04 de Noviembre de 2024
Edición 7084 ISSN 1667-8486
Próxima Actualización: 05/11/2024

In Voce

 
PURA ESPUMA. La pasión futbolera nunca supo de tecnicismos. Siempre al límite de lo irracional, la apreciación de los fallos de los árbitros nunca contiene, ni siquiera, una pizca de piedad. Pero de a poco el sistema va generando alguna herramienta para que los sufridos referees le vayan poniendo limites a la subjetividad y picardía de los jugadores. A la manera de flamantes Reyes Momos, los ahora coloridos hombres de negro, comenzarán a blandir un tubito de espuma para poder establecer de manera objetiva las distancias que se deben respetar entre el shoteador de un tiro libre y la barrera del equipo contrario. En una rara interpretación de como incorporar los beneficios de la era digital, usarán la falange extrema de su dedo índice (de ahí lo de digital) para pulsar ampulosamente su espuma de autoridad. Casi en simultáneo con el estreno de este sofisticadamente primitivo sistema, desde la ciudad de Córdoba, "La Docta", Ricardo Lorenzetti también salió a marcar la cancha. Sin ofrecer choripanes ni bonos contribución -pero con micros gratis-, juntó en el patio de los Dinosaurios (el lugar parece elegido por Kunkel) a una compacta y participativa masa critica de jueces. Diversidad de territorio, especialidades y competencias hicieron que el encuentro resultase un verdadero éxito político para el innovador cortista. A esta altura ya nadie duda de la explícita impronta de don Ricardo, que con simples giros de modernidad le cambió la cara a la Corte. Fortalecimiento de la estructura piramidal de poder y mensajes hacia la sociedad (y al Gobierno) de que el Judicial también corta y pincha, parecen ser las columnas mas visibles de su gestión. Ahora, en la tarea de todos los días, esa que padecen abogados y litigantes, la cosa todavía esta bastante verde. Ahí es donde la Corte tendría que salir a marcar la cancha con aerosol. Un ejemplo palmario de que mucho hay por hacer en materia de funcionamiento judicial, es el rebelde acatamiento que tienen los fallos de la Corte en instancias inferiores. Elaborados con preciosismo jurídico y exquisita musicalidad, los precedentes que sienta el Máximo son despreciados muchas veces con berretas y superficiales obviedades en los tribunales cotidianos, con algunas honrosas y escasas excepciones. Un caso paradigmático en esta especie de asesinato conceptual, es el eterno contrapunto con el fuero civil en cuestiones donde está en juego la libertad de expresión. Casi la totalidad de los casos que arriban al cuarto piso del Palacio de Talcahuano llegan con una condena contra el medio de comunicación por parte de la alzada civil. Y casi todos -sin el casi últimamente- vuelven revocados por la Corte, que siempre establece la primacía del valor republicano del debate de la cosa pública por encima de los razonables berrinches del que le tocó estar en medio de un expediente. Otras situaciones que por habituales no dejan de ser muy preocupantes, por el dispendio jurisdiccional que ocasionan y por las privaciones de libertad asociadas, son aquellos jueces penales que encarcelan gente sabiendo que su alzada seguramente los va a liberar. No faltan tampoco las sordas disputas entre los jueces inferiores y sus respectivas cámaras, donde si uno falla A, el otro decide B y desesperante viceversa, tan solo por identidad de firma. Desde la Corte ven que la autoridad moral que tradicionalmente se invocó para replicar la doctrina que emana de sus fallos, para algunos jueces no es suficiente. Es más, generan dobles mensajes explicando que cuando fallan lo hacen sobre el caso particular y no sobre aquellos que tienen identidad de objeto procesal. Sin embargo hoy en día es muy difícil llegar a la Corte. Abren el recurso de uno, no de todos, y los fallos “correctores” llegan con cuenta gotas. Mientras tanto, hay muchas salas que no aplican la doctrina del Máximo Tribunal, porque en todo caso si el justiciable tiene ganas, plata y suerte, además de un buen abogado, quizá en algunos años la Corte lo remedie. Mientras tanto, en el marco de la crítica declaración de los jueces al cerrar la III Conferencia Nacional se lee: “Los ciudadanos tienen derecho a mostrar su disconformidad con la decisión de un juez, lo cual debe ser expresado a través de los recursos judiciales. Las denuncias ante los consejos de la magistratura no pueden desnaturalizarse ni constituirse en un medio de revisión de las sentencias.” En la parte que le toca, el Máximo podría poner un poco de orden interno a la selva de fallos contradictorios que pueblan los tribunales argentinos y que hacen que para el común de la gente, tener que ir al estudio de un abogado sea casi tan traumático como visitar al dentista.

