, un sistema claramente injusto y regresivo.
El perfeccionamiento de los medios de comunicación permitió un proceso similar
al que afectara a la palabra con la imprenta: la imagen aparece desacralizada,
desprovista de la distancia que establecía con la percepción común en los tiempos
modernos en los cuales no existía la posibilidad técnica de generar imágenes
o bien no podía generárselas con tanta intensidad e inmediatez.
En clara alusión a este proceso es que Regis Debray ha sostenido: "La tele pone
en peligro el desdoblamiento de los Príncipes, en el punto más alto de las visibilidades
sociales. El jefe del Estado seductor tiene un cuerpo de más, el suyo." "Prestaciones,
desempeños, exhibiciones: lo que atestigua su presencia devalúa su autoridad.
La creencia que liga su suerte a la tele será cada vez menos creíble, como la
tele misma. Por introducirse demasiado en el torrente de imágenes, la autoridad
se licúa y la estatua del comendador audiovisual se ahoga en sus reflejos, parodias
e irrisiones en cascada. En videocracia la personificación (física) tiende a
arruinar la personificación (moral). La transparencia liquida la trascendencia"
(4)
La permanente recreación de esa inmediatez de las imágenes produce una ruptura
en la solemnidad que recubre -o pretende recubrir- la imagen de cualquier autoridad
pública. No era posible en la modernidad - con excepción de la modernidad tardía-
ver al presidente en actitudes tan campechanas como domésticas o en variaciones
circunstanciales tan cambiantes como el discurso dirigido al pueblo, la conducción
de un programa televisivo o la aparición en cualquier "talk show" que lo convierte
en el más importante de los bufos mediáticos.
Mostrarse en la transparencia bufonesca liquida la trascendencia que se supone
inherente a su investidura. Más bien la investidura aparece minimizada en su
credibilidad al extremo de que la debilidad de la autoridad pública parece planificada
y la conclusión lógica de que el "presidente está y existe solo porque debe
haber un presidente" adviene como consecuencia de dicha debilidad -en apariencia-
planificada.
Pareciera de esta forma que no existe nada más allá de lo que ocurre en los
medios, y los "mass media" no son la técnica que refleja lo que ocurre en la
realidad fáctica sino que la única realidad es la mediática. La política, el
"hacer política", es cosa que se resume en los medios o que ocurre en los medios,
y la falta de credibilidad azuzada por la constante aparición en los medios
recrudece la falta de convocatoria en otros ámbitos que no sean la pantalla.
Beatriz Sarlo sostiene: "...hay discurso salvaje sobre los medios que declina
la discusión estética, así como el discurso tecnocrático sobre la política declina
la pregunta moral." "Todo es indiferentemente verdadero o falso porque a su
vez todo aparece articulado en la sintaxis igualadora que propone el show bussines.
En realidad, podría decirse que esta sintaxis es una ausencia de sintaxis, porque
no establece un sistema de subordinación y articulación. Es básicamente una
parataxis en la que indistintamente se incluyen los publicitarios y los programas"(5)
La forma de situarse ante las imágenes y de decidir sobre su permanencia impone
una nueva modalidad de espectación, se está en todas partes y a su vez no se
está en ningún lado, el "zapping" produce una sucesión infrenable de imágenes
que refuerzan la parataxis, dislocan el entendimiento basado en la articulación
de mensajes; desde un control remoto solo se articula una suerte de "video clip"
hogareño compuesto por imágenes que no guardan relación unas con otras y que
tienen en la captación rápida y superficial la negación del entendimiento y
la concentración desplazadas abiertamente por el entretenimiento y la distracción.
A través del "zapping" nada se entiende y no hay nada que entender porque la
distracción opera como una suerte de relajación racional y emocional, entretenerse
pasa a ser un privarse de la profundidad y un resignarse a la aceptación. La
fuerza y rapidez de la imagen liquida la intención de juzgar e inhibe el juicio
crítico. Entretenerse deja de ser una instancia lúdica pasajera para transformarse
en un estado permanente de liviandad, de vacío y satisfacción efímera.
De esta forma, del modernismo al posmodernismo, la gran transformación ha consistido
en exacerbar al extremo cuestiones esenciales a la modernidad pero dislocadas
de su función original, en este sentido, la caída de las vanguardias no es más
que la menifestación palmaria de un hecho más profundo: el postcapitalismo ha
absorbido todos los impulsos contestatarios y agresivos, restando terreno a
la reacción en todos los planos en especial el artístico.
El poder se torna permeable respecto a ciertas pautas hasta en cuestiones elementales
como el modo de vestir. Usos considerados rebeldes o transgresores son asimilados
de tal forma que dejan de ser medios para transgredir: ¿Por qué no volver objeto
de consumo y pieza del circuito comercial lo "underground"? ¿por qué no pueden
alimentar al sistema las corrientes surgidas en su momento para combatirlo?
Ya dijimos que en los años veinte -y en especial en EE.UU.- el modernismo alcanza
su máxima expresión en el terreno económico con el perfeccionamiento de la producción
en serie.
Cambia estructuralmente hasta la forma de consumir. Del ahorro imprescindible
y previo al consumo se pasa al consumo inmediato basado en el crédito y en las
tarjetas de crédito lo que posibilita comprar sin pasar por el ahorro anterior,
se produce una fuerte variación en la concepción de la satisfacción basada en
el uso de bienes rápido y con un espíritu más individual y claramente hedonista:
primero se posee y luego se paga. Esto parecía reñido respecto a la moral burguesa
del siglo XIX para la cual el individualismo iba acompañado de un ascetismo
racional y de una cultura del trabajo y del ahorro. No obstante la reacción
de las vanguardias no cesa, a la explosión consumista de los años veinte siguieron
movimientos fuertemente contestatarios pues en realidad era el propio capitalismo
el que llevaba al extremo el hedonismo antes esgrimido como elemento substancial
por las vanguardias.
