La autarquía de la universidad termina en el privilegio de lesionar la salud de otros sin remordimientos jurídicos; al fin la ética o la moral qué tiene que hacer ante el aroma a nicotina.
A esta altura del siglo, está claro que no se trata de una imposición paternalista, es decir de cuidar la salud del fumador contra su voluntad. Se trata de la salud del no fumador; claramente, un bien jurídico poco valioso para los profesores de derecho fumadores.
Desde el punto de vista emotivo sus acciones son entendibles, quizás en sus casas la autarquía no alcanza a dominar a sus esposas y en sus trabajos a sus jefes; mientras que en la añeja sala, la cobardía de los jurisconsultos despunta como un cendal flotante de leve bruma.
Porque está claro que no se trata de la “delicadeza” de los no fumadores; el humo del tabaco contiene más de cuatro mil sustancias tóxicas, de las cuales sesenta son perjudiciales para la salud. Ante tal contundencia, argumentar legítima defensa no sería algo descabellado.
Pero, despreocúpense fumadores, en la facultad todo vale; especialmente, si se tiene un argumento genial a mano: La ley es la ley y aquí no rige. Un slogan positivista ideológico si los hay. La ley es la ley y donde la ley no rige hago lo que quiero, sin mirar a quien daño.
Es lamentable que piensen así profesores de derecho, pues con este argumento convalidan cualquier ley, diga lo que diga o exima a quien exima de responsabilidad. Leyes son leyes y donde no rigen: fúmese el cigarrito y perezca el mundo. He reemplazado el “hágase justicia”, pues esa exhortación es ajena a la comprensión de los agresores, léase fumadores; ni siquiera puedo introducir la palabra solidaridad, pues si no están obligados por una ley de que solidaridad puedo hablar bajo el humo contaminante de la sala de profesores.
Quizás su salud se ha deteriorado ya, por la adicción, y no comprenden qué clase de discurso se esconde en “la ley es la ley” cuando esa ley, o esa exención de la ley, que da la llamada autarquía, implica dañar a otros.
Luego de fumarse un puchito y dañar a sus congéneres (no colegas) van a las aulas a enseñar que si la ley lo dice cumplan y si no lo dice hagan lo que sea, aunque dañe la salud de los demás. Aprovéchense de la ley y de sus excepciones, dicen sin vergüenzas aparentes.
Quizás esto es lo que ha enfermado los pulmones de la comunidad universitaria durante tanto tiempo y no nos dimos cuenta. Esperemos que de la nube tóxica del cigarrillo surja la luz y podamos identificar a quienes enseñan lo que no practican o peor, practican lo que enseñan.
* Mario A. Villar es profesor adjunto de derecho penal en la UBA