Es imperativo reformar y organizar el sistema regulatorio que prácticamente se disolvió durante la última década, especialmente en los Estados Unidos.
Mientras los mercados bursátiles siguen temblando al ritmo de la crisis, y luego de la hasta ahora mayor quiebra bancaria de la historia, producida por el Lehman Brothers el 15 de septiembre de 2008; el emblemático Citibank tuvo una pérdida record de 18.700 millones de dólares el año pasado, lo que obligó al banco a buscar 52.000 millones de dólares de los fondos públicos de rescate, para evitar una crisis de confianza terminal de los depositantes. Dicha entidad financiera posee hoy pronóstico reservado, dado que sería inminente su nacionalización.
Y continúan apareciendo nuevos casos de fraudes con productos financieros como el de Bernard Madoff, autor de una defraudación piramidal con valores bursátiles por un monto de 50.000.- millones de dólares; Robert Stanford con promesas de rentabilidad imposibles, con un desfalco de 8.000.- millones de dólares; la lista sigue y, lamentablemente, seguirá.
En un raro juego en donde la autoridad de regulación bursátil más importante del planeta, la S.E.C. -según sus siglas en inglés, Securities Exchange Commision- parece jugar un partido como equipo visitante, frente a un público que le reclama autoridad y firmeza, y observa lastimosamente asombrado su incapacidad para dar vuelta el marcador. Situación, ésta, que permitió que durante los primeros nueve años del siglo XXI, se creara la colosal burbuja inmobiliaria norteamericana; burbuja que luego se replicó en el continente Europeo.
El estallido de la burbuja inmobiliaria llevó a la crisis de los préstamos hipotecarios “subprime” -de riesgo-, que estalló en agosto de 2007, lo cual luego desencadenó la crisis financiera mundial.
Ello obligó, entre otras cosas, al Gobierno Federal a nacionalizar -en septiembre pasado- a los gigantes bancarios del financiamiento hipotecario “Fannie Mae” y “Freddie Mac”, que serán ahora capitalizados por el Tesoro en la astronómica suma de u$s 200.000.- millones de dólares cada una, en un desesperado esfuerzo para bajar la tasa de interés variable de los préstamos hipotecarios vigentes y frenar la ola de ejecuciones, las que ascienden a cientos de miles por mes.
Por su parte, en el viejo continente está cobrando fuerza la versión de que el tradicional Lloyds Bank, donde el Estado ya posee el 40% de las acciones, será también nacionalizado en medio de un cambio de razón social, reportes de pérdidas del orden de los 14.500 millones de dólares y un descenso abrupta de su valor bursátil.
Asimismo, hay que recordar la reciente estatización del Halifax Bank de Escocia, el corralito financiero instaurado en Islandia, el posible o casi seguro default de Irlanda -hasta hace poco, joya económica mimada-, las fuertes devaluaciones de los países del Este Europeo, la decisión de Alemania de aprobar una enmienda de ley -que por primera vez desde la segunda Guerra Mundial abre la puerta a la nacionalización temporal de bancos al borde de la quiebra y que permite que el estado se haga cargo de las deudas bancarias-, la nueva ruptura de muchos Estados con las normas del tratado de Maastricht que impone un tope ortodoxo del 3% de déficit fiscal, hoy imposible de cumplir con un escenario de mercados desquiciados.
Sacude también ese continente el caso del banco Santander de España y su pedido de “corralito” para su fondo inmobiliario Banif, el más importante del mercado, que alimentó el milagro de la construcción española de los últimos 12 años. Hablamos del mayor banco privado de España, uno de los principales del mundo por capitalización bursátil y el primero de la zona euro, con 65 millones de clientes y con fuerte presencia en Latinoamérica: Argentina, Brasil, Chile, Venezuela, Colombia, México, Perú y Uruguay.
Vivimos por estos días una nueva etapa de capitalismo extremo, en la que los inversionistas desaparecen en cuestión de segundos en búsqueda de liquidez, creando corridas incontrolables, dado que sus rentabilidades se reducen, retroalimentando así una crisis global sin precedentes.
Lo grave es que el daño muchas veces es irreparable y aquellos no reconocen que en este contexto internacional no existe refugio para sus inversiones. No cabe duda de que la recesión global será larga y dolorosa, pero es bueno ver como la crisis hace surgir un nuevo consenso colectivo mundial, que podríamos denominar protagonismo de los Estados, en el que confluyen los más diversos y diferentes puntos de vista para capear la tormenta.