Artistas típicamente modernos como Baudelaire, Rimbaud, Proust e incluso los
surrealistas son una permanente e innovadora reacción contra el orden burgués.
Así como en los años veinte el propio capitalismo creó las condiciones para
el consumo masivo incorporando para su funcionamiento al hedonismo y el consumo
súbito y desenfrenado -otrora demandado por las vanguardias como culto y expansión
del yo- será cuarenta años más tarde cuando la reacción será cuestionadora del
propio consumo, del propio sistema que se percibe como manejado por quienes
deciden modas y hábitos, una suerte de tiranía subliminal y oculta, basada en
uniformar pensamientos, hábitos, estilos de vida.
El desprecio por la sociedad de masas, el desenfrenado deseo de recluírse en
comunidades aisladas en las cuales se crean modos de relación diferentes a las
concebidas con hábitos de consumo opuestos a los establecidos -pero consumo
al fin- serán hechos comunes en los sesenta como modo de reaccionar contra el
sistema ya sea por oposición a la guerra, la lucha por los derechos civiles
o las revueltas en el seno de los movimientos estudiantiles. La película Zabrinsky
Point del realizador Michelángelo Antonioni recrea con singular maestría este
clima de fin de época, la reacción contra la sociedad de consumo en la modernidad
tardía.
Sin embargo el consumo y el hedonismo son elementos claves en la cultura tanto
moderna como postmoderna solo que en ésta última se da un hecho particular:
los valores propios de la esfera artística aparecen asimilados y transformados
también en objetos de consumo y se produce así el triunfo y la consagración
de lo novedoso por encima de lo sustancioso y creativo. Lipovetsky sostiene
"...el fin del divorcio entre los valores de la esfera artística y los de lo
cotidiano"(6)
En efecto, la postmodernidad se caracteriza por una explotación constante y
fundamentalmente comercial de todo cuanto la modernidad diera como expresión
y como reacción al orden establecido, el proceso moderno de permanente negación
de lo estéticamente establecido se desvanece ante la ausencia de negaciones
o más bien ante la constante afirmación de todo lo dado como si todo valiera
y fuera igual; sin contexto. El arte de los años cincuenta o de los sesenta,
la música de cada década es vivida sin ningún compromiso o más bien sin ninguna
relación movimientista o viviencial respecto al hoy; tan solo se produce una
atmosfera de explotación y reciclaje de lo denso y rico que pudo tener cada
manifestación pero transpolado a su uso liviano, "ligth", reducido a un simple
instrumento de distracción y pasatiempo para lo cual se opera degradando la
esencia de cada manifestación. Con buen criterio Lipovetsky sostiene: "Manifestación
artística del postmodernismo: la vanguardia ha llegado al final, se ha estancado
en la repetición y substituye la invención por la pura y simple inflación."
Si bien -como dijeramos supra- los años sesenta significaron una última revuelta
cultural moderna no debemos creer que la misma estuvo desprovista de aquellos
elementos que se identificaban como no deseables en el sistema. El consumismo
y el hedonismo son parte de la cultura de los sesenta, una sensiblidad irracional,
psicodélica, orgiástica hasta tener aspectos de degradación en lo moral y sexual
(basta pensar en Burroghs y Mailer) o una fuerte necesidad de vivir en forma
acelerada y efímera (algo similar al postmodernismo puro) como se refleja en
la literatura de Kerouac y Ginsberg.
El individualismo y la permanente afirmación del yo o de la necesidad individual
no nacen en los noventa sino que son propios de los años sesenta como última
reacción a una civilización basada en el consumo masivo pero imbuída de una
fuerza de lo individual que dejará de ser el motor de cualquier manifestación
de vanguardia para convertirse en la esencia del nuevo sistema en el cual la
idea de lo público y masivo perderá fuerza simbólica en lo reivindicativo para
concentrarse exclusivamente en el consumo vivido como primordial faceta de la
afirmación del yo al extremo de que la imposibilidad de consumir implica la
exclusión de los circuitos sociales y de los hábitos de vida que el mismo sistema
presenta como deseables, arquetípicos y a la vez de difícil alcance.
La transformación postmoderna está ligada -si no es parte- de la transformación
del espacio urbano. Tanto las ciudades modernas como el trabajo se presentan
como dos terrenos donde hace estragos la vulnerabilidad social. (7)
Marshall Berman -quién estuviera en Buenos Aires en la primavera de 1996- explica
con brillante claridad en su obra "Todo lo sólido se desvanece en el aire",
el proceso de transformación de los estilos arquitectónicos y hasta la forma
de desplazarse: del boulevard o las avenidas modernas como único espacio de
desplazamiento a las autopistas como arterias que saltean el espacio urbano
hay toda una variación en las formas de concebir los espacios, el desplazamiento
es por encima de la ciudad desde donde solo pueden verse terrazas, picos o extremos
de edificios, como si se intuyera el espacio circundante en lo inferior pero
sin su contacto.
El fenómeno de excluirse del espacio urbano adquiere un desarrollo pleno durante
los noventa de ahí la preponderancia que adquieren los barrios privados munidos
de dispositivos especiales para controlar la seguridad de sus habitantes, es
un reducto que escapa a la forma de vida de la ciudad y obviamente pretende
una invulnerabilidad absoluta respecto a las inseguridades potenciadas por la
crisis social en el seno de las grandes concentraciones urbanas.
