01 de Julio de 2024
Edición 6996 ISSN 1667-8486
Próxima Actualización: 02/07/2024

Derecho del trabajo, sistema económico y sistema carcelario: Del Estado de Bienestar al Estado Penal

¿Puede acaso pensarse como un hecho casual que las mismas elites que reclaman a gritos las flexibilidad de las leyes laborales reclamen también más rigidez y rigor en las leyes penales?

 
¿De que hablamos cuando hablamos de seguridad?

¿Puede acaso pensarse como un hecho casual que las mismas elites que reclaman a gritos las flexibilidad de las leyes laborales reclamen también más rigidez y rigor en las leyes penales?

Introducción:

Lo que históricamente se ha dado en llamar sociedad burguesa, intentando un acotamiento semántico respecto de lo que entendemos por dicha expresión al menos en el presente trabajo; diremos que es la forma en que se estructuran las sociedades en algunos países europeos a partir del siglo XIX en función de una variación profunda en los esquemas productivos, en la concepción del trabajo y en los sistemas de control y vigilancia que necesita toda sociedad capitalista; formas de control social más sutiles que van perfeccionando la agudeza de su efectividad a medida que el capitalismo avanza en las diversas fases o ciclos de su desarrollo histórico.

Se crea de esta forma una inextricable y a la vez inevitable relación entre un sistema económico o de producción, la concepción del trabajo y de la relación social de trabajadores-empleadores y el sistema penitenciario que emerge como elemento clave del control social que el Estado como superestructura, creada por y para el desarrollo de la burguesía como clase, necesita ejercer para la seguridad y perpetuación del sistema.

Obvio es que en estas líneas preliminares nos estamos refiriendo a los primeros pasos del estado burgués, al proceso de transformación vivido por Europa hacia fines del siglo XVIII y durante el siglo XIX, sobre todo tomando como fecha clave de este proceso el año 1885 cuando las principales potencias europeas deciden y acuerdan la partición del territorio africano en el Congreso de Berlín, iniciando la expansión colonial más dinámica de la historia europea.

La continuidad de la política industrial se resume en una política colonial de expansión a escala planetaria. De esta forma la cuestión nacional de cada potencia europea en su proceso de colonización no puede resumirse ni tampoco circunscribirse a la metrópoli. Requiere en el diseño de las políticas la inclusión del mundo colonial como abastecedor de materias primas, energía y mano de obra baratas. Tal como lo sostenía el Primer Ministro francés Jules Ferry "la política colonial es la continuación de la política industrial".

En este proceso histórico que, "brevitatis causa", hemos esbozado, comienza a producirse el entramado de los tres fenómenos que antes detallaramos, el surgimiento de un nuevo orden económico que tenderá siempre a la crisis como condición inherente al capitalismo, el trabajo asalariado a través de la libre concurrencia al mercado laboral y los sistemas de vigilancia y de punibilidad que deben adecuarse para el control social dentro de los parámetros de nuevas relaciones sociales. Son precisamente estos tres elementos los que se complementarán permanentemente de suerte que cualquier alteración en uno de ellos producirá una clara alteración en los otros.

Una variación en la cultura del trabajo es el efecto de una variación en los procesos económicos sobre todo en la esfera de la producción, pero a su vez una variación en la cultura del trabajo modifica la rutina y la concepción de lo que se entiende como deseable dentro de los sistemas de punibilidad: el rol de las prisiones no puede ser el mismo en una civilización basada en el trabajo que en una donde el trabajo parece extinguirse como fenómeno de integración, como que tampoco será inmutable la idea de resocialización sea ésta o no la finalidad de una política carcelaria.

En el presente trabajo se intentará demostrar:

Que la prisión como sistema de punibilidad surge con la sociedad burguesa cuando los castigos deben aplicarse en el ámbito de la libertad y no sobre el cuerpo.

Que esta forma de punibilidad marcha asociada con nuevos mecanismos de control necesarios dentro de una sociedad que ha variado en su forma de producir.

Que esta nueva forma de producir modifica la concepción del trabajo y como consecuencia nace una civilización técnica basada en el maquinismo lo que incide en los esquemas de resocialización basados en la disciplina del trabajo.

Que estos elementos irán variando con el devenir histórico del capitalismo e interactuarán de manera dialéctica, de tal forma que, al avance del derecho del trabajo propia del Estado de Bienestar corresponderá una política carcelaria de preparación para ese esquema social y en sentido inverso la crisis de la sociedad industrial impone otra forma de castigo en el marco del Estado Penal.

Que la finalidad de la prisión no es regenerar y, si esa ha sido su finalidad, lo ha sido desde lo discursivo, por lo que el fracaso es un elemento del sistema carcelario.

Que no puede diseñarse una política de seguridad sin estructurar políticas sociales que tengan al Estado como principal impulsor y ejecutor.

El castigo: del suplicio físico al suplicio psicológico:

Tal como lo detallaramos ut supra, el advenimiento de la sociedad burguesa en Europa generó una modificación en las tres áreas que motivan nuestro análisis. Todas estas modificaciones se producen en el contexto de las ideas Iluministas y en la superación definitiva de los valores que habían caracterizado al mundo feudal y cobran virtualidad juntamente con una idea secularizada del Estado y la política conceptos como "libertad de contratación ", "autonomía de la voluntad", "contrato social", etc. Y son de ese período histórico las grandes codificaciones, y las nuevas estructuras jurídicas que, a pesar de la restauración conservadora, ponen énfasis en la libertad como valor supremo.

