Por ahora, la monotonía de las declaraciones de policías y allegados en menor o mayor medida a los acusados se rompió sobre el final de la semana pasada, con la declaración de Alberto Piotti, el polémico ex juez federal que saltó a la política de la mano de Eduardo Duhalde, pero no pudo resistir el descrédito de la fuerza policial provincial tras el caso AMIA y terminó renunciando al cargo de secretario de seguridad junto al jefe de la maldita policia, Pedro Anastasio Klocdzyc.
Piotti, tan bronceado como siempre y de impecable traje oscuro, se sentó en el banquillo de los testigos pasada las doce de la noche del jueves último, pero con su declaración no logró sacar la modorra que dominaba la sala, con abogados que maldecían por lo bajo que una noche de enero los encontrara en plena audiencia en el sótano de los Tribunales.
El ex funcionario provincial habló bastante, pero no dijo mucho. Contó que conocía a Carlos Telleldín desde que se desempeñaba como juez federal en San Isidro, y el enano ya tenía problemas con la justicia. También aseguró que conoció a otro de los acusados clave, el ex comisario Juan José Ribelli, en “1994 o 1995”, cuando había pasado a la política como secretario de Seguridad provincial.
Pero después su muletilla preferida a lo largo de casi toda la declaración fue “no tengo conocimiento”. Por ejemplo, no sabía que dos de los actualmente acusados, Diego Barreda y Mario Bareiro, trabajaron para la SIDE en los primeros meses de la investigación, cuando los cañones apuntaban solamente a Telleldín.
Después aseguró que apenas comenzaron a circular los nombres de algunos policías bonaerenses como ligados al atentado (Telleldín habló de eso ante la prensa, antes de decirlo en el expediente), puso a disposición del juez Juan José Galeano “toda la colaboración necesaria”.
En esa línea, Piotti aseguró que concurrió a varias “reuniones de trabajo” con los investigadores de la causa, en donde el juez federal planteó que personal de la Bonaerense colaborara con la investigación. Según Piotti, así se labró un expediente interno que fue el “origen de la causa Brigadas”, es decir, la trama de los sobornos a Telleldín que, según la acusación, terminaron en la provisión de la camioneta que se usó en el atentado del 18 de julio de 1994.
Abogados presentes en el juicio se quejaron de la “memoria selectiva” de Piotti, quien recordó la existencia de aquel sumario pero nada dijo sobre los desvíos en la investigación que plantaron altos jefes policiales de la fuerza que supervisaba, antes y aún después de la detención de Ribelli y su gente.
Tampoco quiso hablar demasiado sobre la relación entre Klocdzyc y Ribelli. En esto, sus dichos sonaron más que cándidos: dijo que creía que Klocdzyc “conocía a Ribelli”. Era, por cierto mucho más que eso. El jefe policial había llevado al ascendente comisario a varios destinos con él, y luego toda la fuerza sabía que el ahora acusado como partícipe necesario del atentado tenía “línea directa” con la Jefatura en La Plata.
Piotti también fue testigo de un momento especial para la causa, cuando la noche del 12 de julio de 1996 el juez Galeano viaja a La Plata y le entrega personalmente la lista de los policías que debían ser detenidos. Según Piotti “la decisión (de Galeano) no le sorprendió a nadie”. Sin embargo, en su momento no opinaron lo mismo otras fuentes presentes, que dijeron que el jefe policial, al leer los nombres de la lista del juez, le comentó que entre los reclamados había “gente muy operativa”.
Tampoco supo el ex funcionario, según declaró en la audiencia, que los policías se enteraron de las detenciones que pesaban en su contra aún antes de ser formalmente detenidos, lo que sí consta, con pelos y señales, en las escuchas telefónicas que la SIDE realizó sobre los teléfonos de los policías.
Otras fuentes del juicio indicaron que, sin embargo, Piotti no podía no saber sobre esas escuchas, porque hubo un sumario interno que se instruyó cuando todavía era secretario de Seguridad sobre el quebrantamiento de las incomunicaciones de Ribelli y los otros detenidos.
Después de tantos “no me acuerdo”, en el ambiente quedó flotando lo contrario. No fueron pocos los que, al salir a la fresca y desierta avenida Comodoro Py bien pasadas las doce de la noche, recordaron que por el caso AMIA no sólo se le vino la noche a la maldita policía. También lo fue para Piotti, que en setiembre de 1996, poco después de las detenciones ordenadas por Galeano, pasó a la secretaría de la Gobernación, un aparente ascenso que escondía un discreto paso al costado en su carrera política.