Esto implica una diferente concepción del espacio y del tiempo en el mundo globalizado,
al espacio exclusivo y reducido de ciertas elites satisfechas se agrega una
diferente concepción del tiempo unido a los desplazamientos como brillantemente
lo demostrara Bauman, al espacio ilimitado de quienes tienen el poder económico
y a un tiempo concebido como una constante mutación de actitudes y experiencias
se opone por contraste la monotonía del tiempo y del espacio de quienes han
sido convocados al proceso globalizador como derrotados sociales, atrapados
indefectiblemente en los localismos que ya no garantizan ni derechos, ni tradiciones
culturales.
El auge del Shopping es otra forma de variar la concepción del espacio en un
aspecto trascendental como es la recreación la cual aparece desplegada en un
ámbito también arrebatado al espacio urbano de suerte que lo público puede vivirse
con la modalidad de algo privado, seguro y exclusivo.
Beatriz Sarlo ha descripto brillantemente el fenómeno del shopping en el mundo
posmoderno: "Como una nave espacial, el shopping tiene una relación indiferente
con la ciudad que lo rodea: esa ciudad siempre es el espacio exterior, bajo
la forma de autopista con villa miseria al lado, gran avenida, barrio suburbano
o peatonal. En el shopping no solo se anula el sentido de orientación interna
sino que desaparece por completo la geografía urbana. La ciudad no existe para
el shopping, que ha sido construído para reemplazar a la ciudad. Por eso, el
shopping olvida lo que lo rodea: no solo cierra su recinto a las vistas de afuera
sino que irrumpe como caído del cielo, en una manzana de la ciudad a la que
ignora; o es depositado en medio de un baldío al lado de una autopista, donde
no hay pasado urbano". (8)
Tanto la separación de ciertos ámbitos del resto del espacio como de la tradición
urbana, son una clara ruptura con el pasado del cual nada importa y del cual
se desentiende todo el diseño arquitectónico postmoderno, como si las identidades
citadinas se fundieran en una "no identidad" de formas, estilos y hasta en ciertas
fachadas portadoras de marcas de una gran carga simbólica como ser la aparición
de cualquier cartel de "Mac Donald´s" en cualquier sitio de cualquier gran ciudad
la cual se asemeja a un simple suburbio de una aldea mayor, global y uniforme.
De esta forma se licúan los particularismos y se instaura una suerte de estilo
único fuera del cual nada resulta funcional, desde los hábitos de consumo hasta
ciertas modalidades en el actuar -que no dejan de ser el resultado objetivo
de necesidades creadas por la evolución económica del mismo sistema- hasta la
estructuración de la ciudad y sus espacios en función de esos hábitos y para
su realización súbita, efímera y repetitiva.
Los barrios privados a los que hiciéramos alusión supra, son la manifestación
de transformaciones más profundas en el seno de la sociedad y que involucran
no solamente la cuestión de la seguridad sino que ésta última es un síntoma
más que desencadena un sistema de producción y de distribución.
En efecto, hay dos posibilidades de excluírse, la exclusión dada por la elección
de quienes fuertemente integrados al sistema buscan apartarse de los espacios
urbanos como una nueva forma de vida más segura y acorde a las modalidades sistémicas
de recrear lo público en modalidad privada y que, dentro de esas estructuras
privadas organizan un esquema de seguridad personal más efectivo; esta forma
de exclusión es protectiva de todo los valores -fundamentalmente económicos-
a los que adviene una forma de vida basada en la inclusión y la satisfacción.
La otra exclusión resulta ser la faz cruelmente simbólica del fenómeno regresivo
en la distribución de las riquezas, de la modificación súbita en las formas
de producir y gestionar, es la exclusión no dada por opción sino por la obligación
a la que somete el sistema a sus hombres desprotegidos ya sea por la ausencia
del Estado en materia social o por el excedente humano que representan quienes
no pueden ofrecerle nada al sistema o más bien el sistema nada quiere de ellos
asignándoles las secuelas de la derrota social.
Solo el desplazamiento dentro de ciertos espacios es la forma de libertad de
quienes no pueden acceder a la libertad del consumo, a la libertad económica
de la que hace gala el sistema que presume de no ser planificado pero que planifica
constantemente las desigualdades y los latrocinios sociales como si fueran cuestiones
inevitables de una mano misteriosa e invisible que llaman mercado.
El mismo sistema económico que ha potenciado el enriquecimiento súbito de algunas
elites ha generado la inseguridad en las grandes orbes; inseguridad de la que
escapan los excluídos por opción.
2) Globalización y derecho:
"Tener esclavos no es nada, lo que es intolerable es tener esclavos y llamarlos
ciudadanos" Diderot.-
¿Cómo pueden negarse los derechos fundamentales del hombre en un contexto político
y social que tiende a generar excluídos y a la vez afirmar los derechos individuales
del hombre en su reconocimiento formal?
La pregunta no es un simple ejercicio retórico y está íntimamente ligada a una
problemática postmoderna cual es, la mutación de los modelos económicos sociales
y la rigidez normativa que hace que los ordenamientos jurídicos se transformen
en textos cuya validez está dada por el propio texto y no por el efecto que
la consagración de los derechos pueda producir en la realidad.
Entramos así en el tema de la performatividad como característica de una nueva
forma de legitimidad propia del postmodernismo y cuya entidad ha de buscarse
por el lado de la teleología y no de la eficacia puesto que la legitimidad está
dada por un discurso que ha de contener un mínimo umbral de eticidad.
El discurso jurídico es, como acabamos de enunciar, un discurso. Y como tal,
busca producir un efecto; la performatividad debe medirse por la consecuencia
que produzca ese discurso y no por la eficacia, la cual se mide por la fuerza
de los aparatos estatales y el monopolio del uso de la fuerza como aspecto medular
en la definición del Estado.