Una modificación tan radical no podía dejar de alterar ni los aparatos de punibilidad, ya sea en la concepción de los castigos como en su finalidad, como tampoco podía dejar inalterable las relaciones sociales.

Un nuevo sistema de producción basado en la industria y en la producción de excedentes para intercambiar en el mercado mundial a través de distintos ciclos de la dinámica de acumulación resultan ser la faz económica de una sociedad que como nunca antes en la historia necesita de un eficiente sistema de vigilancia y de un orden basado en las pautas de organización de la burguesía como núcleo social dominante.

El castigo, que en tiempos feudales consistía en una aplicación de la pena sobre el físico, nos remite a una idea más nítida del suplicio. La pena se aplica directamente sobre el físico del condenado y no forma parte su aplicación de una ejecución oculta para la sociedad. Por el contrario, la ejecución pública y la observación directa de la aplicación de las penas sintetizan la inmediatez entre la sociedad y los aparatos de punibilidad: "Finalmente, se le descuartizó. Esta última operación fue muy larga, porque los caballos que se utilizaban no estaban acostumbrados a tirar; de suerte que en lugar de cuatro hubo que poner seis, y no bastando aun esto, fue forzoso para desmembrar los muslos del desdichado, cortarle los nervios y romperle a hachazos las coyunturas..." (1).

La sociedad burguesa y su nuevo orden perfeccionan la vigilancia necesaria e inherente a un sistema en el cual los dueños de los medios de producción necesitan poner esos medios en manos ajenas para hacerlos producir. El sistema de vigilancia no solo guarda relación con el orden sistémico o con la simple idea de organización social, sino con la misma disciplina, orden y control en el ámbito de la nueva unidad productiva: la fabrica.

El suplicio corporal es reemplazado por una pena aplicada en el ámbito de la libertad lo cual no significa que el suplicio haya desaparecido sino que tan solo se lo ha desplazado en el espacio de aplicación: de la crueldad en lo físico al sutil pero efectivo suplicio psicológico; del dolor provocado en el cuerpo a la estricta reglamentación penitenciaria basada en la asignación del tiempo a variadas tareas.

El tiempo también obra como un suplicio pero midiendo y pautando la condena en el encierro. Podría hablarse de una desaparición de los suplicios si se los asocia con el dolor físico no obstante, sea donde sea el espacio de aplicación, el triunfo del orden burgués es un reordenamiento profundo del cual la reformulación del estilo penal es una consecuencia y la modificación del estilo de controlar y punir es concordante con la redacción de los códigos modernos como el de Rusia de 1769, el de Prusia de 1780, el de Pensilvania de 1786 y el de Francia 1808, 1810.

Michel Foucault sostiene: "Unos castigos menos inmediatamente físicos, cierta discreción en el arte de hacer sufrir, un juego de dolores más sutiles, más silenciosos, y despojados de un fasto visible, ¿ merece todo esto que se le conceda una consideración particular, cuando no es, sin duda, otra cosa que el efecto de reordenaciones más profundas? (2).

La prisión, la fabrica y la vigilancia:

El encierro de los imputados obviamente exige la creación de una institución que sirva primariamente a esa finalidad, el cumplimiento de las penas de una manera más sutil y no visible para la sociedad: surge así la prisión que no es el mero encierro sino una extensión del poder a una esfera en la que resulta menos visible y donde su ejercicio es siempre más descarnado. El control y la vigilancia se ejercen en toda la sociedad; en el ámbito de la fabrica donde se procura organizar el trabajo y asegurar el cumplimiento de los roles asignados a cada parte en la relación trabajador-empleador y es la misma disciplina y el mismo control los que se ejercen dentro de la prisión.

El discurso que se articula en torno a esta forma de control tiene su núcleo en la organización del trabajo en el caso de la fabrica y de la resocialización en el caso de la prisión. En ambos extremos los eufemismos de la discursividad burguesa son nítidos: la acumulación desenfrenada es, en el caso de la fabrica, el objetivo final que se escatima en el discurso y en la cárcel no es la resocialización sino el efecto, deseado o no, de perfeccionar al delincuente. Porque la prisión es una institución que nace irremediablemente asociada al fracaso, si es que su objetivo fue y ha sido hasta hoy resocializar a quienes le son confiados. Quizás vista desde el prisma de los objetivos del poder haya sido y sea aun un modelo de punibilidad exitosa.

La vigilancia no solo se limita al ámbito del trabajo y al encierro como pena, toda la sociedad aparece controlada. No solamente es el delincuente el objetivo del control social sino que la nueva organización estatal procura el control y la clasificación de todo lo diferente según esquemas binarios de razonamiento para los cuales no hay términos medios y donde cualquier rasgo de peligrosidad obliga a un apartamiento o a cualquier forma de reclusión. Los asilos psiquiátricos, la penitenciaría, el correccional, hospitales, establecimientos educacionales de toda especie que funcionan bajo claros mecanismos de vigilancia y a su vez de reclasificación a efectos de crear los mecanismos de asignación simbólica por los cuales quién es clasificado para estar recluído en cualquiera de los mencionados institutos termina realizando o perfeccionando en los hechos el rotulo que le asignó la clasificación.

El poder del Estado burgués es más complejo, porque se trata de una dominación que pretende sujetarse a leyes que garantizan derechos y a una situación igualitaria de todos ante la ley. Pero en la sociedad burguesa, en la modernidad –y porque no en la actual postmodernidad del mundo globalizado postindustrial o postburgués- las leyes se obedecen cuando el interés en obedecerlas es más conveniente que el interés en desobedecerlas, y en esa línea es que se debe establecer una relación de mando y obediencia sin que la obediencia denote un rasgo autoritario, que parezca que son las leyes las que constituyen la autoridad publica y que dicha autoridad exenta de la pompa propia de las viejas monarquías, aparezca como la mandataria de la voluntad del pueblo.

