Al respecto, Arslanian refirió que “el pueblo norteamericano reaccionó frente al ataque desde un sentimiento fuertemente nacionalista que, en poco tiempo se convirtió en fenómeno de intolerancia frente a las minorías y aún contra grupos cívicos progresistas de la política norteamericana. Pienso que el efecto más grave del ataque a las torres y al Pentágono no ha sido el número de muertos, de por sí espantoso, sino el flanco de vulnerabilidad que ofrece la sociedad estadounidense al degradarse en la intolerancia, la discriminación y el apartamiento del sistema legal. Cuando desde el mismo estado de derecho se pone en duda la legalidad, con sus expresiones de superpoderes policiales, empleo de razzias, detenciones sin comunicaciones a los jueces y discrecionalidad sobre particulares, se produce un efecto todavía más escandaloso que el terrorismo. Esas interdicciones van impregnando la memoria de un país, y aunque eventualmente cesen siempre estarán dispuestas a aflorar”.
Por su parte, Zaffaroni sostuvo que “el terrorismo que hoy enfrentamos no se asienta sobre sentimientos religiosos sino idolátricos, desarrollados cuando el ser humano queda a disposición de un ente superior. Lo peligroso es que la respuesta a este fenómeno es una reacción de guerra permanente, que aunque se le adhiera el lenguaje bélico es sencillamente una punición. La misma que en EE.UU. se impone desde 1980 con el recrudecimiento del sistema penal. La consecuencia es que, en ese país, hoy hay anta gente encarcelada como en Rusia, con un dato que exime de mayores aportes: de cada diez ciudadanos norteamericanos negros de entre 20 y 30 años uno está en prisión. Para el interventor del INADI, este sistema penal “es utilizado para controlar la pobreza, con el agregado de que los criminalizados están en el mismo sector social que sus víctimas, aportándole al poder el valor agregado de que los excluidos se controlan –se matan- entre ellos”.
“Hay, sin embargo, un dato novedoso en el fenómeno del nuevo terrorismo: la vulgarización del desarrollo tecnológico, que pone a disposición de cualquiera terribles instrumentos de matanza. Esta espeluznante realidad quizás lleve realismo a los pragmáticos gobernantes norteamericano, revelándoles que sus políticas de control unilateral del mundo sólo forzarán un inacabable juego de abuso del poder militar y respuestas igualmente macabras”, concluyó el conocido penalista.
A su turno, la profesora Feijoo escrutó la temática desde una perspectiva que encuadró en “el terrorismo de la pobreza”, reacción que según la especialista crece a partir “del modelo social en el cual se fundan las nuevas formas de discriminación”. Ilustró su postura definiendo que la desocupación en el Gran Buenos Aires, considerando el segundo anillo de la población, alcanza el 42%, con una juventud de cero a 18 años cuya mitad poblacional carece de horizonte social. “Cuanto más fuerte es la exclusión económica más intensa es la necesidad de los excluidos de integrarse al sistema”, interpretó.
Por su parte, el profesor Tokatlian afirmó que “el ataque a las torres gemelas no constituye un acto de guerra y por tanto no corresponde una respuesta de justicia infinita en el tiempo y devastadora en sus alcances, por lo que nos encontramos frente a un conflicto desprovisto de un horizonte de finalización. Estados Unidos parece entrar en la situación en que el estado de derecho debe ser dejado de lado para conjurar la amenaza, con el peligro extremo de que en la Argentina vuelvan a instalarse esas ideologías, como ya sucedió y padecimos durante la ultima dictadura militar”.