El derecho ha pasado a ser el discurso y el discurso es el derecho, máxime cuando
se consagran doctrinas como la denominada "realismo jurídico" que tan claro
efecto han producido, por ejemplo, en la desactivación de la faz tuitiva del
derecho del trabajo.
Como bien dice el Dr Ghersi: "La postmodernidad utiliza la lógica de la abstracción
como proceso y resultado investigativo -fenómeno cíclico recursivo que ya se
dio en los inicios de la modernidad- presentando al derecho desde el discurso.
El liberal y el neoliberal, sin duda en este sentido poseen un hilo común en
el discurso: la abstracción." (9)
Enunciados que surgen de los ordenamientos jurídicos resultan ser construcciones
semánticas aisladas de los condicionamientos y los impedimentos de la realidad
social, el derecho al trabajo es presentado como inalienable para el ser humano,
así lo enuncian las constituciones y los tratados internacionales pero la realidad
económica y las particulares formas de concebir el rol del Estado y la asignación
de los recursos impiden el ejercicio de ese derecho elemental, es más, cuestiones
esenciales para que ese derecho se ejerza tampoco se cumplen como ser, alfabetización,
conocimiento de modernas tecnologías, capacitación acorde a los nuevos criterios
de producción y gestión. Se habla de capacitación y cada vez se capacita menos
o la capacitación adecuada llega solo a ciertos sectores dotados de los recursos
para acceder a niveles de educación imposibles para sectores carecientes a los
cuales se les retacea la infraestructura y los recursos para una calificada
educación pública.
La ontología jurídica solo muestra un aspecto del derecho, lo superficial, lo
esencial del fenómeno aparece oculto; como decía Heidegger "la realidad humana
siempre trasciende al fenómeno". El discurso formal y abstracto del derecho
oculta las verdaderas prácticas sociales lo cual se torna más evidente en el
seno de una cultura que exacerba el valor de lo individual, hecho que no se
había manifestado hasta la modernidad tardía cuando la cultura individual avasalla
a la socialización de los derechos.
El discurso jurídico sirve entonces para elaborar desde lo discursivo institucional
un velo que oculta el verdadero reparto social no solo en lo atinente a la riqueza
sino lisa y llanamente en la asignación de roles, así es que todos los ciudadanos
aparecen como iguales ante la ley, la misma ley que no puede garantizar las
igualdades y que constituye la norma de un sistema basado en la desigualdad
y en la exclusión de amplios sectores de la sociedad, hecho más notorio en sociedades
subdesarrolladas como Argentina en las cuales lo axiológico e ideológico es
reemplazado por criterios economicistas hasta en tópicos socialmente medulares
como la salud y la educación.
En la postmodernidad -como en ningún otro proceso histórico- el derecho aparece
como un fenómeno descontextualizado, quizás por eso desde un punto de vista
epistemológico es necesario analizar el derecho comprendiendo niveles superpuestos
para tener una noción del derecho como hecho social y no como algo ajeno al
contexto; lo que Althusser llamaba "índice de eficacia" es decir: "representar
al derecho como un fenómeno de la sociedad y hacerlo desde espacios del saber
distintos, como referentes reflexivos" (10).
De ahí la importancia de concebir al derecho o más bien a los derechos como
hechos sociales que no pueden permanecer como abstracciones o como meras preocupaciones
académicas o como dice Habermas "erudita ilustración". La postmodernidad encuentra
en el derecho una construcción pétrea aislada de las prácticas cotidianas; cuestiones
esenciales como el trabajo no pueden formar parte de la ley como un simple marco
regulatorio que no alcanza ni tan siquiera a rozar la realidad concreta y quedarse
en la abstracción de las palabras.
En una sociedad mercantilizada o en un sistema económico que todo lo comercializa,
el derecho a trabajar no puede permanecer como un simple enunciado o un plexo
normativo que sirva para disimular carencias, por tanto el derecho no puede
permanecer ajeno a las necesidades sociales y debe plantearse su estudio desde
otras disciplinas recreando sus campos relacionales como ser la historiografía,
la sociología, la política, la lingüística, la economía recreando así su praxis
y estableciendo los límites de su esencia.
El problema que ha planteado y se plantea en la globalización es que se ha abstraído
al derecho de todo campo relacional como parte del proceso de abstracción de
toda la realidad exaltándose al mercado y al individualismo como valores supremos
quedando la igualdad como algo ficticio, meramente declarativo, vaciado de contenido
y cuyas consecuencias son aberrantes, de efectos sociales graves y penosos.
La necesidad de crear una contracorriente en la investigación del derecho resulta
obvia, una contracorriente basada en un estudio del derecho contextualizado
u opuesto a la tendencia abstracta del postmodernismo. Para semejante tarea
epistemológica es necesario involucrar al derecho con la realidad social y con
otros saberes que están en lo social y para lo cual no podrá prescindirse de
las ideologías, porque lo ideológico es parte del entorno en el cual el derecho
es un hecho social inescindible.
3) Globalización y trabajo:
"...un régimen que no proporciona a los seres humanos ninguna razón profunda
para cuidarse entre sí no puede preservar por mucho tiempo su legitimidad" Richard
Sennett
La desconexión entre el trabajo humano directo aplicado y el volumen de riqueza
producida reclama una nueva modalidad de organización social que deberá ser
elaborada de manera perentoria ya sea creando las condiciones de financiamiento
de una nueva cultura a la que podemos denominar "cultura del ocio" y que podrá
elaborarse siempre que exista una clara decisión política de reasignar los gastos
sociales.