LAS ESPADAS JUDICIALES. Después que el Poder Legislativo recobrara su protagonismo, merced al ya famoso voto no positivo que lo volvió a vestir como un poder autónomo, ahora le tocó el turno a los jueces. Este bien pensado relanzamiento, que ni Fayt ni Petracci soñaron en el cuarto de siglo que llevan como ministros del Máximo, trata de ubicar al Poder Judicial como un poder tan importante como el Ejecutivo. Así las cosas, este año los magistrados se jugaron un poco más que lo habitual. Tradicionalmente ubicados en una esforzada corrección política (los jueces hablan por sus fallos, según los más conservadores paladares) se pasaban de frugales a la hora de hacer declaraciones. Este año, en cambio, blandieron espada por partida doble. Por un lado el presidente de la Corte, Ricardo Lorenzetti –el siempre correcto– que llevó la voz cantante y recibió los palos que presto devolvió el Consejo. Por el otro, el presidente de la Asociación de Magistrados, Ricardo Recondo –el atildado–, que venía hace tiempo fogoneando desde los medios de comunicación más afines con la oposición un duro cuestionamiento al oficialismo, particularmente centrado en las dificultades para los jueces que ocupan fueros que tienen como misión controlar al poder político. Ambas espadas lucieron afiladas en terreno mediterráneo, y cosecharon repercusiones de los medios nacionales, como pocas veces antes. ¿Se seguirán haciendo oír o reposarán sosegadas hasta el IV Encuentro Nacional? Lo cierto es que el reclamo cayó mal en el Consejo de la Magistratura de la Nación. Desde diversos estamentos y con voces de distinto color político, varios consejeros pusieron el grito en el cielo por la “osadía” de los jueces. La diputada ultra kirchnerista Diana Conti, el senador radical Ernesto Saenz y el abogado porteño Santiago Montaña hicieron enérgicas referencias sobre lo dicho en la conferencia de magistrados. Sin embargo, sin desatender a los consejeros nacionales, ni dejándolos explícitamente afuera, Lorenzetti pareció dirigir sus cañones sobre todo hacia los consejos de la magistratura de las distintas provincias argentinas. "En la Corte recibimos reclamos de jueces de todo el país. Los consejos de la magistratura desnaturalizan la atribución de acusar a los jueces y suelen hacer un mal uso de ella" declaró don Ricardo. Sin embargo el tema, no es nuevo. Ya el año pasado, cinco ONGs se pronunciaron amargamente sobre la cuestión. Gobiernos hegemónicos, dirigentes caudillistas, jueces socios de los gobernantes, falta de transparencia en la selección de magistrados, persecuciones a funcionarios judiciales que investigan lo que el poder político no quiere, abundaron por distintas latitudes. Este conjunto de lamentables situaciones caracteriza a la Justicia en varias provincias argentinas. Lo cierto es que aquí no hay nadie que se salve. Hay que mirar la paja en el ojo ajeno, pero también la viga en el propio. Y el dicho vale tanto para consejeros como para jueces. Tanto para el Máximo Tribunal como para los magistrados de las demás instancias. Sirve para todos, porque en materia de Justicia, todos podrían hacer más de lo que hacen y de mejor forma. Que muchos magistrados le tengan miedo al Consejo, es escandaloso. Que muchos jueces no sean independientes es deplorable. Que los tribunales inferiores no atiendan los precedentes de la Corte es lamentable. Que muchos magistrados no sepan derecho constitucional, es gravísimo. Que se manipulen concursos o que se crea que se manipulan, es muy triste. Que los justiciables vean cercenados sus derechos porque no tienen plata, suerte o ganas de batallar para llegar a la Corte es injusto. Que muchos malos jueces no sean destituidos por la simple razón de que no pertenecen a fueros “políticamente calientes” es infame. Escandaloso, deplorable, lamentable, gravísimo, triste, injusto, infame: demasiados adjetivos para que la Justicia lleve sobre los hombros.



alejandro s. williams / dju
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