La capacidad de solventar nuestra práctica jurídica a un estudio de la aplicación de la teoría que la sustenta nos permitirá ejercer una Justicia más consciente y reflexiva sobre las bases de nuestra actividad. Una interesante reflexión sobre el tema.
Tres son los problemas que nuestra justicia debe enfrentar. Uno, conocido, es el de la selección de jueces, politizada y desvirtuada.
Otro, la falta de un planteo integral de la organización, donde suelen considerarse principios excelentes, como la inmediación, la oralidad y la celeridad, sin tomar en cuenta los recursos disponibles para proveer a todos una Justicia eficiente. Pero un tercer problema se extiende también a abogados y juristas: la falta de reflexión sobre las bases teóricas de nuestra actividad.
Seguimos aferrados a la práctica, con menosprecio de una teoría que nos parece lejana, vana y complicada. Este es un grave error
En efecto, seguimos pensando como en el Derecho Romano y con conceptos filosóficos que tienen más de dos milenios. La Revolución Copernicana despertó el espíritu científico, pero no afectó al derecho, que cambia contenidos pero permanece atado a los esquemas que nos dejó Justiniano.
Hay problemas que nunca supimos resolver: cómo definir el derecho o identificar las normas vigentes, qué relevancia conceder a las conductas, cómo limitar la interpretación, cómo hacer convivir el sistema jurídico con la cosa juzgada, o la Constitución con su control judicial; de qué manera concebir la Justicia y, en definitiva, con qué método pretendemos adquirir lo que podamos llamar conocimiento del Derecho.
Todo eso fue profusamente discutido en el último siglo, pero no parecemos habernos dado por enterados de esos avances y seguimos aferrados a la práctica, con menosprecio de una teoría que nos parece lejana, vana y complicada. Este es un grave error: nada hay más práctico que una buena teoría, en tanto una teoría que no sirve para la práctica no sirve en realidad para nada, y una práctica que no se justifica en teoría no es, seguramente, una buena práctica.
Es preciso que las reconciliemos y nos atrevamos a discutir temas que influyen en nuestro pensamiento y en nuestras decisiones como abogados, jueces y juristas. Si abrimos nuestra mente a esa fascinante actividad, es probable que comprendamos mejor no sólo el Derecho en sí, sino la gravedad de los otros problemas que, por nuestra indiferencia, contribuyen a hacer tan difícil la administración de justicia.
* Director de la Maestría en Filosofía del Derecho (UBA)