El problema del trabajo en la globalización nos enfrenta con una nueva concepción
de los tiempos sociales y de lo que se denomina "tiempo social dominante" el
cual, hasta la desaparición del Estado de Bienestar, estuvo dado por el tiempo
aplicado a las tareas productivas es decir, al trabajo.
En efecto, el tiempo dominante estaba conformado, durante la vigencia del industrialismo,
por una actividad asalariada, ejercida a tiempo pleno y de manera continua por
varios decenios. ¿Cómo preparase para una sociedad en la que el tiempo libre
deberá ser necesariamente el tiempo social dominante? O más bien ¿Cómo financiar
ese ocio al que irremediablemente conducen los nuevos patrones tecnológicos?
Sin duda las soluciones variarán en cada sociedad y en función del nivel de
desarrollo de cada una, no será igual la cultura del ocio en un país como Holanda
que lo que podrá ensayarse en países como Brasil o Argentina más proclives a
reducir gasto social y a afiatar mecanismos de represión ante la posible falta
de legitimidad a la que la vulgata impuesta por los organismos internacionales
prefiere llamar "gobernabilidad".
No obstante, las secuelas de las mutaciones en la forma de producir se hacen
notar también en las sociedades desarrolladas como ha sido el caso específico
de la planta Renault Douai que habiéndo sido creada hacia 1970 fue paulatinamente
el centro de experimentación de las nuevas formas de producción y de la explotación
"a la japonesa".
Lo cierto es que la planta de Douai representa una avanzada sobre lo que tradicionalmente
se implementaba en materia productiva en las otras plantas Renault más conservadoras
y tradicionalistas como ser las de Le Mans, Fins o Sandouville. En un trabajo
de Gilles Balbastre y Stéphane Binhas titulado "Vida y alienación en la nueva
Fábrica", Daniel Silvert, secretario del sindicato afiliado a la Confederación
General de Trabajadores reconoce refiriéndose a la planta de Douai: "Es aquí
donde conocimos los primeros pasos de la automatización y la robótica. Somos
en cierta forma los cobayos del grupo" (11)
Sin duda durante mucho tiempo las plantas Renault significaron una vitrina y
por que no, un modelo de la industria automotriz; con la privatización de la
compañía se han agudizado las más brutales prácticas de explotación tomadas
de los modelos asiáticos y a su vez se han exportado las nuevas pautas de racionalización
hacia otras latitudes en las cuales opera Renault.
¿Qué ocurre con los rendimientos y la gestión? La planta de Douai tiene instaladas
las cadenas de las cuales han salido modelos clásicos de la marca como el Renault
19 y el Renault 21 y después toda la línea de los Mégane y los Mégane Scénic.
La planta de Douai era hasta mediados de 2000 la de mayor rendimiento de todas
las planta Renault de Francia pero ha tenido el lógico costo de reducir el personal
de planta y el número de interinos a cambio de un mayor volumen de producción.
Las estadísticas ponen de relieve la situación mencionada: en 1983 contaba con
8292 asalariados permanentes y 1.100 interinos y se construían 1.100 automóviles
por día. En 1999, la misma planta contaba con solo 6.056 asalariados permanentes
reduciéndose los interinos a 772 pero con un promedio de producción diaria de
1.600 vehículos.
Se pone de manifiesto en esta situación la alteración entre riqueza producida
y volumen de trabajo humano aplicado directamente; ambas variables marchan en
una relación inversa y quizás ha sido más aguda en otras marcas pues Renault
Douai marcha séptima en las estadísticas que establecen una proporción directa
entre volumen de producción por cada trabajador en un período considerado de
un año.
En efecto, Nissan Sunderland produce 105 vehículos por operario en el término
de un año, Volkwagen Navarra 76 vehículos, General Motors (Alemania) 76 vehículos,
Fiat Melfi (Italia) 73 vehículos, Toyota Burnaston (Gran Bretaña) 72 vehículos,
Seat Motorell (España) 69 vehículos, Renault (Douai) 68 vehículos.
Para lograr semejantes rendimientos necesariamente debieron adoptarse ciertas
pautas que ya era tradicionales en las automotrices japonesas en la década de
los ochenta y que consisten en evitar los desplazamientos y los movimientos
que no aportan valor agregado al producto.
Se trata de una nueva lógica que tiende a evitar los desplazamientos y aproximar
todos los elementos necesarios para la producción evitándose de esta manera
las micro-pausas, lo que obliga a una mayor concentración para lograr la fabricación
de cada unidad en menor tiempo.
Michel Sailly, ergónomo en el departamento de condiciones de trabajo de Renault
sostiene: "Uno de los objetivos claves del rendimiento industrial es reducir
el tiempo de fabricación de un vehículo a quince horas, para tratar de igualar
a los mejores constructores mundiales." (12)
En efecto, los movimientos están calculados con una exactitud que necesariamente
produce secuelas en el físico de los operadores, la reducción de los desplazamientos
priva al operador de movimientos fisiológicos vitales como el caminar, lo que
reactiva funciones circulatorias evitando el entumecimiento de las extremidades
además de las necesidades psicológicas que se satisfacen en un desplazamiento
normal como ser, cruzarse con un colega, intercambiar unas palabras, lo que
conlleva a un movimiento que no agrega valor pero que es imprescindible para
la salud del operador.
De esta forma el operador debe desempeñarse en una posición rígida lo que conduce
a una depreciación del sentido del trabajo; la distribución de las pausas y
la inmovilidad de la operatoria es índice de esta depreciación de tal suerte
que el tiempo disponible se externaliza y es trasladado al final del proceso
que cubre toda la cadena de montaje con el agravante de que la pausa no se realiza
en el momento necesario perdiendo su función recuperadora.