Antonio Gramsci sostenía: "Cada grupo social, al nacer sobre el terreno originario de una función esencial en el mundo de la producción económica se crea a la vez, orgánicamente, una o varias castas de intelectuales que le dan homogeneidad y conciencia de la propia función no sólo en el campo económico, sino también en el social y político: el empresario capitalista crea al técnico industrial, el científico de economía política, la organización de una nueva cultura, de un nuevo derecho, etc. Hay que observar el hecho de que el empresario representa una elaboración social superior, ya caracterizada por una cierta capacidad dirigente y técnica, además de la esfera a la que circunscribe su actividad e iniciativa, en otras esferas más, al menos en las más próximas a la producción económica (debe ser un organizador de masas de hombres, debe ser un organizador de la confianza de los clientes en su empresa, de los compradores de su mercancía, etc.).

Si no todos los empresarios, al menos una elite debe poseer una capacidad de organización de la sociedad en general, con todo su complejo organismo de servicios, hasta el organismo estatal, por la necesidad de crear las condiciones más favorables a la expansión de su propia clase..." (3).

Este impecable detalle de la microfísica del poder burgués en la modernidad refiere a la necesidad de crear las condiciones que faciliten la dominación política que corresponde a toda elite desarrollando al extremo la capacidad de organización lo que obviamente incluye los mecanismos de vigilancia y de punibilidad como amalgama del estado y de su poder correctivo sobre los sectores sociales que no conforman la elite dirigente.

Resulta elocuente que toda una nueva concepción del poder, de la ley y de las garantías conlleva a una idea diferente, no solo de la figura del príncipe sino de la propia libertad; una sociedad en la cual la libertad pertenece a todos y, pareciera un derecho universal y constante, debe tener como castigo principal la pérdida de ese derecho.

Pero una cosa son los contenidos de las leyes, las finalidades técnicas de las instituciones y otra muy distinta lo que las instituciones realizan en la realidad concreta y si realmente han sido creadas para cumplir con la finalidad que se declama. La prisión, desde su aparición como sistema de encierro orgánico, ha sido siempre sometida a proyectos o ideas reformadoras, es más, la prisión y su reforma no son proyectos sucesivos sino simultáneos, de manera que la prisión ha sido siempre la misma es decir, un aparato estatal de encierro que pretende ser un instrumento de control social cumpliendo la doble función de controlar y vigilar a los delincuentes para resocializarlos y a su vez operar como elemento de disuasión .

Hasta aquí lo que ha pretendido ser o lo que se ha pretendido que fuera en los discursos. La historia de la prisión es la historia de su reformulación, de su permanente reforma en la que se combinan distintos elementos: un poder extrajudicial encargado de hacer cumplir la pena en un ámbito donde el poder puede ser ejercido sin los controles institucionales de lo que podríamos llamar "poderes visibles", aquí se trata de un poder oculto que se ejerce sobre quienes están ocultos y si el discurso jurídico es de por sí enigmático y ambiguo para el hombre libre titular de derechos y garantías, las reglamentaciones de los correccionales y presidios deben ser ficciones jurídicas, por no decir letras muertas; un conocimiento técnico o como lo llama Foucault un "elemento de saber conexo" que construye una racionalidad penitenciaria desde el aislamiento del detenido hasta la organización de las tareas, desde la separación en pabellones de acuerdo a la gravedad de los delitos y de la intensidad de las penas; un elemento de eficacia invertida por el cual la prisión vulnera su propósito y prolonga la formación del circuito delictivo perfeccionando al delincuente o bien creándolo, de esta forma se acentúa lo que en realidad debería erradicarse, y un elemento que surge como cuestionador de los tres anteriores, es decir una nueva reforma que intenta restablecer el carácter disciplinador de la prisión y que termina siendo absorbida para reaparecer siempre con los mismos contenidos y con las mismas intenciones, es decir, un elemento de desdoblamiento teleológico.

Podríamos afirmar sin temor a equivocarnos que el fracaso de la prisión forma parte del sistema carcelario y que la existencia del mismo sería inútil sin lo que entendemos como su propio fracaso, porque en puridad es un fracaso desde lo discursivo, desde la eficacia planificada en los discursos e invertida en el ejercicio del poder de corrección.

La pregunta que podríamos formularnos es más que obvia ¿cómo es posible que existiendo una institución como la prisión que regenera a los delincuentes y a su vez controla socialmente a través de la disuasión se hayan multiplicado los crímenes y se haya perfeccionado el circuito de generación de la delincuencia?

Este fenómeno era notorio en Europa en las primeras décadas del siglo XIX y a pesar de todas las técnicas aplicadas y del aparato de poder puesto al servicio de controlar y vigilar siempre está presente la necesidad de una reforma isomorfa que reaparece en 1945 con las mismas intenciones que en 1848. Desde la organización del trabajo mecanizado y dividido en horas hasta el panóptico como procedimiento de vigilancia para "ver sin ser visto", el rol del sistema carcelario no ha variado demasiado y de hecho las prisiones que se crean actualmente están planificadas y estructuradas para repetir lo que históricamente fue su esencia en la sociedad capitalista: ser un poder al servicio de una lógica estructural que es a su vez el basamento de un sistema histórico de producción.

