Poder político vs Justicia. Lo que el corralito nos dejó.
A fines de diciembre de 2001, el hoy ya famoso caso Kiper había mostrado que la Corte, a pesar de todo, estaba dispuesta a mantener su tradicional sintonía con las aspiraciones del poder político, ordenándole al camarista civil, que devuelva los ahorros rescatados del Banco Ciudad merced a un amparo. Pero a los pocos días, como regalo de reyes, en el ya iniciado año 2002 el presidente anunciaba como una de sus prioridades de gestión, el juicio político a la Corte. Con los medios manteniendo el pulgar hacia abajo, como en el circo romano, Duhalde esperó que el variopinto cuerpo legislativo se encargara del trabajo de liquidación para entretenimiento de todos. Todo venía bien, hasta que el ejecutivo se dio cuenta de que no sobreviviría a un contragolpe del nonato de jueces. Así, en el fallo Smith del primer día hábil judicial, la Corte mostró sus garras y se aseguró que iba a traspirar, pero a permanecer. Sabedores de que la unión hace la fuerza, los nueve jueces con inocultables diferencias entre sí, se juramentaron no sacar los pies del plato hasta no desactivar el juicio político, en cualquiera de sus etapas.
Justicia vs Bancos.
Convertidos en sparring de la bronca de la gente, los bancos formaron parte de la estrategia mediática de muchos jueces, y fueron el pilar de la única levantada de imagen institucional que se registró en el 2002. Con políticos que no podían salir a la calle, porque eran escupidos e insultados, hubo un juez que hasta se dio el lujo de salir al balcón, para ser vivado por las multitudes. Así la justicia se convirtió en la última esperanza de miles de ahorristas que vieron atrapados sus fondos en el nefasto corralito inventado por Cavallo y sorpresivamente pasó de la lentitud que la define y caracteriza a ser un generador de respuestas en un versión práctica, veloz y efectiva. Definitivamente “del lado de los buenos”, la justicia se dio el gusto de, por un vez en la historia, acercarse a la gente. Mientras tanto los banqueros, hasta ese entonces cultores del alto perfil, niños mimados del establishment, y grandes avisadores de los medios de comunicación vieron como los hermanos Rohm, Manuel Sacerdote, Emilio Cárdenas y Eduardo Escassany, entre los más conocidos, se adelantaban con ansiedad a leer los diaros de madrugada por internet, para averiguar si su nombre estaba en las próximas fechas del fixture de indagatorias de Bergés o Servini de Cubría.
La herencia del Chacho Alvarez. La justicia como ring privilegiado.
En los últimos años, el denuncialismo se consagró como el ariete más efectivo en la puja por generar o conseguir poder. Dejando mellada en su efectividad la modalidad por excelencia para hacer política de radicales y peronistas: ”la rosca”, hace ya unos años el Frepaso la enriqueció con un nuevo condimento: “la denuncia”. En sintonía con este viraje, no es casual, que de un tiempo a esta parte, las noticias de los tribunales merezcan generosos espacios en la sección política de los grandes diarios. Los programas de TV con denuncias y cámaras ocultas, acompañaron con buena resonacia este movimiento y fueron motorizadores artificiales de procesos judiciales. Habiendo descubierto la gallina de los huevos de oro, políticos, periodistas y la naciente especie de denunciadores profesionales, advirtieron rápidamente que conseguían enormes espacios de publicidad en todo tipo de medios y en programas de variada temática (hasta en Utilísima entre recetas de cocina y consejos de bricolage), con sólo presentar un escrito. Para los denunciadores, las escalinatas de Comodoro Py, siempre alumbradas por los magnanimos focos de Crónica TV, se han convertido en una verdadera “escalera al cielo”, y su mayor derrota, lejos de ser que un juez desestime la denuncia, es que ningún medio se haga eco de su presentación.
La justicia paga.
Si bien los jueces saben que muchas veces son utilizados como la pata necesaria de un show mediático, saben que cuando hay centímetros de tinta de por medio, son pocos los casos en que los magistrados han tenido el coraje de rechazar in límine algunas presentaciones carentes de fundamento, que acumularán años, trabajo, dinero del presupuesto judicial y fojas en los laberintos de las decisiones. Muchos jueces cuentan en estricto off the record que cuando algunos aparecen radiantes ante los periodistas diciendo que han presentado todas las pruebas de su denuncia, sólo han aportado simples recortes de diarios y pedidos de investigación basados solamente en especulaciones de coyuntura.
De la política a los negocios.
Como los ejemplos cunden, y en la Argentina somos especialistas en copiar experiencias exitosas, muchos de los operadores de los tribunales, han trasladado el modelo de denuncia política al mercado de los negocios. La denuncia penal, ámbito por excelencia para la repercusión mediática, provoca que jueces y fiscales, muchas veces involuntariamente se transformen en verdaderos mascarones de proa de estrategias denuncialistas que solo tienen por objeto desplazar del mercado a un competidor molesto o a un incipiente jugador que amenaza con crecer más de la cuenta. Así, durante el año 2002 la justicia también fue escenario de duras batallas comerciales donde se enfrentaron cervezas y gaseosas alimonadas, con presentaciones cruzadas. Sin embargo el caso por excelencia es el de la industria del juego: denuncias anónimas con oportunismo estratégico, allanamientos rimbombantes, calificaciones con figuras forzadas para que sean de alto impacto, jurisdicciones cruzadas, contradenuncias con despliegue mediático y repercusiones en el exterior son quizás la antesala de cómo se van a desarrollar algunos negocios en la Argentina con un mercado desnutrido y un poder atomizado.
¿Quién tiene el poder?
Para cerrar el año, como no podía ser de otra manera para el mes de diciembre, la justicia se despidió con fuegos artificiales. Una intocable por antonomasia del poder en la Argentina, como es la directora de Clarín, de la noche a la mañana estaba presa por orden del juez Marquevich. Inmediatamente hasta el mismo Duhalde criticó sin diplomacia la decisión del juez, la fiscal se arrogó el extraño papel de vocera de la defensa, y los medios acompañaron casi con unanimidad la lógica ofensiva del multimedios. Más allá de los hechos, que en algún momento deberán ser juzgados, este caso es el paradigma que nos muestra lo fragmentado que está el poder en la Argentina. Nadie es inmune, nadie es todopoderoso y como en la tradición criolla de no saber cuándo el cuchillo está debajo del poncho, los que juegan al poder en la Argentina no saben qué saldrá del puño de su eventual rival: piedra, papel o tijera.