Para calcular y supervisar el ritmo de los movimientos y su incidencia en la
producción existe en Francia un organismo autónomo denominado Unidad Elemental
de Trabajo (UET). Constituída por 20 personas, la UET controla y analiza los
parámetros de producción, en el momento de su creación fue bien vista por los
sindicatos del sector quienes interpretaron que podía resultar beneficioso para
los operadores que de esta forma ganaban en independencia y responsabilidad
dentro de la operatoria, pero en realidad la UET se limitó a concentrar sus
esfuerzos en la supervisión de los movimientos orientados al logro de una mayor
productividad por operador, descuidando por completo cuestiones elementales
como ser la salud e higiene.
Una estricta economía de movimientos termina instituyendo una suerte de tarea
altamente sincronizada entre los distintos operadores, de manera que se requiere
que todos rindan en estrictos términos de igualdad lo que destruye todo vínculo
de solidaridad o mejor dicho, revierte los términos de la solidaridad entendida
ésta como la obligación de no cometer errores o de estar a la misma altura que
todos los integrantes de la cadena con una alta carga culpabilizante para el
operador de rendimiento irregular.
Si todos los operadores no tienen un rendimiento uniforme los mejores deben
hacer las tareas de los menos eficientes. Se genera una fuerte presión hacia
el operador menos eficiente y se alimenta una autodiciplina que desde una concepción
tradicional de la solidaridad aparece como un mecanismo que desarticula toda
relación basada en la condición laboral para transformarse en una solidaridad
basada en el rendimiento, lo cual deja de ser, necesariamente, un mecanismo
solidario.
La disciplina laboral aparece íntimamente ligada al derecho de los consumidores,
es más, la postmodernidad nos muestra un declinar del derecho laboral y un fortalecimiento
del derecho del consumidor en pos del cual está orientada toda la tarea productiva
y las condiciones en las que se la despliega. En efecto, Renault Douai es una
claro ejemplo, el operador debe realizar una tarea con marcada aceleración de
ritmos y debe dentro de esa aceleración satisfacer los imperativos de calidad
exigidos, basado en consignas creadas por la propia empresa como ser, error
cero, calidad total; una especie de exigencia que se define como "el gusto del
cliente" el que aparece como un sujeto invisible y misterioso al que hay que
satisfacer plenamente en su derecho a consumir y en sus exigencias de calidad.
En la descripción de estas situaciones laborales aparece con mayor nitidez el
declinar del derecho del trabajo y de las normas de seguridad e higiene aun
tratándose de una sociedad desarrollada.
Los Comités por la Higiene, la Seguridad y las Condiciones de Trabajo (CHSCT)
están obligados de acuerdo con la legislación francesa a evaluar todo proyecto
atinente a condiciones de trabajo antes de su ejecución y a posteriori en el
control de las normas de seguridad, no obstante la representación sindical debiéndo
participar en las reuniones del CHSCT lo hace solo si su presidente lo invita
y la estrategia empresarial esta dirigida a convertir al CHSCT en un organismo
que exista pero que no funcione.
Las cifras son elocuentes: 11 muertos en 1997 y 27 en 1998 solo en la planta
de Douai. Las 35 horas semanales establecidas en Francia lejos de aliviar la
situación de los obreros la ha convertido en más comprometedora para la salud.
En la Revista empresarial de Renault Douai, su director Yann Vicent expresó:
"En 35 horas hay que producir la misma riqueza e incluso más que en 39".
La modificación en la cantidad de horas operando sobre un contexto inalterable
en las condiciones laborales y en el ritmo de las tareas obliga a utilizar menos
horas para la fabricación de cada unidad; mientras en 1999 eran necesarias 18,3
horas para fabricar un auto, el objetivo es que sean 15 a partir del 2000.
Otra automotriz francesa Peugeot de Sochaux también prefigura este nuevo perfil
industrial con nuevas técnicas de producción y de gestión basadas en el método
"justo a tiempo" que permite una profunda economía de empleos e intensifica
las tareas del personal de ejecución.
Puede afirmarse que no solamente se ha logrado en base a una profunda renovación
tecnológica sino también a un trabajo muy sutil desde el punto de vista psicológico,
aspecto éste último que no solo involucra a la educación sino también a una
nueva conciencia en el sentido de la pertenencia social, lo cual disloca todo
vínculo de solidaridad tal como se la entendía con parámetros industriales fordistas.
El término "obrero" ha sido reemplazado por el término "operador", este último
supone la eliminación anterior de la distinción entre obreros calificados y
no calificados englobando a una mano de obra homogénea, polivalente, funcional
para los nuevos patrones tecnológicos y orientada desde lo psicológico a una
aceptación casi claudicante de situaciones postmodernas de explotación . En
un trabajo titulado "La clase obrera en el año 2000" los sociólogos Stéphane
Beaud y Michel Pialoux afirman: "Si las palabras hacen las cosas deshacer esas
palabras (a la vez categorías de representación e instrumentos de movilización),
contribuye a desmovilizar lo que antes se llamaba la "clase obrera". (13)
En efecto, la aparición de esta nueva categoría supone una situación más individual,
como si se hubiera quebrado el núcleo de pertenencia que significaba la idea
de una clase en función de un elemento integrador como el trabajo. Los jóvenes
ya no quieren ser considerados obreros, suponen que se trata de una categoría
superada históricamente y que está ligada a una idea de "mano de obra" y no
de un trabajo vinculado con la electrónica o la robótica.