La organización del trabajo en la prisión no tenía en el siglo XIX una finalidad económica medida en función del costo de producción o de una forma de producir diferenciada, tan solo producir un conjunto de individuos mecanizados que son a la vez la máquina y el producto que se busca obtener. Porque en el esquema de la sociedad hipervigilada de la que hiciéramos mención ut supra, la tarea correctiva consiste en preparar hombres para las normas generales de una sociedad industrial conforme a los criterios de producción de la modernidad. Ya veremos que al modificarse los patrones tecnológicos y quedar relegado el trabajo como elemento de integración social cambiará la rutina carcelaria pero no por ello sus objetivos.

En efecto, el trabajo en las prisiones no es algo ni provechoso, ni la construcción de habilidades regenerativas, tan sólo es la construcción de un poder que busca una sumisión absoluta y que esa sumisión esté fuertemente ajustada a un esquema de producción impuesta por los sectores sociales que ejercen la dominación política.

Y es el mismo sistema de dominación el que impone una forma de administrar los ilegalismos , porque la verdadera función de la prisión no consiste en terminar con la delincuencia sino más bien en lograr un conocimiento sobre cada acto delictivo, distinguirlos, utilizarlos, no volver dóciles a los delincuentes sino más bien organizar su accionar en una táctica por la cual el delito se comete dentro de un esquema de sometimiento que lo tolera y consiente, así las penas nos conducen a una verdadera economía de los castigos donde se trazan límites de tolerancia, de fortalecimiento de las penas sobre algunos, para reducir su presión sobre otros, de esta manera la tan mentada resocialización queda sepultada por una administración de las penas orientada al mantenimiento de los delitos tolerados en las capas sociales bajas y la mayoría de las veces útiles al sistema, como el inexpugnable delito cometido en las capas más altas al servicio de cuya dominación está estructurada la administración de lo ilegal.

Las leyes, que en principio se han hecho para todo el mundo en nombre de todo el mundo, aparecen como enunciados técnicos hechos por algunos para ser aplicados a otros, de esta forma el derecho penal se constituye en un derecho para pobres y en especial para los que realizan en los hechos los tipos penales menos tolerados.

El Estado burgués redobla entonces sus afanes de vigilar y castigar porque las nuevas formas de producir y acumular potencian las contradicciones sociales y generan situaciones en las cuales los ilegalismos son una manifestación conductual de irreverencia no sólo a la ley sino a la clase social que la impuso. Pero es esa misma clase la que necesita una delincuencia producida en el seno de los mismos aparatos estatales inherentes a su dominación, controlada por ellos y nacida de la disociación de los ilegalismos, una delincuencia no dócil en términos de operatividad pero sí dócil en términos de objetivos y obediencia. Michel Foucault refiere al respecto "La utilización política de los delincuentes –en forma de soplones, de confidentes, de provocadores- era un hecho admitido mucho antes del siglo XIX. Pero después de la Revolución, esta práctica ha adquirido unas dimensiones completamente distintas: la infiltración de los partidos políticos y de las asociaciones obreras, el reclutamiento de hombres de mano contra los huelguistas y los promotores de motines, la organización de una subpolicía -trabajando en relación directa con la policía legal y capaz en el límite de convertirse en una especie de ejército paralelo- todo un funcionamiento extra legal del poder ha sido llevada a cabo de una parte por la masa de maniobra constituída por los delincuentes: policía clandestina y ejército de reserva del poder.

Puede decirse que la delincuencia, solidificada por un sistema penal centrado sobre la prisión, representa una desviación de ilegalismos para los circuitos de provecho y de poder ilícitos de la clase dominante". (4)

Como vemos, la relación entre un nuevo sistema de producir y la relación social que genera –obreros patronos- se corresponde con una nueva concepción del Estado y con una forma más sutil de dominación, la imagen de quien ejerce el poder comienza a desacralizarse y despersonalizarse, la ley parece ser el elemento impersonal y simbólico contra el que se erigen las distintas formas de lo ilegal y es el mismo sistema el que produce una particular forma de castigar basada en la privación de la libertad y en el discurso de la regeneración que sirve para ocultar el ejercicio de un poder brutal, totalizante, de clasificación y conocimiento de las conductas delictivas y de refinamiento y producción de la delincuencia ulteriormente útil al propio sistema.

La situación no será muy cambiante hasta bien entrado el siglo XX.

III) Del Estado de Bienestar al Estado Penal

Desde 1836 hasta 1969 han ocurrido en la historia de la humanidad hechos de por sí significativos y que sin duda han producido profundas transformaciones. No obstante es en 1969 cuando se inaugura en Francia la prisión en Fleury-Mérogis. Hecho curioso: esta prisión reproduce el esquema arquitectónico del panóptico que hiciera famosa en el siglo XIX a la Petite-Roquette. La misma arquitectura, el mismo estilo, la misma maquinaria de vigilancia y de control separada de su antecesora por 163 años. Y entre ambas más de 50 proyectos de reforma. El sistema absorbe la reforma e invierte la finalidad de lo que debería reformarse para que la delincuencia se perfeccione y opere de acuerdo a las necesidades de cada época.

Se reproduce el sistema de control y vigilancia de la población carcelaria de acuerdo a la lógica de una forma de producir y de acumular existente allende los muros. No obstante, en 1969 estamos obviamente en otra etapa del capitalismo y en el seno de un mundo que ha pasado, no solo por las dos grandes guerras, sino también por los procesos de descolonización. Pero para 1969 la cultura del trabajo o más bien el trabajo aplicado a la producción o el trabajo como fenómeno de integración social está tan vigente o más aun que en la época del surgimiento de la prisión.

