Diariojudicial.com: ¿Por qué se debe motivar la sentencia y fundamentar las decisiones?
Jesús Fernández Entralgo: En España, como una garantía de control del ejercicio del poder jurisdiccional que realizan jueces y magistrados, cuya titularidad es realmente del pueblo, ya que es el titular de la soberanía, se incluye un artículo que obliga a motivar todas las sentencias. Las sentencias deben ser motivadas, deben ser razonables. Los jueces administramos justicia, y todo administrador debe dar cuenta expresa de que está haciendo buen uso de los poderes que le fueron delegados. Así que no nos debe sorprender en absoluto. Solamente debe sorprender esto a quien todavía siga pensando que el juez es una especie de oráculo.
¿Cuál es el rol del juez en el sistema republicano?
El juez tiene ante sí un conflicto entre partes. Ese conflicto tiene que ser decidido, resuelto, el no se puede abstener diciendo “no tengo material informativo insuficiente”. Tiene que resolver, tiene que decidir, tiene que fallar, con arreglo al ordenamiento jurídico en cuya cúspide está la Constitución Nacional. La Constitución hay que tomársela muy en serio. La Salle se quejaba de aquellos que creían que la Constitución es una mera hoja de papel. Todo lo contrario, la Constitución es tan importante que si nos faltara, moriríamos. Una sociedad bien constituida es aquella en la que la Constitución forma parte de la vida cotidiana de las personas. Seguramente, entre otras cosas, porque todos los ciudadanos están acostumbrados a que las cosas públicas deben ser gestionadas por todos ellos. Una república es eso, una “res” – “publica”, es una forma de convivir en donde todo el pueblo es dueño de su destino. Y no un trocito de pueblo aunque este diga “Dios me ha enviado” o “conecto con el sentimiento popular” o “yo soy el representante de una raza elegida o de un pueblo elegido”. El pueblo, por lo tanto, es el dueño de su destino. Y los jueces que somos sus administradores del poder jurisdiccional tenemos que dar cuenta de lo que hacemos.
¿De qué manera dan cuenta de su trabajo?
Fundamentando nuestras decisiones, es lo más normal. Quizá porque mi padre era matemático, me enseñó que todo debe estar sujeto a demostración. La aplicación correcta de la ley no puede ser sometida a verificación de la misma forma que lenguaje lógico formal matemático. Nosotros nos movemos en un estilo argumentativo, llegamos a la razón y llegamos al corazón. Tenemos que convencer. Tenemos que seducir a nuestros conciudadanos hasta darle la impresión, no solo como se dice en una hermosa sentencia de un tribunal inglés “la justicia no solamente hay que hacerla, sino que también debe parecer que se hace”. ¿Y cómo parece que se hace? Pues, dando de cuenta de lo que hacemos.
¿Cómo se conecta la sociedad con lo escrito en la sentencia?
Pienso que tendría que haber dos clases de sentencia, una a los juristas, entonces como los pavos reales, exhibimos nuestra cola con plumas hermosísimas de conocimientos superiores. Y otra para explicarle a la persona que hemos condenado o a la víctima si hemos absuelto el por qué de la sentencia en palabras comunes. Y explicárselo personalmente, no dándole una hoja de papel. Y viendo su cara, su expresión: la frustración o la alegría, la tristeza o la sensación, en muchos casos, de tragedia. Lo que yo no entiendo es el por qué cuesta tanto trabajo explicar que un juez tiene que explicar.
¿El juez debe dar explicaciones de cómo se valora la prueba y de la aplicación de la ley?
