Es indudable que la humanidad ha avanzado enormemente en los últimos 100 años, pero así como se han logrado descubrimientos increíbles para prevenir enfermedades, comunicarse entre los pueblos de la tierra e incluso llegar a otros planetas, también es cierto que el hombre ha ingresado en un individualismo a veces pernicioso.
Todavía existe pobreza, hambre, desocupación, desesperanza. El capital puede contribuir enormemente al avance de la ciencia, de la cultura y de la producción; pero si quienes controlan esos grandes medios de generación de riqueza deben ponerla al servicio de la humanidad.
En nuestra querida y muchas veces, maltratada Argentina, el fin de siglo nos encuentra en "un impasse". Lejos han quedado los oscuros tiempos de la persecución y la intolerancia. Los conflictos ideológicos o de intereses ya no se dirimen a través de la metralla; la democracia nos garantiza la consolidación del espacio de libertad en el que el hombre puede desenvolverse íntegramente.
En ese avance, dificultoso a veces, pero que no se ha detenido desde 1983 hasta ahora, la Justicia ha jugado un papel importantísimo. En un análisis objetivo, sin apasionamientos ni parcialismos políticos, se puede decir que se ha avanzado mucho. Fueron jueces quienes juzgaron a las Juntas Militares acusadas de violar elementales derechos humanos y son jueces quienes están juzgando a quienes cometieron un terrible delito: secuestrar niños inocentes de madres torturadas y detenidas por delitos políticos, sin aventurar si eran culpables o no, pero no se pueden aceptar bajo ningún concepto el empleo de medios aberrantes, que la historia no debe olvidar.
Es cierto, que la sociedad reclama un mejor servicio de justicia, pero este no es ajeno a la realidad económica del país: también deberían mejorarse los sistemas de salud, educativo y de seguridad pública, atribución esencial de un Estado que debe encontrar su equilibrio. Apasionados, latinos y ardientes, los argentinos solemos pasar del aplauso al rechazo, de la critica al elogio, con suma facilidad. Para mejorar, deben darse los medios técnicos necesarios, perfeccionar la legislación -no es posible que existan códigos de cien años cuando el delito ha evolucionado a la par de la tecnología- y una mayor exigencia en la selección de los jueces pero con una advertencia: despolitizar a la justicia.
Si bien es cierto que esa tentación de los gobernantes de turno se ha mantenido a lo largo de la historia argentina, también es verdad que se ha acentuado en los últimos años y no solo en la década que finaliza. El Consejo de la Magistratura, polémica introducción para mejorarla, debe abandonar su criterio subyacente sólo de juzgar a jueces que podrían estar -hay que probarlo- identificados con el anterior gobierno, cuando es de público conocimiento que existen más de 200 casos del anterior sistema de juzgamiento que están virtualmente paralizados. Si quiere trascender, debe volar como las águilas y no arrastrarse como las víboras. Su misión es trascendental pero sus miembros deben estar a la altura de las circunstancias y no convertirse en meros objetores de conciencia y al servicio de los pequeños intereses de turno. El desafío es para todos, incluidos los periodistas.
En la búsqueda de la verdad, de la objetividad, del equilibrio, en fin, de La Justicia con mayúscula, debemos comprometernos todos: desde el más encumbrado al más humilde de los integrantes de este sistema judicial argentino. Diariojudicial.com ha nacido en este final de milenio con esa intención. Se ha incorporado desde el apasionante mundo de la cibernética para poner su grano de arena. Criticar lo criticable y ponderar lo elogiable. Nuestro único compromiso es con la verdad y con nuestros lectores. A todos, muchísimas gracias por permitirnos estar en sus hogares y lugares de trabajo.