La prisión como elemento de punibilidad sigue aplicando métodos que exceden por lejos los límites de lo permitido en los ordenamientos, sigue operando en función de la organización de un trabajo sin finalidad económica y de la distribución de las tareas que sirven para pautar las horas diarias.

La modificación en la esfera de la relaciones sociales operada por el surgimiento del Estado de Bienestar y de la políticas de pleno empleo como medio para salvar las crisis del sistema, no han afectado el funcionamiento de la prisión. La misma estructura arquitectónica, el mismo sistema de vigilancia, la misma finalidad irrealizable y el mismo perfeccionamiento del delito. Pero nos estamos refiriendo al año 1969, quizás lo que podríamos llamar la modernidad tardía o casi el cierre de la última década de la modernidad. Lo que no se modificó en casi 200 años tendrá unos cambios significativos con el advenimiento de la revolución científico-técnica y con la consecuente modificación en los paradigmas productivos.

En efecto, es a mediados de los años setenta cuando comienza a operarse –como consecuencia de las sucesivas crisis petroleras- una fuerte modificación en la forma de producir lo que obligará a las principales potencias del mundo a reconsiderar el llamado Estado de Bienestar y a repensar, no solo el rol del sector público sino la reducción del gasto social.

Comienzan a tener fuerte predicamento en éste proceso los idearios de la llamada "nueva derecha" y los llamados "think tanks" que elaboran documentos de alto contenido técnico de los cuales no se desprende ninguna conclusión política, más bien el objetivo político de estas elaboraciones intelectuales pasa por vaciar de contenido político toda discusión para que resulte políticamente posible únicamente lo que deliberadamente se presenta como técnicamente posible.

Este proceso se inicia en los últimos años de la década del setenta y comienza a tener peso político a partir de 1980 con la revolución conservadora operada en EE.UU. y en Gran Bretaña y ha concluído con lo que Pierre Bourdieu y Loic Wacquant han llamado el paso del Estado de Bienestar al Estado Penal : "Esa superpotencia única, esa Meca simbólica de la Tierra, se caracteriza por el deliberado desmantelamiento del Estado social y por el correlativo hipercrecimiento del estado penal; por el aplastamiento del movimiento sindical y por la dictadura de la concepción empresaria, fundada sólo en el "valor accionario", y por sus consecuencias sociológicas: la generalización del trabajo asalariado precario y de la inseguridad social, constituída en motor privilegiado de la actividad económica." (5)

Los intelectuales de la nueva derecha han sabido divulgar las ideas del "estado mínimo" y del "exceso de demandas sobre el aparato estatal" complementadas con la idea del reinado absoluto del mercado como mecanismo de autorregulación que produce una correcta distribución cuando está exento de las distorsiones del Estado intervencionista. Así es como han caído en el ocultamiento ideas como solidaridad social, gasto social, capitalismo, clase, explotación, dominación, desigualdad, etc.

El paso de la modernidad hacia una nueva civilización tuvo en América Latina en general y en Argentina en particular un proceso sangriento en términos de represión política ya que era la única manera de poder generar el marco adecuado para desmantelar –al menos en una primera etapa- el Estado de Bienestar. Así es como se crea el Estado Terrorista como punto intermedio entre las dos versiones del Estado desarrolladas por Bourdieu-Wacquant en el artículo citado ut supra.

Y es importante citar el caso del Estado Terrorista porque significó la estructuración de un sistema de detención, control y vigilancia que combinó los dos elementos de castigo que explicáramos en el apartado I) es decir, la detención como castigo aplicado al ámbito de la libertad y el castigo aplicado al cuerpo a través de la tortura. En ese sentido, el sistema carcelario argentino funcionó como una prolongación del sistema de represión militar , las cárceles fueron incorporadas a la categoría de Fuerzas de Seguridad. Todas las cárceles del país se modelaron bajo las nuevas concepciones impuestas por la Doctrina de la Seguridad Nacional.

La nueva concepción de las cárceles y su función dentro del Estado Terrorista es una readaptación puesta una vez más al servicio y como complemento de una transformación a operarse en el sistema social, una reconversión del Estado a los nuevos criterios en un proceso que, culminaría en un término de veinticinco años con la liquidación del Estado y con su ausentismo absoluto en todas las áreas. A los militares les cupo la primera parte de esa tarea entre la que se encontraba liquidar a todos los cuadros militantes para vaciar de contenido el espacio político y eliminar a quienes pudieran encabezar las demandas sociales, a la democracia vaciada de contenido le cupo la tarea final. De la patria contratista al desguace del Estado, proveedores y compradores son los mismos.

Construyóse así la democracia acotada o la democracia consistente en un sistema de representación altamente cuestionado y que potencia las dudas sobre su propia eficacia en la medida en que el descreimiento hace aumentar el desinterés por la participación.

Samuel Huntington, un intelectual de la derecha cuya claridad expositiva y mediocridad científica marchan paralelas, supo hacer el siguiente análisis: el auge democrático que caracterizó a los años sesenta podía analizarse como un cuestionamiento a los sistemas de autoridad vigentes, el exceso de participación y de demandas resultaba en esta línea de ideas claramente disfuncional, para éste intelectual orgánico de la derecha, un sistema para funcionar requiere un alto grado de apatía y pasividad, de esa manera puede balancearse. Es lógico, un aumento de la participación excesiva podría desbalancearlo en un sentido contrario al orden establecido, a ese orden al que Huntington sirve permanentemente: "Un sistema de valores que normalmente es inherentemente bueno no se optimiza necesariamente, cuando se maximiza...Existen límites potencialmente deseables a la extensión de la democracia política. La democracia tendrá una vida más larga si lleva una existencia más balanceada " (Democracia will have longer life if it has a more balanced existence.) (6)

Las aberraciones articuladas desde los aparatos represivos para lograr el equilibrio del sistema tan inocentemente reclamado por Huntington ponen en el tapete la añeja cuestión de la seguridad y la desarmonía entre el anhelo de muchos y la situación de privilegio de unos pocos.