En España tenemos que dar cuenta de cómo aplicamos la ley. Porque si nosotros ocultamos lo que hemos votado, quién controla dicha sentencia. Para que eso no suceda, si nosotros no motivamos, la sentencia es nula y se nos devuelve. Y nos riñen, nos riñen ahora, porque hace sólo veinticinco años hubo una vez una sentencia del Tribunal Supremo en que reprendió al tribunal de instancia porque se había atrevido a explicar por qué había considerado culpable a una persona. Se valora la prueba no con la conciencia, sino con el sentido común. Antes, como sabrá usted, en el sistema de prueba tasada, la culpabilidad, la condena, provenía de reunir puntos, y cada una de las pruebas tenía su puntuación. Por su puesto, si usted conseguía que el imputado confesase su culpabilidad, son 100 puntos, ya está, no se necesita más. A veces eran remisos a aceptarlo, entonces ahí estaba la tortura o el tormento. El testimonio de un varón era superior al de una mujer, el de un adulto superior al de un niño, el de un hombre noble al de un villano, el de un clérigo al de un secular, iban sumando eso puntitos y se llegaba a la condena. Ahora no, yo puedo darle más credibilidad a un niño que a un adulto, según en qué cosas. Puedo también darle mucho crédito a una víctima si me merece fiabilidad, credibilidad, si su discurso es coherente, verosímil.
¿Es frecuente el error judicial? ¿De qué forma se puede reducir?
En una ocasión alguien me preguntó “¿Jesús, tu no tienes miedo de equivocarte?” Y le dije “Claro, claro que lo tengo. Y además tengo la seguridad de haberme equivocado no una, sino muchas veces”. “¿Qué me dices?” preguntó nuevamente, y contesté “Teniendo en cuenta la probabilidad estadística de error humano, y el número de resoluciones judiciales que he dictado a lo largo de más de treinta años, está claro que me he debido equivocar un montón de veces”. Lo que podemos hacer es estudiar el caso dedicándole el tiempo necesario. Formarnos profesionalmente y también formarnos humanamente. Mal juez será el que se encastille en una torre de marfil, y no quiera ver lo que son sus conciudadanos. Los jueces haremos muy bien yendo en el subte, caminar por unos barrios de las afueras. Tenemos la idea de que la pobreza en un concepto lejano y ajeno.
¿Cuál es el papel que juegan los preconceptos en la motivación?
En España tenemos que motivar, y es controlable si la motivación es razonable o no. A veces creemos que motivamos, pero lo único que hacemos es ensartar lugares comunes; por ejemplo, cada uno de nosotros tenemos nuestra imagen subliminal de cómo es un delincuente. Nunca nos imaginamos a un delincuente como a un señor de traje. Yo a usted lo podría estafar magníficamente, por que se fiaría de mí. Soy un señor mayor, con canas, gordito, con aspecto afable, va de chaqueta, corbata y traje, y nos presupone una cierta tranquilidad. En cambio, podemos tener una imagen de un delincuente harapiento. Yo le confieso que a mi me atracaron una vez en el portal de mi propia casa. Abrí la puerta con mi llave a los dos atracadores, porque no sospeché, no respondían a un identikit de delincuente. Todas estas cosas son las que van insitas en la motivación.
¿El juez tiene prejuicios al momento de dictar la sentencia?
Los prejuicios los tenemos todos, los tiene usted, los tengo yo también. Los incorporamos en nuestra cultura, nuestro colegio, en nuestra parcelita de sociedad, en nuestro barrio. Lo importante lo descubrió Sigmund Freud, uno debe saber que existen y saber que también los tenemos aunque cueste creer, y tenemos que exorcizarlos. Cuando tenemos prejuicios, lo mejor no es taparlos, no es esconder la cabeza bajo el ala. Lo mejor es hacerle frente. Lo que subimos a nivel de lo consciente estamos en condiciones de controlarlo. Hasta en los marginados existen prejuicios de unos contra otros. En España un determinado grupo social era marginado y discriminado. Luego, con la llegada de otro grupo también marginal –como cierto tipo de extranjeros-, aquellos que estaban marginados comenzaron a burlarse de ellos. No les sirvió haber sido víctima de los prejuicios. A veces la víctima es el peor de los verdugos y reproduce los prejuicios.
¿Cómo influyen las opiniones de los medios de comunicación al momento del dictado de una sentencia?
Nunca es agradable una campaña de medios de comunicación contra un juez. Igualmente, todo va en la personalidad de cada cual. Hay jueces que pueden no soportar la presión y por el hecho de que tanta gente le indique que está equivocado termina por rectificarse. Otros se empecinan y aun cuando los otros le dan argumentos convincentes insisten en su punto de vista. Tenga en cuenta, que el secreto del control de un juez por otros no estriba en que sean los otros más listos, más sabios o más honrados, sino que simplemente son más.