Es decir, ser obrero implica pertenecer a un universo descalificado o degradado
socialmente de acuerdo a los nuevos criterios culturales impuestos por la cultura
postmoderna, no obstante, más allá de las diferenciaciones semánticas, a la
hora de ser explotado da lo mismo ser llamado obrero que ser calificado como
operador. La sutileza radica en que el explotado convencido de ser obrero tiene
una base de convicción respecto a una condición social que sirve como punto
de partida para una lucha lo que no ocurre con el operador convencido dentro
de su explotación de ser parte de una categoría laboral de "avanzada".
"Los operadores son reclutados para misiones interinas de corta duración y renovados
en función de su comportamiento en el trabajo, donde deben demostrar disponibilidad
y lealtad hacia la empresa. Ya no ejercen un oficio (con su lenguaje, su cultura,
sus modos de transmisión entre viejos y nuevos), sino una suerte de trabajo
puntual ligado a un proyecto; son contratados para garantizar un objetivo acotado
(producir ese auto, fabricar esa pieza). Resultan evidentes las ventajas de
este "proyecto indigente" que se asigna como objetivo a estos agentes de fabricación:
permite romper con ciertas garantías colectivas antiguas, como el reconocimiento
de las calificaciones y el progreso en la carrera" (14).
Además de este quiebre en el sentido de la pertenencia que implica obviamente
la pérdida de las garantías colectivas y que está pensado desde la gestión de
los recursos humanos, se añade la dificultad de que los operadores puedan entablar
una relación inmediata y volcar unos a otros sus inquietudes o intereses, los
horarios en la planta Peugeot Sochaux son muy variados, el ambiente de trabajo
es descripto unánimemente como malo y a pesar de la absurda creencia en la calificación
de operador como instancia "superadora" del tradicional calificativo de obrero,
los jóvenes no vacilan en considerar a los trabajos de operador como empleos
"basura".
La nueva precarización del empleo y la pérdida de las calificaciones es la tónica
postmoderna de concebir al empleo industrial, ya no existen las garantías o
los progresos basados en las luchas planteadas en términos de clase, hecho muy
puntual durante los años del Estado de Bienestar, fueron los tiempos en que
considerarse obrero era estar inmerso en una cultura basada en la hipótesis
de lucha de la cual surgían las grandes conquistas que beneficiaban a los trabajadores
de las compañías pequeñas gracias a las negociaciones colectivas por rama.
Una nueva propedeútica basada en el individualismo hace permanente hincapié
en la lealtad a la empresa medida permanentemente en términos de aceptación
total de cuanta condición de trabajo se crea, basada siempre en lo que los operadores
jóvenes llaman "explotaje" para no utilizar el término "explotación" al que
suponen teñido de cierta significación marxista, razonamiento que, por otra
parte, es efecto de la misma propedeutica señalada supra.
Va de suyo que esta nueva forma de concebirse en la estructura laboral se arraiga
en una falta absoluta de participación en cuestiones que no tengan que ver con
el cumplimiento estricto de la jornada laboral; la desconfianza por lo sindical
es un hecho que marca toda una estructura de pensamiento que facilita ciertas
mutaciones en detrimento de la calidad de vida y de las condiciones de trabajo
de los obreros.
Beaud y Pialoux sostienen: "Nada de todo esto implica la desaparición de toda
forma de resistencia en las empresas, inherente a toda situación de dominación.
Con el tiempo, nacen solidaridades en el trabajo, se construyen afinidades,
aparecen figuras militantes. Sin embargo, el estudio de las diferentes dimensiones
de la existencia social obrera muestra la desestabilización simbólica de la
antigua cultura obrera, profundamente politizada. Tenía profundos elementos
existenciales y éticos, una especie de protesta casi muda contra el trato que
se recibía en la fabrica. Permitía conservar y afirmar (mal o bien, y más mal
que bien) un mínimo de autoestima. Ahora bien, la cuestión de la politización
no puede separarse de la manera en que el grupo defendía su dignidad, en que
los obreros resistían a la caída, siempre posible, en la indignidad y la pauperización.
Tanto en el universo del trabajo como en el de afuera, se combinaban defensa
colectiva y resistencia individual. Lo que hacía a la "clase", era por cierto
la ideología, los portavoces, los partidos y los militantes obreros, elegidos
y sindicalistas." (15)
Hemos ensayado una somera descripción de la situación puntual de los trabajadores
del sector automotriz en una economía desarrollada. Ahora bien, ¿cuál es la
situación en países como Argentina dentro de la globalización?
Sin duda, el alto porcentaje de desempleados está relacionado con el retroceso
del Estado desde comienzos de los noventa más que a la reconversión tecnológica,
si bien esta última ha tenido incidencia en el panorama laboral-social.
La consigna es clara: máxima jornada laboral por mínimo salario. En Argentina
el proceso de desmantelamiento del Estado de Bienestar demandó prácticamente
25 años desde que en 1976 la necesidad del capital de lograr mayores tasas de
ganancia, a la vez que desmantelar todo el movimiento obrero, obligó al gobierno
militar de entonces a disolver la CGT, detener a los dirigentes sindicales y
planificar de manera sistemática el secuestro y la desaparición de los cuadros
militantes.
En Estados Unidos y en Europa, la reconversión tecnológica pudo ser presentada
como elemento esencial en el retroceso de los sectores asalariados, no solo
en lo atinente a la distribución de la riqueza sino también en lo atinente a
las condiciones de trabajo. Pero en puridad, la reconversión tecnológica era
presentada como un elemento esencial para la competencia con las automotrices
asiáticas, en especial las Japonesas.