En tal sentido, el Estado Terrorista articulado en la Argentina significó el paulatino desmoronamiento del Estado Social y el surgimiento del Estado Penal consistente no solo en un nuevo rol que, como ya veremos, se le asignará a las prisiones, sino en un desplazamiento del ordenamiento jurídico laboral, ahora flexible, por un ordenamiento jurídico penal que se pretende cada vez más riguroso y rígido.

Una vez más, alteraciones en la esfera de la producción y del trabajo alterarán el régimen carcelario pero no podrán modificar su permanente fracaso.

IV) Las cárceles de la globalización

El guerrero lleva armadura, el amante flores. Están equipados de acuerdo con las expectativas de lo que va a pasar, y sus equipos aumentan las posibilidades de realización de esas expectativas. Lo mismo ocurre con el derecho penal. (Nils Christie, Las imágenes del hombre en el derecho penal moderno.)

El Estado Terrorista articulado durante los años setenta en la Argentina fue la muestra palmaria del concepto de seguridad implementado por las dictaduras de aquellos años en casi todos los países de América Latina. La característica fundamental es la condición de clandestinidad, es decir, un encierro ni siquiera contemplado legalmente y ejecutado sin etapa judicial previa. Si a lo largo de la historia lo carcelario ha significado una etapa posterior a la decisión de los jueces y como tal, desprovista de las limitaciones que siempre comporta la ley, como un poder incontrolable y que habíamos mencionado en el apartado III) como uno de los cuatro elementos que conformaban el sistema carcelario; la ejecución de las penas en un ámbito de por sí ajeno al área de control de los poderes y que se articula de manera clandestina nos sumerge aun más en la idea de un poder brutal que representa dentro de los límites del encierro la misma brutalidad y el mismo autoritarismo que se ejecuta en la realidad extra muros.

El proceso político y social iniciado en la segunda mitad de los setenta a desembocado en una crisis general del sistema que puede ser caracterizada conforme a tres fenómenos: a) una crisis recurrente de la acumulación, b)una crisis estructural del paradigma neoliberal, c) una crisis de agotamiento estructural de la civilización burguesa.

Es decir, el capitalismo ha ingresado en una fase en la cual la superación de la etapa burguesa consistente en la industria generalmente mecánica y de mano de obra intensiva ha dado paso a un avance arrollador de la electrónica orientada hacia una producción más ligada a unidades productivas flexibles y homogéneas. Pero esta forma de producir conlleva el inevitable resultado de lograr un aumento de la riqueza utilizando cada vez menos trabajo directo aplicado. El tiempo socialmente útil para producir está dado, en el contexto actual, por el patrón tecnológico más alto. En este nuevo paradigma la volatilidad del capital y las nuevas formas de comercializar alteran la noción moderna de trabajo e incluso el paradigma del salario como remuneración se encuentra fuertemente cuestionado.

Se produce el colapso de la economía de materias primas puesto que con el avance tecnológico, la producción se orienta hacia la alta tecnología consumiéndose cada vez menos productos primarios y generando el lógico y consecuente desacople entre producción y empleo masivo.

El producto final ya no consiste, o cada vez consiste menos, en trabajo humano objetivado. La mercancía no resulta ser el producto final tangible que caracterizó a la producción industrial moderna; si el industrialismo moderno consistía en producir aparatos en gran escala, el postindustrialismo consiste en convertir en principal objeto de venta y de consumo a la comunicación y a la información que puede transmitirse a través de ellos.

Se produce de esta manera la crisis del trabajo abstracto y del sistema de la mercancía hecho común a la economía de los dos sistemas vigentes hasta la caída del socialismo, es decir, crisis de la modernidad liberal y de la modernidad marxista. (7)

El capitalismo ha ingresado en una dinámica de acumulación en la que ya no puede integrar a la población de manera masiva pero si puede generar riqueza orientada a los sectores satisfechos que pueden consumir y generar con ese consumo las tasas de retorno necesarias. Así es como se genera y despliega un circulo vicioso de miseria y desigualdad con las secuelas de los desastres sanitarios y ecológicos.

Se quiebra de esta manera lo que se denomina "equilibrio dinámico" y que Cornelius Castoriadis definiera como la "igualdad aproximada entre los ritmos de crecimiento de consumo y el aumento de la productividad". (8).

La facultad de los Estados de trabajar políticas de ensamble social ya sea a través de la prohibición de las importaciones o bien estimulando el consumo interno a través de medidas de neto corte keynesiano o tomando recursos bajo su tutela y administración, todo ello, le ha sido arrebatado a los Estados modernos. Privados de la posibilidad de fijar políticas, desprovistos de los recursos económicos, anulada su independencia y soberanía, puesta la clase política al servicio de éste proyecto, al Estado solo le queda ser el depositario de los dispositivos de seguridad; entendiendo por seguridad la protección de los bienes y los negocios de las megaempresas; así el Estado resulta ser el depositario o gestor del trabajo sucio dentro de un contexto legal. El Estado Terrorista prepara el campo social para la liquidación del Estado social y una vez fenecido éste emerge el Estado Penal como síntesis de la libertad de muchos cuestionada por la seguridad de pocos. La riqueza resulta ser global; la miseria local.

