PONIENDO LAS FICHAS. Al contrario de lo que muchos sostienen, en el derecho no está todo inventado. Muestra de ello es la persistente instalación marketinera que viene teniendo un tema tan fashion como el lavado de dinero. Hijo de la globalización y del escudo moralizador anti terrorista construido por EEUU para monitorear su patio trasero, prendió hace rato en un sector de la Argentina que siempre quiere estar a la vanguardia en los temas de moda. Tratando de justificar que es algo más que una simple figura de encubrimiento, legislada en la Argentina hace más de medio siglo, ha dado lugar a una movida jurídico-turístico-económica con pocos precedentes. Prueba de ello es la cantidad de seminarios, jornadas y congresos que tienen lugar en todo el país y en el exterior. Pero el tema del lavado ya no es una cuestión de contadores, bancos y abogados, sino de empresas que ofrecen novedosos know hows para auxiliar a los jugadores del sistema que pueden llegar a verse salpicados por semejante ignominia. Ser un posible blanco de una sospecha de lavado de dinero es como jugar a la mancha venenosa con veneno real y sin antídoto. Pero para justificar que los grandes son grandes porque ven primero el escenario donde actúan, basta el ejemplo de una empresa como Kroll. Firma americana enraizada desde hace años en la vida institucional latinoamericana, y que ha estado inmiscuida en asuntos políticos como el de Montiel vs Busti en Entre Ríos, Moneta vs Gutiérrez en Mendoza, en la mítica disputa de Cavallo vs Yabrán, la destitución del juez Ferrer de La Plata y el espionaje a Luiz Gushiken, funcionario del riñón de Lula en Brasil, ofrece varias perlitas por un módico precio. Desde investigar a un competidor (sea éste de la arena empresarial o política), hasta el privilegio de mostrar un sello de garantía "Kroll", que avala a quien lo necesite como operador limpio y confiable a los ojos del patrón del mundo. Ese es uno de los nichos que abre el negocio del lavado de dinero, en la puja por integrar el cartel de empresas que extienda certificado de buena conducta y permita abrir las puertas de negocios en el país del norte. Después del caso Enron, las big four de la auditoría mundial demostraron que no son todo lo confiables que se esperaba de ellas, abriendo la puerta a empresas que desde el área de la seguridad y la inteligencia (algo tan necesario en el convulsionado mundo del siglo XXI) también pueden meterse en cuestiones de números y negocios. Por ejemplo, hoy la misma empresa Kroll se dedica a patrocinar eventos de lavado de dinero asociando su imagen a empresas vinculadas a la industria del juego, que intentan mostrarse como preocupadas por estos temas que le interesan al país. Unánimemente el rubro número uno a escala mundial en money-laundry es precisamente el de los casinos, porque manejan mucha plata en contante y sonante de gente anónima. Por eso en la Argentina, la actividad de las casas de juego es sometida a “rigurosos controles” (aunque más no sea con el formal planillerismo). Mientras tanto, aquí en Buenos Aires, Alicia López la eficiente directora de la UIF debe andar mendigando recursos y personal y por sobre todas las cosas que los legisladores se arremanguen y promuevan una legislación sustentable. El día que lo logre, podremos decir que estamos frente a Alicia en el país de las maravillas.
LA ÚLTIMA CENA. El martes 30 de agosto, los jueces de la Corte Suprema aceptaron la invitación a cenar de Eugenio Zaffaroni y concurrieron a su señorial casa del barrio de Flores para despedir al renunciante Augusto Belluscio. La convocatoria tuvo un éxito rotundo. Hasta el mismo Antonio Boggiano, que afronta el juicio político ante el Congreso, acudió a la “última cena”. Poco se sabe de aquella noche aunque cuesta imaginar una mesa redonda donde estuvieran todos sentados. Tampoco trascendió el menú con el cual Zaffaroni agasajó a sus colegas. Lo cierto es que parece que a Belluscio no le cayó del todo bien la comida. Al día siguiente, el último en su despacho de la Corte, no fue a trabajar y dejó plantados a los periodistas y a sus propios empleados, que le habían preparado una despedida especial. Su secretaria se disculpó del plantón y argumentó “problemas estomacales” del ministro. El nonágono más poderoso del país disfrutó de la última postal que los mostraba reunidos. El motivo de la ida de Augusto “adusto” Belluscio justificaba la iniciativa del dueño de casa. Gente de mundo y muy viajada sabe que los gestos de urbanidad siempre deben pesar por sobre las disputas y las diferencias. En la Argentina todo aquel que ocupó un lugar de poder, alguna vez se tuvo que comer algún sapo. Más cuando Belluscio ocupó su digna poltrona por nada más y nada menos que 22 largos años. Con lo que se demuestra que la Justicia más allá de todos los vaivenes políticos es un poder permanente y que las críticas y vapuleos varios son solo una mera compensación al privilegio de la permanencia, del que no gozan los integrantes de los otros poderes. Pero más allá de este curioso toma y daca que propone el mercado institucional y que Belluscio asumió desde el vamos mostrándose hosco y reservado –quizá no sea más que una máscara porque en el fondo tal vez sea un tierno-, quien amplifica no es nada más y nada menos que otro poder que aspira a ser tan permanente como el de la Justicia y del que dependen para su buena imagen todos los demás: los medios de comunicación. El tema de los medios es un tema omnipresente en los encuentros de la Corte. Este seguramente fue uno de los tópicos de conversación de la mesa, pero no el motivo por el cual al día siguiente, momento de la despedida oficial, Belluscio no pudo reunirse con los periodistas que él mismo había convocado, para refugiarse en una dosis de Sonrisal. Quizá para no romper el mito de ser el Buster Keaton de la Justicia, el ya ex cortista decidió levantar dos veces en el mismo día la rueda de prensa que lo aguardaba para saludarlo en tono distendido y sin las urgencias periodísticas cotidianas. Muchos se preguntaban por qué le dolía tanto la panza si no iba a pasar por ningún exámen. ¿Qué le habrá dado de comer Zaffaroni a Belluscio?