En un trabajo de Nicolás Iñigo Carrera titulado "Causas y efectos de la flexibilización"
el autor sostiene: "También en Argentina se pretende legitimar la situación
con un discurso en el que la apelación a la modernización, a la globalización,
a la competencia, a la ineficiencia y sobredimensionamiento del Estado y del
gasto público, cumplen el papel de arietes empleados para demoler los valores
de una cultura del trabajo, construída a lo largo de un siglo" (16)
Mientras que la avanzada neoliberal pudo realizarse en los países industrializados
dentro del marco institucional, en países donde lo institucional resultaba débil,
la fuerza y el autoritarismo fueron elementos esenciales para revertir toda
una concepción diferente de la sociedad para que se permitiera al capital financiero
y a los grandes proveedores del Estado imponer un sistema cuyas estadísticas
resultan elocuentes en cuanto al grado de eticidad: el 20% de la población más
rico absorbe el 51,6 % del ingreso total, mientras el 20% más pobre recibe el
4,2%. Ser o no ser liberal no es la cuestión, el punto es discutir desde lo
ideológico que sociedad se pretende construír y, desde la integración que toda
sociedad supone, si esto es o no es ético.
En síntesis, la ausencia del Estado en la regulación de cuestiones vitales,
como la regresión en las condiciones de trabajo configuran un panorama laboral
que no solo es producto de la ola globalizadora basada en la incorporación de
una tecnología que requiere cada vez menos aplicación de trabajo humano directo,
sino de ciertas pautas en el cumplimiento específico de las tareas como ser:
círculos de calidad, equipos de trabajo, multifuncionalidad, justo tiempo, tareas
de supervisión y control realizadas por los propios obreros e impuestas por
la misma organización del trabajo. El ritmo de trabajo se hizo más intenso y
menor el tiempo aplicado a desplazamientos no productivos. En síntesis, no hay
gran diferencia con lo que expusiéramos respecto a las formas más intensas de
explotación en el mundo desarrollado; a los empleos que puedan destruírse con
el avance tecnológico se añade una profundización de la subordinación del trabajador
al sistema de la máquina, con un aumento profundo de condiciones despóticas
y homogeneización en la calificación del obrero.
Así como en el sector industrial se intensificó el ritmo del trabajo y se perfeccionaron
las técnicas para lograr un mayor rendimiento del capital sin importar las secuelas
en la salud; en el sector servicios las mutaciones no han sido menos salvajes.
Las reconversiones y fusiones bancarias -por mencionar al sector financiero
dentro del amplio espectro de los servicios- han tenido como principal costo
la pérdida de los puestos de trabajo. Es curioso que a pesar de las reconversiones
tecnológicas las condiciones laborales del sector hayan empeorado; el criterio
específico de analizar todo en función de costos ha llevado al riesgo de que
sectores enteros de una empresa puedan tercerizarse como consecuencia de resultados
no deseados en la gestión.
La contratación de personal de manera precaria - hoy perfeccionado con el período
de prueba de hasta seis meses instituído por la última reforma de la ley 25.250-
se acopla a nuevos criterios de contratación en lo atinente a edad y perfil
general de los postulantes, buscando un empleado polivalente, no sindicalizado,
sobradamente apolítico y desideologizado (máxime si está en la franja que va
entre los 18 y 25 años), dócil a las nuevas necesidades y cuyo costo social
sea ínfimo.
Gabriel Eduardo Pérsico, ex Prosecretario de Organización Sindical de la Seccional
Buenos Aires de la Asociación Bancaria y especialista en relaciones político-institucionales
sostiene: "Con los nuevos criterios que se han impuesto merced a la última ola
modernizadora de los años noventa todo se ha alterado. Cada empresa crea su
propia estructura de remuneraciones sin respetar las categorías de los convenios,
como por ejemplo el 18/75, que se encuentra vigente pero ningún Banco lo aplica.
Cada puesto está previamente analizado y descripto en función de costos. Así
se logra un conocimiento previo de cual es el costo de cada unidad operativa"
(17)
En efecto, los nuevos criterios centran la cuestión en el costo y en el resultado
de la gestión, o bien como agregar valor a lo gestionado. Jac Fitz-enz, ex director
de recursos humanos de Motorola y Wells Fargo Bank sostiene: "Las personas son
activos. De modo que miremos el trabajo de usted (refiriéndose a un gerente
de RRHH) desde el punto de vista de los directores de activos humanos. Su trabajo
es dirigir a la organización en la adquisición, mantenimiento, desarrollo, supervisión
y medición del activo humano y de los resultados de su trabajo, concretamente
calidad, productividad, servicio y ventas. Al igual que los bienes de capital,
los suministros, la energía, también hay que adquirir personas.(18)
Sin duda una consideración moderna de las relaciones laborales no hacía tanto
hincapié en la cuestión de los costos ni en la comparación directa de las personas
en un plano de igualdad con otros activos, esta nueva idea que ha cobrado tanto
auge en los últimos quince años reduce la contratación de personal a una cuestión
estrictamente técnica a resolver evaluando resultados de gestión, funcionalidad,
capacidad de adaptación, liderazgo y habilidad para manejarse en equipos de
trabajo. El costo de una contratación se calcula desde la primer entrevista
con el aspirante hasta la proyección de cuanto es el coste de la carrera de
un empleado medida en porcentajes sobre su salario del primer año de actuación.
El propio Fitz-enz refiere al respecto: "A principios de la década del ochenta
la compañía Upjohn calculó que el coste de la carrera profesional de un empleado
era 160 veces el salario de su primer año. Lo asombroso es que para 1990 Upjohn
había recalculado el coste de la carrera profesional y descubrió que era 117
veces el salario del año inicial." (19)
De manera que la contratación de personal está sujeta a variables siempre relacionada
con los costos y el rendimiento empresarial, la persona es un activo que debe