El Estado tiene la tarea de instrumentar los aparatos represivos para contrarrestar los efectos que producen las condiciones precarias de la mayoría de la población.

Pero tampoco es tarea monopólica del Estado, el auge tomado por la seguridad privada y el dinero que moviliza anualmente éste negocio demuestran que hasta en materia de seguridad la iniciativa privada se ha abierto paso con la paradigmática insolencia globalizadora.

El Dr. Martín Lozada sostiene: "La transferencia hacia sectores privados de la utilización de la fuerza y la coerción, hasta hoy monopolio del Estado, constituye un eslabón más de la cadena de servicios y funciones que los Estados de la región latinoamericana abdican bajo pretexto de impotencia, ineficacia y sempiterna crisis fiscal. En el ámbito penal, éste cambio de estrategia en el ejercicio de control se manifiesta en la paulatina privatización de las cárceles y en la veloz consolidación de las respuestas privadas al fenómeno de la inseguridad". (9)

En la medida en la que el Estado comienza a desentenderse de sus obligaciones primordiales se opera el mecanismo de la desprotección económica y social de lo cual el aumento de la delincuencia es una consecuencia, el mismo sistema que privatizó y desreguló todo y que tuvo su fundamento en los aparatos de difusión a través de los cuales se instrumentó la prédica irresponsable de los fundamentalistas del mercado es el sistema que hoy recurre a la seguridad privada y propone privatizar la seguridad como solución al problema que el mismo sistema creó con la primer ola privatizadora.

Lozada sostiene:"En este contexto, resulta por demás elocuente como el Estado abandona su lugar en el terreno económico y simultáneamente, opta por endurecer y ampliar su intervención en el ámbito penal. De allí que el apotegma en boca de los oportunistas gestores de las políticas públicas sea: "más policía, más cárceles, más castigos", reduciendo la complejidad del fenómeno de la desviación al pretender consolidar aún más la industria del control del delito" (10).

De esta manera, conspicuos represores de los años del Estado Terrorista aparecen al frente de empresas privadas que venden seguridad en el marco del Estado Penal.

Antes el enemigo estaba armado y era ideológico, hoy el enemigo parece ser el derrotado social, mientras los políticos se dedican a prometer lo único que pueden garantizar es decir, la seguridad. Y no se equivocan, es más fácil repartir balazos que crear empleos.

La enorme concentración de la riqueza en manos de pequeños grupos y las desigualdades inherentes al sistema dan como resultado un fenómeno social como el de la exclusión. De esta forma asistimos a la aparición de un sujeto no contemplado por el derecho o más bien carente de espacio de pertenencia simbólica en el ordenamiento jurídico. El excluído no puede cuestionar nada, ni tiene referencia grupal o estamental como para posicionarse dentro de la supestructura cultural, su consenso no tiene la menor relevancia para los sectores hegemónicos, es un lastre social que el modelo ha dejado en el camino y que el mercado como principal mecanismo no puede integrar. La nueva cultura globalizada no admite alternativas de ninguna naturaleza, nada puede hacerse que no sea en el sentido y de acuerdo a los criterios de quienes manejan los resortes económicos de un nuevo sistema internacional al que algunos pensadores han dado en llamar "feudalismo tecnológico".

En ese contexto, la seguridad pasa por una creciente idea de penalizar la miseria y la organización de las cárceles se adecua a los nuevos criterios de un mundo organizado en base a una cultura que no tiene en el trabajo el elemento clave de integración social y que solo logra integrar a través del consumo y exclusivamente a quienes pueden accederlo. Exclusión de muchos; exclusividad de pocos, ambos son fenómenos contemporáneos y causales.

En el encierro también se producen alteraciones. Por vez primera en 200 años se perfila la modificación de la rutina carcelaria en la búsqueda de efectos más desvastadores por lo cual la vieja pretensión de regenerar unida inextricablemente al fracaso de la prisión ha quedado reducida al nivel de una fábula.

Si en los tiempos del industrialismo y de una cultura del trabajo basada en la maquinización de la sociedad la prisión se organizaba como una disciplina basada en el trabajo, en los tiempos de la exclusión social y de la marginalidad planificada la cárcel prepara para la exclusión y recluye con brutalidad y con indiferencia, es un simple deposito de pobres estigmatizados por la sociedad.

Si la cárcel de la modernidad podía asimilárselo a un taller, la cárcel postmoderna es lo más similar a un ataúd. Ejemplo paradigmático es la prisión de Pelican Bay en el estado de California. Está diseñada de manera que los presos no tengan ningún tipo de contacto entre sí, no hay entre ellos una relación cara a cara, ni siquiera tienen contacto con los guardias. Es una prisión totalmente automatizada y equipada con tecnología de punta. La mayor parte del tiempo los presos están recluídos en celdas construidas de hormigón y acero inoxidable. No realizan ninguna labor, el trabajo está totalmente prohibido y a su vez no tienen ninguna recreación. El tiempo es un transcurrir denso y sin matices, no hay relación entre distintos tiempos sociales, solo existe un tiempo dominante que es el de mirar una pared durante casi todo el día. Los guardias ocupan su posición en el interior de una garita de vidrio desde la que se comunican con los presos a través de parlantes. La tarea principal de los guardias es velar porque los presos se mantengan en sus celdas, que no hagan nada, y que su incomunicación se cumpla de manera absoluta. A propósito de esta nueva forma de punir Bauman ha sostenido :"Si no fuera que comen y defecan, uno confundiría sus celdas con ataúdes" (11).

