La vigencia de la Constitución fue interrumpida varias veces después de la batalla de Pavón del 17 de setiembre de 1861, con el retiro a Montevideo del Presidente Santiago Derqui, y cuando el 12 de diciembre el vicepresidente Juan Esteban Pedernera declaró en receso a la autoridad nacional, y duró 10 meses ó 304 días Bartolomé Mitre, hasta el 12 de octubre de 1862. Bartolomé Mitre ejerció, entonces, el primer gobierno de facto, como “Gobernador de Buenos Aires Encargado del Poder Ejecutivo Nacional”. En el siglo XX los gobiernos militares, por los golpes de estado, de 1930, 1943, 1955, 1961, 1975 y 1976, reemplazaron a los constitucionales, durante 23 años, 2 meses y 18 días.
La vuelta a la democracia no significó respeto permanente a la Constitución. Según Guillermo Molinelli, entre 1983 hasta 1998, la Corte Suprema declaró inconstitucional 87 normas, 50 nacionales ( 23 leyes, 15 decretos y 11 resoluciones) y 37 locales. Lo que acaba de reiterararse en dos fallos resonantes sobre el “corralito”en los casos: “Smith”, del 1º de febrero de 2002, y “San Luis” del mes pasado
El presidente del Congreso Constituyente de Santa Fe, Facundo Zuviría, luego que el día 1º de mayo de 1853 firmaran los 23 constituyentes al pie del Texto de la Constitución, sancionada el día anterior, dijo:
“Acabáis de ejercer el acto más grave, más solemne, más sublime, que es dado a un hombre en su vida mortal: “fallar sobre los destinos prósperos y adversos de su Patria; sellar su eterna ruina o su feliz porvenir. El cielo bendiga el de esta nuestra infortunada Patria(...).”
“Los pueblos impusieron sobre nuestros débiles hombros todo el peso de una horrible situación y de un porvenir incierto y tenebroso. En su conflicto, oprimidos con desgracias sin cuento nos han mandado a darles una Carta Fundamental que cicatrice sus llagas y les ofrezca una época de paz y de orden; que los indemnice de tantos infortunios, de tantos desastres. Se la hemos dado cual nos ha dictado nuestra conciencia. Si envuelve errores, resultado de la escasez de nuestras luces, cúlpense ellos de su errada elección. Con las Carta Constitucional que acabamos de firmar, hemos llenado nuestra misión y correspondiendo a su confianza, como nos ha sido posible. Promulgarla y ordenar su cumplimiento ya no es obra nuestra. Corresponde al Director Supremo de la Nación, en sello de su gloria, en cumplimiento de los deberes que ella le ha impuesto y que él ha aceptado solemnemente. A los pueblos corresponde observarla y acatarla so pena de traicionar su misma obra; de desmentir la confianza depositada en sus representantes(...).”
“(...)Quiero ser el primero en dar a los pueblos el ejemplo de acatamiento a su soberana voluntad expresada por el órgano de sus representantes en su mayoría, porque, señor, en la mayoría está la verdad legal. Lo demás es anarquía y huya ésta para siempre del suelo argentino; y para que huya de él, preciso es que antes huya de este sagrado recinto; que huya del corazón de todos los representantes de la Nación; que no quede en él un solo sentimiento que las despierte o autorice en los pueblos.”
La Constitución se promulgó el 25 de mayo y se juró el 9 de julio de 1853 y es hoy la más antigua vigente –con algunas reformas- en América, después de la de Estados Unidos de 1787, y la quinta del mundo después de ésta, la de Noruega (1814), Bélgica (1831) y Dinamarca (1849).
El libro de contabilidad donde el convencional por Córdoba Juan del Campillo escribió las 7195 palabras de nuestra Carta Fundamental en 1853 actualmente esta guardado, sin que sea exhibido al público, adentro de una antigua caja fuerte, en una pequeña dependencia accesoria, dedicada a archivo, en las oficinas del vicepresidente primero del Senado de la Nación, junto a otros dos libros, uno que contiene las actas manuscritas de la Convención y otro que tiene transcripto, en letra cursiva, el Texto ordenado de la Constitución reformada en 1994, cuya copia se exhibe en el Salón Azul del Congreso. Hay una copia del Texto original de la Constitución de 1853 en el Museo Parlamentario, de calle Hipólito Yrigoyen 1708.
Cuando fui diputado presenté un proyecto de ley, que tuvo media sanción de la Cámara de la que era miembro, para construir un templete en el Salón Azul del Congreso donde se depositaría, con las seguridades que este histórico documento merece, y se exhibiera a quién quisiera verlo. El mismo fue reproducido por Juan Carlos Maqueda a fines de 2002 en el Senado.
En el presupuesto del Congreso de la Nación de 2003 hay una partida para hacer construir el referido templete. Los constitucionalista han propuesto que el primero de mayo sea declarado el día de la Constitución, lo que, entiendo, es más importante que recordar una huelga ocurrida en Chicago a fines del siglo XIX, sin desmerecer por ello el significado y la importancia que tiene el dia del trabajo para los argentinos, el que también debe continuar siendo conmemorado ese día.
Este sesquicentenario es una oportunidad histórica para ratificar los sabios principios que la inspiraron, para desagraviar tantas ingratitudes que los argentinos hemos cometido, al negarnos tantas veces a aplicarla, y para rendirle el homenaje que merecen sus olvidados autores y a todos los que bregaron por su vigencia.
Decía Fray Mamerto Esquiú, en su discurso del 9 de julio de 1853, con proféticas palabras: “Obedeced , señores, sin sumisión no hay ley, sin leyes no hay patria, no hay verdadera libertad: existen sólo pasiones, desorden, anarquía, disolución, guerra y males de que Dios libre eternamente a la República Argentina(...)”
En la simplicidad y sabiduría de estas palabras está, a lo mejor, la fórmula que nos guíe para salir de la profunda incertidumbre que padecemos y para volver a ser la gran Nación que fuimos y soñaron estos olvidados Padres fundadores que hace 150 años nos dieron Constitución.