Lo expuesto, parecería en principio, similar a la estructura del panóptico de Bentham como control absoluto y vigilancia totalizadora, pero el panóptico era una vigilancia aplicada a reproducir en la prisión una disciplina similar a la cultura y al sistema de producción propio de la sociedad industrial, las cárceles panópticas operaban con una finalidad correccional en el marco de una ética del trabajo; dejemos de lado si regeneraban o no al reo, su fracaso era en ese terreno inevitable como lo ha sido siempre, lo interesante es observar que tipo de cultura y de rutina conformaban la jornada. Pelican Bay es una vigilancia aplicada a la preparación de hombres excluídos, separados y sin contacto, hombres ganados por la apatía y por una jornada sin trabajo y sin recreación; la disciplina en este contexto no tiene su entidad en una función específica en la esfera de tareas colectivas sino que la disciplina consiste en no hacer nada y en no tener relación con nadie.

Pelican Bay "regenera" preparando hombres para una sociedad en la que el trabajo es sistemáticamente destruido, para una sociedad que no puede integrarlos y que al poco tiempo los devolverá al encierro donde la exclusión es al menos controlada.

Bauman sostiene: "Hoy se ejerce presión para deshacer los hábitos del trabajo permanente, cotidiano, constante y regular; ¿qué es, si no, el "trabajo flexibilizado"? La estrategia preferida es que los trabajadores olviden, no aprendan, todo aquello que debía enseñarles la ética del trabajo en la edad de oro de la industria moderna. El trabajo verdaderamente "flexible" solo se concibe si los empleados actuales y del futuro próximo pierden sus arraigados hábitos de trabajar todos los días, por turnos, en un lugar y con los mismos compañeros de labor; si no se habitúan a trabajo alguno y, sobre todo, si se abstienen (o si se ven impelidos) de desarrollar actitudes vocacionales hacia el trabajo actual y abandonan esa tendencia enfermiza a hacerse fantasías acerca de los derechos y las responsabilidades de la patronal" (12).

Toda rutina carcelaria guarda estrecha relación con la forma de producción, con el sistema económico y obviamente con el rol del trabajo; Pelican Bay como cualquier prisión similar monta una organización en la que la disciplina es la inmovilidad y el encierro, ya no es necesario el desdoblamiento "encierro para la disciplina y el trabajo" sino que "encierro y disciplina" son la misma cosa.

No es necesaria la tecnología de Pelican Bay para preparar excluídos, alcanza y sobra con concebir a la prisión como un deposito de "excedente humano".

Conclusiones

Despojar a una nación de sus recursos económicos o someterla a un agobio financiero o bien robar a familias enteras su sustento reciben nombres tales como "fomento del libre comercio", o "racionalización de personal", nunca aparecen "tipificadas" como conductas delictivas. Es lógico, ninguna conducta es desviada en si misma, lo es siempre con relación a una norma que crea previamente la desviación.

¿Por qué habrían de incluirse entre los desviados aquellos que tienen las herramientas para producir las leyes?

Hay una creencia generalizada según la cual al construir más prisiones, al aumentar la rigurosidad de las penas, o al mejorar los aparatos represivos se está aumentando la seguridad.

Tras este argumento se esconde el hecho de que todas esas decisiones son el efecto de las calamidades que suscita el mismo modelo que se pretende proteger.

Trabajo, economía, sistema carcelario, seguridad, son todos aspectos que forman parte de una trama social. Desproteger a millones de personas aumenta la inseguridad social, destruir el trabajo aumenta la inseguridad económica . Reprimir en el marco del Estado Penal es la solución a la que siempre apelan quienes están satisfechos y quienes, curiosamente, se han beneficiado con la sistemática destrucción del Estado Social.

BIBLIOGRAFÍA

1)Gazette d’ Amsterdam, 1 de abril de 1757. Citado por Michel Foucault en "Vigilar y castigar".

2)Michel Foucault. "Vigilar y castigar" Editorial Siglo XXI, 17° edición. 1989.

3)Antonio Gramsci. "La alternativa pedagógica" Editorial Fontanara. Tercera Edición. 1992. Página 50 y 51.

4)Michel Foucault . ob.cit. Páginas 285,286.

5)Pierre Bordieu y Loic Wacquant "La nueva vulgata planetaria " artículo publicado en "Le monde diplomatique" N° 11, Mayo 2000, página 13.

6)Samuel Huntignton. Reproducido por Heinz Dieterich Steffan en su obra "La crisis de los intelectuales" Editorial 21. Primera Edición, abril 2000, página 38.

7)Para ampliar sobre estos tópicos ver la obra de Robert Kurz "El colapso de la modernidad". Kurz es miembro del grupo "Crisis" que produjera el reciente "Manifiesto contra el trabajo". Según Dieterich Steffan "es en el área de discusión, de lo poco notable producido durante la última década" en Alemania.

8)Cornelius Castoriadis "La crisis de las sociedades occidentales" en "Lea montée de l’insignifiance", París, Seuil, 1996, páginas 14 y 15.

9)Martín Lozada. Artículo publicado en "Le monde diplomatique", Mayo 2000, N°11, Página 32. El doctor Martín Lozada es abogado y profesor de la Universidad FASTA, Bariloche.

10)"Le monde diplomatique" Art. Cit.

11)Zygmunt Bauman. "Globalización.Consecuencias Humanas".Fondo de Cultura Económico.Página 141.

12)Zygmunt Bauman. Ob.cit. página 146.

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